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lunes, 1 de noviembre de 2021

Celebramos a los que antes que nosotros o ahora a nuestro lado han ido haciendo un mundo mejor lleno de amor, poniendo esperanza y trascendencia en nuestros corazones

 


Celebramos a los que antes que nosotros o ahora a nuestro lado han ido haciendo un mundo mejor lleno de amor, poniendo esperanza y trascendencia en nuestros corazones

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Celebramos la fiesta de Todos los Santos, y sin querer entrar en las confusiones que habitualmente se originan en muchas personas sencillas por la cercanía la Conmemoración de los Fieles Difuntos que celebraremos mañana, fácilmente en nuestra imaginación entran todos los santos que ya llevan ante si el epíteto de santo, porque hayan sido reconocidos como tales por la Iglesia, los santos canonizados; quizá podríamos pensar que como son tantos y no hay un día al año para cada uno, ahora los unimos todos en una sola fiesta, los conozcamos o no los conozcamos.

La celebración de este día va mucho más allá de esas imaginaciones nuestras porque queremos pensar en todos los que han recorrido la historia antes que nosotros con una vida de santidad, llena de fidelidad y de amor aunque oficialmente no se les haya reconocido en una canonización por parte de la Iglesia; y dándole un sentido profundo a esta celebración podremos pensar en los que al lado nuestro hacen también esos caminos de santidad.

No tenemos necesariamente que pensar en personas que hacen cosas maravillosas y portentosas acompañadas de milagros, sino en aquellos que la maravilla de su vida es que en la sencillez de la vida de cada día han vivido y viven de forma extraordinaria su fidelidad y su amor en el más puro sentido y estilo evangélico. Han sabido desprenderse de vanidades y de grandilocuencias para poner amor en cada una de esas cosas pequeñas que cada día les ha tocado vivir; son los padres que viven con una entrega grande y sacrificada la preocupación por los hijos y por la familia y se desviven en el trabajo de cada día para desarrollar su responsabilidad, para ser espejo en el que se miren sus hijos, para pacientemente ir sembrando cada día amor y bellos valores en todos los que están a su lado.

Son los que sienten la responsabilidad de la vida y del mundo en el que viven, allí donde desarrollan sus responsabilidades y donde conviven con los demás y se convierten en sembradores de paz con la mansedumbre de su corazón, buscando siempre el encuentro y el diálogo, fomentando una convivencia pacífica y llena de armonía, queriendo lograr la colaboración entre todos por hacer un mundo mejor y siendo capaces de sacrificarse por ese bien que quieren para cuantos están a su lado.

Son los que no pierden la alegría y la esperanza a pesar de las estrecheces y limitaciones por las que puedan pasar en la vida, los que arrancan todo tipo de amargura de su corazón, los que no se dejan malear por la malicia que puedan encontrar a su alrededor, los que se sobreponen a los problemas y dificultades haciendo que nunca falte la paz en sus corazones para poder contagiarla a los demás.

Son los que veremos siempre con un corazón limpio y puro, arrojando lejos de si toda malicia y toda desconfianza, alejando se sus corazones rivalidades y envidias, sabiendo contar con todo lo bueno que venga de los otros sean quienes sean, porque no serán capaces de hacer discriminaciones ni desprecios a quienes consideran siempre como unos hermanos con los que caminar juntos.

Qué a gusto nos sentimos a su lado, cómo se presencia se convierte en estímulo para nuestras luchas personales, cómo nos sentimos arrastrados por esa alegría que siempre se desprende de sus corazones llenos de esperanza.

Son aquellos que con un corazón lleno de misericordia y compasión son capaces de derramar una lágrima de compasión ante el dolor o la injusticia, los que están siempre dispuestos para el servicio, poniendo una mano allí donde haga falta, aquellos que saben sentir el dolor y el sufrimiento de los demás como algo propio, aquellos que nunca se quedan con los brazos cruzados allí donde hay una necesidad y surge un problema, aquellos que no hacen distinción entre amigos o conocidos porque todos, sean de la condición que sean, serán un ser humano que merecer vivir en humanidad y al que sentirán siempre como un hermano al que hay que amar.

Son aquellos que nunca pierden la esperanza porque saben bien en quien ponen el apoyo de su vida porque se confían totalmente de Dios a quien quieren escuchar en el silencio de su corazón; son los que no pierden la sonrisa que brota de su corazón porque se sienten amados de Dios y llenos de su Espíritu que es el que les da fuerza.

Son muchos así los que podemos encontrar haciendo camino a nuestro lado; muchas veces nos pasarán desapercibidos, pero también nuestra mirada limpia puede ser capaz de descubrirlos y aprender a valorarlos. Y hoy los queremos tener en cuenta, los que han caminado antes que nosotros o los que ahora caminan a nuestro lado y van haciendo un mundo mejor, más lleno de humanidad, haciendo que resplandezca el amor y sembrando así esperanza en nuestros corazones. Son los que han hecho vida en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas de las que nos habla Jesús en el evangelio.

 Por eso esta fiesta de Todos los Santos es para nosotros una fiesta de esperanza y un aliciente para nuestro camino que tantas veces nos cuesta recorrer. Sintamos estimulados por su ejemplo; sintamos que se eleva nuestro espíritu en deseos de cielo y de eternidad gozosa junto al Señor; contemplamos y celebramos a esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar, pero entre los que nosotros esperamos encontrarnos un día; damos gracia a Dios por esas personas que en su sencillez y en la pureza de su corazón nos siguen haciendo presente a Dios en nuestro mundo tan necesitado de Dios; con ellos queremos cantar para siempre, con esos coros celestiales, la gloria del Señor.

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