Detengámonos
a mirar con los ojos y a los ojos y veremos lo que hay detrás y surgirá una
generosidad nueva en el corazón
Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Sal 23; Lucas
21,1-4
No siempre
sabemos lo que se oculta tras el rostro de una persona. Y no vamos a ir ahora por
el campo de las desconfianzas, porque además es a lo primero que nos sentimos
tentados, sino que detrás de aquel rostro hay una vida, con su historia, con
sus alegrías y con sus penas, con sus sufrimientos y con sus angustias. Por
supuesto, no podemos saber, no podemos ser adivinos, pero sí darle la confianza
de creer en la persona, de valorar a la persona, y podremos desde esa confianza
ganada llegar a conocer, no por curiosidad, sino para entrar en una empatía
distinta qué es lo que hay en esa persona.
Esta actitud
podría tener muchas consecuencias, primero es el respeto hacia esa persona
alejando desconfianzas y sospechas, ahí está la valoración de la persona, la
comprensión ante sus actitudes o sus posturas, ante sus silencios o ante lo que
con su mirada quizás nos quiera trasmitir. No comenzaríamos por hacer juicios
de valor, como tantas veces hacemos, no tenemos por qué criticar desde nuestros
prejuicios; sí tenemos que saber llenar nuestro corazón de amor para entrar en
una nueva sintonía. No es fácil, pero sí es posible según el amor que
desarrollemos en nuestro corazón y la actitud positiva con que nos acerquemos a
esa persona. Qué distintas serían nuestras relaciones, nuestro trato, qué
distintos serían los gestos que fuéramos capaces de poner.
Hoy Jesús nos
está enseñando una cosa importante con este texto del evangelio que se nos
ofrece. Jesús simplemente está a la entrada del templo, allí muy cerca de donde
están los cepillos de las ofrendas. Mucha gente desfila por aquel lugar, pero
Jesús está siempre con su mirada atenta, porque quiere llegar al corazón de
cada persona.
Al entrar al
templo muchos van echando sus ofrendas y limosnas en los cepillos allí
colocados, unos más otros menos. Entre todas aquellas personas una viuda se
acerca también a echar su limosna. Pasaría desapercibida, porque ni iba tocando
campanillas para hacerse notar – es una forma de hablar, aunque también podía
ser la forma para algunos – ni hacia ningún aspaviento sino que quería pasar
desapercibida. ¿A quien iba a importar aquella mujer que como tantos pasaba
junto al arca de las ofrendas y ponía su limosna? Muchos, con los ojos abiertos
también, ni la verían.
Pero Jesús
vio, como solo El puede hacerlo, que allí había una persona pobre, por sus
vestiduras todos podían saber que era una viuda, pero Jesús descubrió la
pobreza que había detrás. Ya nos dirá el evangelista al contarnos el episodio
que era una viuda pobre. ¿Qué había detrás de aquellas vestiduras de luto, de
aquel rostro quizá cruzado por las arrugas de sufrimientos y necesidades
pasadas? Nadie se había fijado en aquel rostro, nadie había notado nada de
extraordinario. ¿Hubiéramos sido nosotros capaces como Jesús?
Es lo primero
que nos está queriendo hacer notar el mensaje de este evangelio. Miremos a las
personas, pero que nuestra mirada sea distinta. Pasamos demasiado por la vida
sin mirar. Alguien quizás más tarde nos hablará de alguien que estaba en la
acera por donde pasamos, y quizá tengamos que reconocer que no la vimos. Como
no miramos a los ojos de aquel que nos tiende una mano pidiendo una ayuda, como
malamente susurramos un saludo si el otro primero tuvo la iniciativa.
Aprendamos a mirar, a mirar a los ojos, a hablar con palabra clara, a abrir
también los oídos para algo que la vida nos va susurrando cuando nos
encontramos con las personas. Habrá algo distinto en nuestro corazón.
Jesús
destacará la generosidad de aquella mujer porque puso todo cuanto tenía frente
a los que daban quizá simplemente de lo que les sobraba; cuantas veces
rebuscamos en nuestros bolsillos para encontrar la moneda más pequeña. Es otra gran lección, sobre el que
normalmente sobreabundamos cuando comentamos este episodio, y que por supuesto
también hemos de tener en cuenta.
Pero si hemos
mirado, y mirado a los ojos, si nos hemos fijado y hemos sabido pensar en lo
que pudiera haber detrás, seguro que nuestra generosidad surgirá como por
encanto. Se ha movido el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario