Cuidado que de alguna manera con nuestras exigencias, reglamentos y códigos seamos también un obstáculo para el encuentro el encuentro con Dios de la gente que nos rodea
1 Tesalonicenses 1, 1-5. 8b-10; Sal 149; Mateo 23, 13-22
Nos encontramos muchas veces en la vida gente que parece que está especializada en hacer difícil el camino de los demás. Como quien va echando piedras en el camino que entorpezcan nuestro paso, quien pretende llevarnos por senderos que nos alejan y dificultan el camino, quien esté siempre poniendo trabas para que no podamos avanzar o queriendo desvirtuar lo que hacemos para restarle méritos e importancia a lo que nosotros vamos logrando, como si tuvieran envidia de nuestros avances y logros. Son los caminos que se nos hacen duros y difíciles en la vida, no porque realmente tengamos que coger ese camino de dificultad, sino porque quizás es el que nos presentan los interesados para que realmente no lleguemos a alcanzar nuestras metas.
¿Es humano todo eso? La humanidad donde estaría es en la ayuda que mutuamente nos podamos prestar, en el presentar el lado bueno y positivo, en valorar lo que los otros van consiguiendo. Puede sucedernos en nuestros trabajos, puede sucedernos en la vida de cada día cuando algunos van movidos por envidias, por resentimientos, por desconfianzas de los que nos rodean, que en lugar de animarnos para que con sus sombras quien hundirnos.
¿Nos sucederá algo así en el camino de nuestra vida cristiana, en el camino de nuestro seguimiento de Jesús? Tenemos que reconocer que tambien sucede, cuando queremos llenar o quienes que llenemos nuestra vida de fe y nuestros actos religiosos, por ejemplo, de demasiados crespones negros que en lugar de animarnos a superar quizás las dificultades que podamos encontrar parece más bien que todo lo quieren llenar de tristezas y agobios. No quiere Jesús para nosotros una vida triste, no quiere que su seguimiento se convierta en un ir arrastrandonos desmotivados y llenos de miedos y caras arrugadas de tristeza.
Seguir a Jesus y querer vivir los valores del evangelio es algo que tenemos que hacer con alegría, con entusiasmo, siempre llenos de esperanza a pesar de las limitaciones que en nuestra propia vida podamos encontrar. Quitemos esos crespones negros de desesperanza, de desconfianza, de amargura con que tantas veces nos envolvemos. Algunas veces incluso con nuestras actitudes negativas podemos ser un obstáculo para el camino de los demás.
No es la resignación, por otra parte, lo que nos tiene que motivar sino el deseo de superación, de crecimiento, valorando los pasos que vayamos dando aunque algunas veces nos parezcan pequeños, pero son pasos que siempre van adelante, uno tras otro y que entonces siempre nos tienen que hacer avanzar. Siempre hemos de sentirnos estimulados a crecer, a mejorar nuestra vida, a desarrollar todas nuestras capacidades.
Por supuesto que es camino de superación y de crecimiento y eso tiene sus exigencias en nosotros, pero siempre con ilusión y alegría, siempre valorando cada pequeño paso que vayamos dando. Nunca nos podemos llegar de tantos reglamentos que al final no sabemos ni lo que queremos ni lo que podemos o no podemos hacer. Demasiadas minuciosidades nos hemos imponiendo como protocolos de lo que podemos o no podemos hacer, y nos falta esa libertad interior que nos da el amor, que nos impulsa a la creatividad, que nos hace buscar lo más bello y lo que pueda dar las mejores satisfacciones al corazón. Demasiado hemos enmarcado en negruras de malicias hasta lo más bello que podamos tener en nuestra vida y al final andamos como encorsetados que no podemos disfrutar de aquello que nos puede hacer más felices.
Dios quiere para nosotros un camino de felicidad y un camino que nos lleve a la mayor y mejor realización de nosotros mismos y de todas nuestras capacidades y cualidades. Hoy vemos en el evangelio que jesús les echa en cara a muchos dirigentes del pueblo de Israel en aquellos tiempos, escribas, fariseos y todos aquellos grupúsculos que se habían ido formando en torno al templo de Jerusalén para de alguna manera manipular el camino del pueblo sencillo, de ser en verdad un obstáculo para los demás.
Pero cuando estamos reflexionando en torno a este evangelio y estas actitudes que vemos que jesús denuncia y condena, tendríamos que preguntarnos si de alguna manera nos sigue sucediendo en nuestra iglesia y en nuestros grupos cristianos, o en las actitudes que nosotros mismos podamos tener. ¿Podemos ser de alguna manera con nuestras exigencias, nuestros reglamentos y nuestros códigos también un obstáculo para el encuentro con Jesús, el encuentro con Dios de la gente que nos rodea?
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