Escuchar
a Jesús significa plantar en la vida sus palabras para que se transformen en
actitudes nuevas, en nuevas posturas y compromisos, en una nueva forma de vivir
y existir
Hechos de los apóstoles 11, 19-26; Sal 86; Juan
10, 22-30
Cuando hacemos preguntas se supone que
estamos interesados en encontrar respuesta a lo que no sabemos; se supone
sinceridad auténtica en quien hace la pregunta con curiosidad e interés por
aprender, por conocer aquello que no conocemos. Pero seguramente habremos visto
preguntas hechas con mucha astucia porque queremos obtener la respuesta que a
nosotros nos interesa. No es interés por la verdad sino son deseos que
tergiversan preguntas y respuestas para hacer decir a quien nos responde lo que
nos interesa; preguntas capciones, preguntas interesadas y dirigidas, donde
quizá lo que buscamos es un apoyo a lo que son nuestras ideas, pero no son
deseos de verdad.
A través del evangelio nos encontramos
muchas situaciones así en quienes hacen preguntas a Jesús, a fuer de
presentarse con tentaciones de vanidades con alabanzas y adulación como cuando
le dicen para reconocer de boquilla afuera que Jesús es sincero y veraz. Son
las preguntas por los intereses de la vida eterna cuando no están dispuestos a
hacer lo que les pide Jesús, son las preguntas por el mandamiento principal de
la ley pero intentando ver si Jesús responde con lo que dice la Escritura, o
son preguntas como la que hoy escuchamos donde le preguntan algo así como por
la propia identidad de Jesús.
‘¿Hasta cuándo nos vas a tener en
suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente’, le dicen hoy. Pero ellos tenían una idea de Mesías
muy particular y era eso realmente lo que buscaban en Jesús. Entre ellos estaba
el concepto del Mesías que se presentaría algo así como un guerrillero
libertador que les iba a liberar del yugo de los romanos que eran los que ahora
los dominaban. Muchos movimientos en ese sentido circulaban sobre todo por
Galilea con esos deseos de liberación y que querían aprovecharse de cualquier
movimiento del pueblo para alzarse en armas. Pero no era la idea de Mesías de
Jesús.
Jesús les habla de un reino nuevo, el
Reino de Dios que precisamente no va por esos caminos de violencia; han de
saber reconocer las obras que Jesús hace y que nos manifiestan ese señorío de
Dios en nuestras vidas; les habla de un camino nuevo donde han de escucharle
como al Pastor que en verdad guía sus vidas y han de seguirle; pero han de
conocer y escuchar su voz, o lo que es lo mismo, creer en El para seguirle y
alcanzar la vida eterna.
‘Os lo he dicho, y no creéis; las
obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero
vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y
yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán
para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano…’
A pesar de los entusiasmos que en
muchas ocasiones manifestaban sin embargo su fe en El no era totalmente sincera
y en muchos momentos muy débil o incluso interesada. No es solo tras el
entusiasmo del milagro, porque quizá nos sentimos beneficiarios de algunas
cosas de nuestro interés, cuando se ha de manifestar y expresar esa fe. Es el
querer escucharle en el día a día y también en los momentos oscuros, es el
plantar en el corazón y en la vida esas palabras de Jesús para que se
transformen en nosotros en actitudes nuevas, en nuestras posturas y
compromisos, en una nueva forma de vivir y existir.
Muchas veces somos cristianos de
fervorín, de los momentos brillantes, de las emociones vibrantes y fuertes que
nos pueden provocar un fervor ocasional que pronto se enfría, de una piedad y
religiosidad poco comprometida con la vida y que solo satisfacemos con ofrendas
puntuales de cosas, pero donde no terminamos de ofrecer nuestro corazón, de
tradiciones para cumplir en determinados momentos pero que se traducen poco en
una religiosidad profunda, en una espiritualidad honda que motive cada momento
de la vida.
Seguir a Jesús, creer en El exige mucho
más, ha de implicar toda nuestra vida, ha de darle verdadera profundidad a
nuestra existencia fundamentándola en los valores del evangelio. Se nos plantea
la sinceridad y autenticidad de nuestra respuesta.
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