Entrada
de Jesús en el templo con ecos de pascua en ofrenda de amor que nos evoca cómo
de manos de María de Candelaria fue la primera entrada de Jesús en nuestra
tierra canaria
Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18;
Lucas 2,22-40
‘¡Portones!, alzad los dinteles, que
se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese
Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria’.
Pueden ser perfectamente ecos de la
entrada del Arca de la Alianza en el Santuario, en el templo de Jerusalén que
tenemos en los salmos y que hoy recoge la liturgia en esta fiesta de la Presentación
de Jesús en el templo. Todo hoy nos está hablando de entrada; una primera
referencia el salmo, como decíamos, a la entrada del Arca de la Alianza en el
templo de Jerusalén, pero especialmente hoy, a los cuarenta días del nacimiento
de Jesús, es su primera entrada en el templo de Jerusalén con amplios sones
pascuales.
Hubiera sido una entrada desapercibida,
como realmente en parte fue a pesar de la importancia del momento, si no
hubiera sido por aquellos ancianos que en el templo habían envejecido esperando
el cumplimiento de las promesas del Señor. son ellos los que movidos por la
acción del Espíritu Santo en sus corazones los que descubrieron en aquel niño
llevado en brazos por aquel matrimonio joven de Galilea al que era la salvación
del mundo y la luz para todos los hombres.
Ya hemos escuchado el relato en el
evangelio; cómo el anciano Simeón coge en brazos a aquel niño para cantar las
alabanzas del Señor. Su corazón se ha llenado de gozo porque sus ojos han visto
al Salvador como así había sentido inspirado por el Espíritu Santo y ahora ya
puede poner totalmente su vida en las manos del Señor. ‘Ya puedes dejar
morir a tu siervo en paz, Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de
tu pueblo Israel’.
Aunque los oídos humanos en aquel
momento no lo pudieran escuchar seguro que el coro de los ángeles en el cielo estaría
cantando aquel cántico de alabanza al Señor que hoy la liturgia nos ha ofrecido
en el salmo responsorial, como ya hicimos mención al principio. Creo que
nosotros en nuestra celebración tendríamos que hacernos de verdad eco con todo
sentido de dicho cántico de alabanza. ‘¡Portones!, alzad los dinteles, que
se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese
Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria’.
Nosotros podemos confesar, repito con todo sentido, esa confesión de fe, allí
está, sí, ‘el Señor, Dios de los Ejércitos, el Rey de la gloria’, y más
si lo vivimos en todo su sentido pascual.
Decíamos todo nos habla de subida y
tiene sentido de pascua y es que en aquellas palabras que luego Simeón dedicara
a María llevaban incluido ese sentido pascual. Jesús, es cierto, iba a ser ese
signo de contradicción, ante El habrían de decantarse los hombres y los pueblos
de todos los tiempos, como lo fue en aquella otra subida a Jerusalén de Jesús
para su pascua. Su templo y altar iba a ser la cruz, porque el sacrificio que
se iba a ofrecer no era un sacrificio cualquiera. Ahora sus padres, en su
pobreza, habían ofrecido un par de tórtolas, pero Jesús sería el que se
ofrecería a sí mismo en el altar de la cruz siendo sacerdote, victima y altar.
Su sangre derramada, signo grande del que nos ama hasta entregar su vida por
nosotros, iba a ser la señal de aquel gran sacrificio e iba a ser la sangre de
la nueva Alianza, de la eterna Alianza que sería ya para siempre una Alianza de
Amor y de salvación.
Y allí en aquella primera subida de Jesús
al templo estaba la madre, cuya alma iba a ser atravesada por una espada de
dolor, que ella también al pie de la cruz convertirá en una espada de amor
cuando con el Hijo ella también se entrega para ser como madre corredentora de
aquellos hijos que de Jesús recibía en aquel momento supremo de la entrega y de
la muerte.
Por eso podemos decir que también es la
subida y entrada de la madre, de María, que ya sería para siempre la madre de
todos los hombres. Esta celebración lleva unida a la presentación de Jesús en
el templo aquel rito de purificación de la madre a los cuarenta días del parto.
Para María no fue solo una purificación ritual, sino que podríamos decir que el
comienzo de su ofrenda de amor.
A María siempre la tenemos delante de
nuestros ojos como el mejor modelo y ejemplo de lo que ha de ser también
nuestro amor; muchas imágenes de María llevan en sí la impronta de su vivencia
de la Pascua cuando la queremos llamar Madre de los Dolores o Madre de la
Esperanza con el reflejo de su presencia al pie de la cruz, que fue para ella
también la culminación de esa ofrenda de amor.
Y aquí es donde hoy yo quiero ver otra
entrada, en este caso de manos de María. María fue la primera que nos trajo a Jesús,
fue primer evangelio de Jesús. Hoy, nosotros, los canarios la celebramos con al
Advocación de la Virgen de Candelaria y recordamos y celebramos como su bendita
imagen estuvo en nuestra tierra antes incluso que llegara el conquistador o el
misionero.
Aquella imagen aparecida en las playas de Chimisay antes de la conquista de nuestras Islas fue el primer evangelio que llegó a nuestra tierra. Nuestros antepasados los guanches en aquella imagen querían ver a la que ellos llamaban la madre del sol, Chaxiraxi, la madre de la luz podríamos traducir nosotros y en aquella imagen de María estaba también Jesús. Por eso la llamamos nosotros la Candelaria, la que trae para nosotros en sus manos la luz, una candela en una mano y a Jesús en su otro brazo. Fue como la presentación que María hace de Jesús a nuestros antepasados los guanches, por eso digo que podemos hablar de entrada de Jesús de manos de María en nuestra tierra.
Que de manos de María entre Jesús en
nuestra vida, como de manos de María y con Jesús reinando en nuestro corazón
entremos nosotros en la gloria del Señor. Que se alcen las antiguas
compuertas que va a entrar el Rey de la gloria. Sí, muchas antiguas y
viejas barreras tenemos que levantar en nuestro corazón para dar paso al Señor
y Rey de la gloria a nuestra vida. Queremos hacer ofrenda y ofrenda de amor
nosotros hoy en esta fiesta en que también de manera especial celebramos a
María. Que ella prenda esa luz en nuestro corazón y nunca se apague, que
vivamos siempre en la claridad de la luz para que así resplandezcan las obras
de nuestro amor.
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