En
cuantas pendientes resbaladizas nos metemos nosotros también en la vida que nos
arrastran por caminos de incongruencia y contradicción
Hebreos 13,1-8; Sal 26; Marcos 6,14-29
Incongruencias de la vida, lo somos con
demasiada frecuencia. Incongruentes en nuestras relaciones con los demás,
incongruentes con nosotros mismos… de muchas maneras. Es la falta de total
coherencia entre ideas, acciones, cosas; carece de sentido lo que hacemos si lo
confrontamos con lo que decimos; es como contradecirnos a nosotros mismos; es
en la apariencia manifestarnos de alguna forma con nuestras palabras y nuestras
ideas, pero luego nos contradecimos con lo que hacemos que va por otro camino.
Y esto tiene aplicación a muchos aspectos de la vida, en lo personal, en las
relaciones con los demás, como ya decíamos, en la forma de actuar en la vida y
en la sociedad en la que vivimos.
Nos puede estar sucediendo también en
nuestro camino de la fe, en la manifestación de lo que es o tiene que ser
nuestra vida cristiana. Confesamos con nuestras palabras una fe que decimos que
sentimos, pero luego nuestra manera de obrar está muy lejos de esa fe.
Recitamos el credo cada domingo cuando vamos a Misa, pero luego decimos que no
creemos en la resurrección ni en la vida eterna; y no es que lo digamos sino
que nuestra manera de vivir no lo hacemos ni con esperanza ni con
trascendencia, porque solo vivimos como si fuera solamente el momento presente,
o lo que vivimos en esta tierra hasta que nos muramos. Tendríamos que
revisarnos muchas cosas.
Es lo que estamos viendo en los
personajes que nos presenta hoy el evangelio, de manera especial nos referimos
a Herodes. Comienza el evangelio diciendo que sentía alguna inquietud, si acaso
no miedo, cuando oía hablar de Jesús. Algunos le decían que era como un nuevo
profeta que había aparecido por Galilea – precisamente sus dominios – otros
hablaban de Jesús como si fuera la vuelta del profeta Elías, pero él recordaba
a Juan Bautista, y es que su conciencia le remordía por lo que había hecho, lo
había mandado decapitar. Pensaba que era el Bautista que había resucitado con
especiales poderes.
A continuación el evangelista nos narra
el episodio de la muerte de Juan Bautista. Herodes lo había metido en la cárcel
a instigación de la mujer con la que convivía, que era la mujer de su hermano.
Pero al mismo tiempo se nos dice que escuchaba con gusto a Juan y que lo
respetaba porque sabía que era un hombre justo y santo. Incongruencia, ¿lo
respetas y lo quieres escuchar y lo quitas de en medio metiéndolo en la cárcel?
Cuando entramos en el camino del mal,
porque no nos respetamos ni a nosotros mismos ni somos congruentes con aquello
que decimos o que pensamos, todo se convierte en una pendiente y en una
pendiente resbaladiza. Nos precipitamos sin remedio, nos es difícil salir de
ese embrollo. Y es lo que le sucedió a Herodes. Su vida era una vida libidinosa
buscando solo el placer y la diversión. Y en una fiesta en su palacio donde
había invitado a mucha gente de la principal de su reino las cosas se
precipitaron. La hija de Herodías, la mujer con la que convivía y que Juan
denunciaba su pecado, bailó para el rey y los comensales; tanto agradó al rey
que prometió darle lo que quisiera aunque fuera la mitad de su reino. Fue la
oportunidad de Herodías, a quien consultó su hija, para eliminar a Juan. Ya
conocemos el final del relato, el final de la vida del Bautista. Aunque el rey
se pusiera triste por la petición y por aquello de que lo respetaba, ahora
prevalecieron los respetos humanos que la verdadera justicia. La pendiente
resbaladiza que nos precipita.
En cuantas pendientes resbaladizas nos
metemos nosotros también en la vida; cuantos respetos humanos, cuantos miedos
al que dirán, cuantos temores a ir a contracorriente de lo que todo el mundo
hace a pesar de que sabemos cual sería lo bueno y lo recto que tendríamos que
hacer, cuanta indiferencia se nos va metiendo en el corazón que enfría nuestros
sentimientos y que le quita verdadero ardor a nuestra vida, cuando nos miramos
a nosotros mismos y a nuestros intereses o ganancias antes de comenzar a mirar
alrededor para cual tendría que ser nuestra mejor forma de actuar. Incongruencias
de nuestra vida, porque nos dejamos influir, nos dejamos arrastrar por la
corriente, porque nos metemos en el peligro sabiendo que nos va a costar
liberarnos de él. Como decíamos antes, muchas cosas tendríamos que examinar en
nuestra vida.
Y lo sabemos, pero no damos los pasos
de congruencia necesarios; lo sabemos y seguimos en la tibieza de nuestra fe,
que al final ni fríos ni calientes, ni sabemos donde realmente estamos; lo
sabemos y no terminamos de anclar nuestra vida en el Señor y no le prestamos
mayor atención a la Palabra de Dios, no ahondamos en nuestra oración y en
nuestro encuentro con el Señor y seguimos contentándonos con algo meramente
ritual pero sin vida en nuestros rezos, abandonamos la vida sacramental y
pensemos por ejemplo cuanto tiempo hace que no te confiesas, no celebras el
sacramento de la penitencia.
Hemos subrayado algunos aspectos en el
orden de nuestra fe y vivencias religiosas, pero podríamos analizar nuestra
vida personal, todo lo que se refiera a nuestro crecimiento como persona, al
cultivo de los valores, a nuestros deseos de ponernos a tener una mayor
formación en muchos aspectos. Da pie el evangelio para muchas reflexiones.
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