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miércoles, 3 de febrero de 2021

Ante todo humildad y apertura del corazón a la Palabra de Dios llegue por donde nos llegue y respeto y valoración del otro que también tiene una palabra buena para nosotros

 


Ante todo humildad y apertura del corazón a la Palabra de Dios llegue por donde nos llegue y respeto y valoración del otro que también tiene una palabra buena para nosotros

Hebreos 12,4-7.11-15; Sal 102; Marcos 6,1-6

Se suele decir que no hay peor ciego que el que no quiere ver; es cierto que muchas veces nos cegamos y no vemos las cosas por muy claras que estén delante de nosotros; bien porque no nos terminemos de creer aquello que nos han contando, o aquello que ha sucedido y todos nos hemos enterado, nos parece imposible; otras veces quizás somos interesados y no queremos saber, no queremos creer, no queremos enterarnos, porque pueden ser cosas que nos comprometan, pueden ser cosas que nos obliguen a tomar una decisión y ahora no estamos por el cambio; puede ser también el orgullo que se nos meta dentro de nosotros y no vamos a permitir que otro pueda prevalecer por encima de nosotros, pueda destacar más, y no creemos no queremos creer, no queremos aceptar esa realidad.

Son muchas las cosas que nos ciegan en la vida, en muchas situaciones, en muchos momentos, en nuestras relaciones con los demás o en lo que a nosotros mismos nos sucede pero que no queremos aceptar.

¿Qué les pasó a los habitantes de Nazaret? Llegó Jesús y ya con cierta fama porque lo que iba haciendo por otros lugares corría como reguero de pólvora y las noticias llegaban antes que las personas, y dado que habían escuchado que enseñaba en las sinagogas cuando el sábado fue a la sinagoga en el tiempo de la oración y de la lectura de la ley, Jesús se ofreció para hacer proclamación del profeta y se puso a enseñarles.

Sorpresa al escucharle, aunque su fama ya había llegado ha sus oídos, admiración ante su palabra y lo que enseñaba, en principio se sentían entusiasmados con sus enseñanzas, pero pronto comenzaron a verlo con ojos pueblerinos. ¿Qué nos viene a enseñar este que es el hijo del carpintero?

Allí había pasado su infancia y juventud, de allí había partido un día, como tantos en dirección al Jordán donde Juan estaba predicando y bautizando, y tras no mucho tiempo había vuelto por Galilea, aunque estaba más establecido en Cafarnaún; y ahora viene con estas enseñanzas, si El no ha acudido a ninguna de las escuelas rabínicas de Jerusalén; aquí están sus parientes – sus hermanos, como se solía llamar a todos los parientes -, todos nos conocemos. Y sus ojos se velaron. Escuchaban su Palabra por la que en principio sentían admiración pero no la aceptaban porque El solo era el hijo del carpintero.

Dice el evangelista, que Jesús se extrañó de su falta de fe, y salvo alguna curación no hizo milagros importantes en su pueblo de Nazaret. Sus orgullos de pueblo les llevaron a cerrar los ojos a la fe y no aceptaron a Jesús. Muchos filtros ponían en sus ojos y en su corazón pero faltaba el importante de la humildad. El orgullo nos ciega y sabemos que solo la humildad nos abrirá los ojos para ver la acción de Dios.

Solo desde la humildad podemos hacer el reconocimiento de Dios que viene a nosotros y se nos manifiesta donde menos lo esperamos; y Dios se nos manifiesta en el que está a nuestro lado, en el pariente o en el amigo que nos dice una buena palabra; en una persona anónima quizá pero en la que vemos un gesto que nos causa admiración; en aquel que menos pensamos porque en nuestras discriminaciones tantas veces marcamos a las personas y las creemos incapaces de hacer algo bueno. Humildad para descubrir esa acción de Dios que llega a nosotros con su vida y salvación. Pero Jesús siguió recorriendo los pueblos vecinos y haciendo el anuncio del Reino de Dios.

Mucho tenemos que aprender de este episodio. Ante todo humildad y apertura del corazón a la Palabra de Dios llegue por donde nos llegue. Después respeto y valoración de los demás para que para todos haya una sincera acogida desde el corazón.

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