No es
un tatuaje que llevemos en alguna parte del cuerpo, es algo que llevamos
grabado en el corazón, que el amor al prójimo dará credibilidad al amor que
tenemos a Dios
Deuteronomio 6, 2-6; Sal. 17; Hebreos 7,
23-28; Marcos 12, 28b-34
No es raro que a cada paso que demos
nos encontremos con un joven – o no tan joven muchas veces hay que decirlo
también – que lleva tatuajes grabados en su cuerpo, brazos, pecho, espaldas,
piernas de su personajes favoritos, de lemas o frases que le han llamado la
atención y poco menos que ponen como metas de su vida, o de las cosas más insólitas.
A los más mayores nos llama la atención, pensamos en cosas o locuras de
jóvenes, pero son modas que se van extendiendo más y más. ¿Nos tienen que
llamar la atención? ¿Pasamos de esas cosas que consideramos pasajeras porque
otras modas vendrán? Pero ahí están y a la larga no son cosas tan modernas, que
en otras épocas había costumbres con un significado bastante parecido.
Bueno, si prestamos atención a lo que
hemos escuchado en el libro del Deuteronomio Moisés le dice al pueblo de parte
del Señor que las palabras que ha escuchado – se refiere a los mandamientos –
los lleve grabados en el corazón. Pero si cogemos el testo en su contexto les
dirá que estas palabras estén siempre presentes en su frente, presentes ante
sus ojos y bien sabemos de la costumbre de las filacterias que eran aquellas
franjas de tela que ceñían su frente o colgaban de sus brazos donde estaban
escritas las palabras de la ley del Señor, para dar así cumplimiento (¿?) a las
palabras de Moisés.
Palabras grabadas en el corazón, es
algo más hondo que un tatuaje externo, porque es tatuar en nuestro corazón la
ley del Señor, los mandamientos de Dios. y bien sabemos que estas palabras que
hoy escuchamos en el Deuteronomio eran palabras aprendidas de memoria por todo
buen judío que repetía al entrar o salir de casa, al ponerse en camino o al
emprender cualquier tarea como si fuera una oracion al Señor. Ahí en la puerta
estaban grabadas esas palabras o escritas en un pequeño rollo que pendía de la
puerta de entrada de toda casa judía.
¿Llevamos nosotros grabadas en el
corazón las Palabras del Señor, el mandamiento del Señor? De más pequeños
aprendimos en la catequesis los mandamientos que recitábamos de memoria y que
sería incluso exigencia básica para poder acceder a los sacramentos de la inacción
cristiana; pero quizás se nos hayan quedado en la lejanía de nuestra niñez y de
la catequesis que entonces recibimos y ya no solo no los tengamos en la memoria
– todo lo olvidamos, al menos lo que nos interesa menos – pero peor aun que no
los tengamos grabados en el corazón.
Nos sorprende quizá en el evangelio que
un escriba, que era un experto en la ley del Señor, venga a preguntarle a Jesús
por el primer mandamiento. Sabemos que en ocasiones vendrán algunos a poner a
prueba a Jesús, a hacerle pasar un examen para ver si lo que Jesús está
enseñando está conforme con la ley de Moisés. Pero no vamos a pensar hoy así de
este escriba que quizás lo que quiera es entrar en diálogo con Jesús y que nos
puede ayudar a nosotros también a profundizar en lo que es el verdadero
mandamiento del Señor.
Quizás sea también la pregunta que
nosotros tengamos que hacernos. A nosotros mismos y a Jesús, ¿por qué no? ‘¿Qué
mandamiento es el primero de todos?’ ¿Cuál es el primer mandamiento? Quizás
podamos responder todos a uno conforme aquello que un día aprendimos ‘amarás
a Dios sobre todas las cosas’. Es lo que recuerda Jesús que estaba escrito
en el libro del Deuteronomio: ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es
el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Pero Jesús viene a decirnos, a
recordarnos algo más. ‘El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. No hay mandamiento mayor que estos’.
‘No hay mandamiento mayor que estos’, concluye Jesús. El amor de Dios sobre todas las
cosas, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu
ser… pero nos está diciendo Jesús que no podemos amar a Dios de esta manera si
no llenamos de verdad de amor nuestro corazón para con todos. El amor a Dios
tiene que ser también amor a los hermanos, porque entonces no habría amor
verdadero. ¿Cómo amamos al padre y no amamos a los hijos?
Es el mandamiento que nos ha dejado Jesús,
que con el mismo amor que El nos ama, amemos a los demás; que con el mismo amor
que le amamos a El, amemos a los demás; que no podremos decir que le amamos a
El si no amamos a nuestro prójimo. El amor que le tenemos al prójimo será el
criterio de credibilidad del amor que le tenemos a Dios. ‘Amar al prójimo
como uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’, concluye
aquel escriba a las palabras de Jesús. Por eso Jesús le dirá que ‘no estás
lejos del Reino de Dios’.
¿Será eso en verdad lo que llevamos
grabado en el corazón? Hablábamos al principio de cómo los jóvenes visualizan
sus preferencias y sus gustos en los tatuajes que se hacen en las diferentes
partes del cuerpo, ¿cómo estaremos nosotros visualizando el amor que le tenemos
a Dios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario