Todos tenemos una responsabilidad en la vida, hay siempre en nosotros unas capacidades, unos valores, unas cualidades que tenemos que saber descubrir
1 Tesalonicenses 4, 9-11; Sal 97;Mateo 25, 14-30
Hay ocasiones en que parece que nos anulamos a nosotros mismos, no sé si en razón de falsas humildades, porque nos decimos que no somos capaces, que somos tan pequeños y con tan pocos valores que nada valemos; nos empequeñecemos tanto que nos falta decisión para emprender algo, para asumir responsabilidades, para desarrollar aquellas cosas que nos encomiendan, para sacar a flote las capacidades que podamos tener.
Es una mala visión de nosotros mismos, son unos sentimientos negativos que nos anulan, algo que tendríamos que saber desaparecer de nuestra vida, porque necesitamos valorar más, reconocer lo que somos capaces, desarrollar los valores y cualidades que podamos tener, porque siempre hay algo valioso en nuestra vida.
Todos tenemos una responsabilidad en la vida, hay siempre en nosotros unas capacidades, unos valores, unas cualidades que tenemos que saber descubrir, ayudándonos incluso del consejo de quienes nos aprecian, algo que tenemos que saber desarrollar. Es, incluso, por fidelidad a nosotros mismos, y desde nuestra condición de creyentes, tenemos que saber reconocer los dones y valores que Dios ha puesto en nuestra vida, por muy pequeños que nos consideremos.
De esto nos habla hoy el evangelio. La llamada parábola de los talentos. Aquel rey que al salir de viaje confía a sus empleados una determinada y distinta cantidad de talentos que ellos han de saber negociar. Dos de ellos con toda fidelidad realizan la misión que les han encomendado, uno con sus miedos enterró el talento para no perderlo, pero no fue capaz de ponerlo a negociar para darle rendimiento. Ya vemos en la parábola la reacción de aquel rey a su vuelta cuando le rinden cuentas sus empleados.
Como decíamos hay aquí un tema de fidelidad. 'Siervo bueno y fiel', llama aquel señor a los empleados que han sabido sacar rendimiento a aquellos talentos. Creo que todos entendemos bien la parábola que probablemente hayamos meditado muchas veces. Es una mirada a nosotros y a nuestra vida, es una mirada a nuestra fidelidad a la misión que nos han confiado. Una fidelidad a nuestros compromisos adquiridos, sea cual sea el lugar que ocupamos en la vida, sea cual sea la misión que nos han encomendado, sean cuales sean los valores que haya en nosotros y nuestras capacidades y posibilidades.
Es el esfuerzo que hemos de saber realizar, porque no nos podemos cruzar de brazos pensando que todo nos lo van a dar hecho. Es la preocupación llena de responsabilidad con la que buscamos salida a los problemas con los que nos podamos encontrar. Son los deseos de superación y crecimiento que haremos surgir dentro de nosotros para no dejarnos vencer por debilidades ni por cobardías.
Es también la madurez que vamos a mostrar en la vida porque sabremos sobreponernos a las tentaciones con que nos vayamos a encontrar de desistir en nuestro empeño porque encontremos dificultades, de encerrarnos en nuestros miedos y cobardías que coartan esa valentía, con ese coraje con que tenemos que enfrentarnos a la vida.
Es tratar de hacer que cada día nuestra vida tenga más valor porque queremos vivir con intensidad cada momento. Es hacer fructificar de verdad nuestra vida, con lo que nos sentimos llenos en lo más hondo de nosotros mismos alcanzando una plenitud de nuestro ser, y porque con ello estamos haciendo crecer nuestro mundo para lograr también una mayor felicidad para todos.
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