Aprendamos
de Jesús que no le importaba que publicanos y mujeres pecadoras le siguieran
porque a todos aceptaba y de la misma manera a todos se acercaba
Romanos 14, 7- 12; Sal 26; Lucas 15,
1-10
Mira con quién andas, quizás nos recomendaron cuando éramos muchachos en
el buen deseo de que no nos rodeáramos de malas compañías, y quizás pueda ser
la recomendación que nosotros hagamos también. Pero el sentido de esta frase
puede tener también otras connotaciones, cuando nos señalan o nosotros
señalamos a alguien por la gente de la que nos rodeamos o de la que se rodea a
quien nosotros ya ponemos en entredicho. Puede tener una carga de
discriminación y de desprecio, porque no queremos que nos vean con toda clase
de gente, o juzgamos a alguien simplemente muchas veces por las apariencias. Y
no es menos cuando prejuzgamos y condenamos a las personas.
Le pasaba a Jesús a quienes muchos
andaban prejuzgando porque se rodeaba de toda clase de personas. Siempre habrá algún
puritano en la vida que estará queriendo mirar con lupa la vida de los demás y
nos estará mirando también según la clase de personas a las que frecuentemos. Y
muchas veces también en la vida queremos ir haciendo alardes de personas rectas
y respetables y puede ser que no queramos que nos vean con toda clase de
personas. Pero eso no es el estilo de Jesús ni puede ser el estilo de quienes
nos decimos seguidores de Jesús.
A Jesús se acercaban todos. En Jesús no
había ningún tipo de discriminación; no le importaba que entre sus seguidores
hubiera publicanos y mujeres pecadoras, y a todos aceptaba y dejaba que se
acercaran a El, como de la misma manera El se acercaba a todos. Es a lo que nos
hace referencia el evangelio de hoy. ‘Solían acercarse a Jesús todos los
publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas
murmuraban diciendo: Ese acoge a los pecadores y come con ellos…’
Son posturas, gestos, actitudes que
veremos repetidamente en el evangelio. Va a hospedarse a casa de Zaqueo el
publicano; deja que una mujer pecadora se acerque a sus pies para lavárselos
con sus lágrimas y ungirlos con caro perfume; asistirá al banquete que hace
Leví cuando Jesús lo llama a seguirle y no le importa que en la mesa se sienten
también los publicanos recaudadores de impuestos amigos de Leví; defenderá a la
mujer adultera que están condenando a ser apedreada; ahora vemos que son muchos
los pecadores, los publicanos, que se acercan a Jesús y motiva el comentario,
como en otras ocasiones, de los fariseos contra Jesús. ‘Ese acoge a los
pecadores y come con ellos’.
Ya en otro momento había dicho que el
médico no es para los sanos sino para los que están enfermos y el Hijo del
Hombre, nos viene a decir hoy con sus parábolas, ha venido a buscar la oveja
perdida, a rebuscar en la casa hasta encontrar la moneda extraviada. ¿Y no vale
más una persona que buscamos para llevar a buen camino que una oveja o una
moneda por muy preciosa que sea? Es la alegría del pastor, es el gozo de la
mujer que comparten con todos lo que han sentido cuando se han encontrado con
lo perdido; es el gozo del cielo por un solo pecador que se convierta.
Es la misión y la tarea de la Iglesia.
El anuncio de la buena nueva de Jesús no tiene otro objetivo que hacer
comprender al pecador que Dios le ama y que merece la pena la vuelta atrás del
camino que estamos haciendo para volver a encontrarnos con el Padre que nos ama
y que nos espera con los brazos abiertos. Es lo que cada uno de nosotros tendría
que sentir en su interior y es la búsqueda que siempre tendremos que estar
haciendo para que todos vayan de nuevo al encuentro con Jesús. ¿En verdad será
algo que nos preocupa? Una pregunta que tenemos que tomarnos muy en serio.
Pero han de ser también las actitudes
nuevas que nosotros hemos de saber tener para que nunca discriminemos, para que
nunca rehuyamos la presencia de nadie a nuestro lado, para que seamos nosotros
los que vayamos al encuentro de esos que otros consideran unos perdidos y de
los que todos se alejan, para que nunca miremos por encima del hombro a ninguna
persona ni la prejuzguemos por su apariencia ni la marquemos con el sambenito
que nunca quitamos de sobre su cabeza por lo que haya hecho.
Cuidado que esas malas actitudes de
prejuicios, de discriminaciones y de condenas muchas veces se nos pueden meter
incluso en cualquier esquina de la Iglesia. ¿Has pensado como se puede sentir
esa persona a la que desprecian o a la que no permiten ciertas actividades en
la Iglesia por algo que en algún mal momento de su vida haya podido hacer?
muchas personas con esas heridas caminan por el mundo y por la Iglesia.
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