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jueves, 4 de febrero de 2021

Demos más señales de gratuidad para que así sea más resplandeciente la imagen del Reino de Dios que desde la Iglesia queremos mostrar

 

Demos más
señales de gratuidad para que así sea más resplandeciente la imagen del Reino de Dios que desde la Iglesia queremos mostrar

Hebreos 12,18-19. 21-24; Sal 47; Marcos 6,7-13

Vivimos en una sociedad de trueque y cambio; tú me das y yo te doy, o mejor, cuánto tengo que darte para que me des esto; claro que esa es la base del comercio, arranque de la economía, camino de la riqueza, y detrás de ello hablamos luego del bienestar. Pero es que esos intereses y ganancias lo queremos tener por todo, somos capaces de vender lo que sea.

¿Vendemos lo que sea? Por ahí puede ir el tema a reflexionar, hay cosas que ni se compran ni se venden; tiene que haber valores en nuestra vida para que seamos verdaderamente humanos que tienen que estar más allá de esas leyes económicas; parecería que la gratuidad no está muy presente en este mundo tan lleno de intereses. Lo de gratuito quizá para exigir porque nos consideramos con derecho a todo y si podemos evitarnos el esfuerzo o el gasto de aquellos medios que tenemos, pues mejor.

En el fondo creo que os dais cuenta de que a lo que quiero hacer referencia es a la gratuidad, aunque ya sé que por otra parte surgen desconfianzas porque siempre queremos ver intereses o segundas intenciones detrás. Pienso en cuánto podemos dar de manera gratuita a los demás haciendo que se sientan bien – porque no lo hacemos como si fuera una limosna – sino que de alguna manera tendríamos que convertirlo en un estilo de vivir.

Quizá en momentos de la vida que hemos vivido con más premuras hemos sido más generosos y ha surgido el compartir y el ofrecer de manera generosa y gratuita cuanto somos, primero que nada, que nos ha llevado también a dar gratuitamente de lo que tenemos.

Me ha surgido toda esta reflexión desde lo que escuchamos hoy en el evangelio. Jesús ha escogido doce entre sus discípulos – en otro lugar del evangelio se nos dirá que los llamó apóstoles (enviados) – y los envía de dos en dos a anunciar el Reino de Dios, dándoles incluso autoridad sobre los espíritus inmundos. Pero es especialmente significativo cómo les dice que han de ir, despojados de todo, sin dineros en los bolsillos ni túnicas de recambio, sin provisiones para el camino sino sólo un bastón y las sandalias que llevan puestas.

Aquello que van a dar gratuitamente que es el anuncio del reino de Dios va a ser mejor comprendido si quien va a hacer ese anuncio va desde su pobreza y su disponibilidad. Irán regalando el don de la Palabra de Dios y podrán curar a los enfermos, pero su disponibilidad y su pobreza, la gratuidad con la que van por la vida van a ser las primeras señales de la llegada de ese Reino de Dios; por eso simplemente entrarán en las casas donde son acogidos como señales y signos de la paz que quieren transmitir y de que el Reino de Dios se está haciendo presente también en aquellos lugares donde son acogidos.

Quien va pobre ofreciendo solo su voz para el anuncio y su amor generoso para curar los corazones y liberar del mal, no se le van a descubrir detrás otros intereses o segundas intenciones ni una búsqueda de ganancias. En la gratuidad con que ofrecen sus vidas se harán verdaderamente creíbles, o lo que es más, harán creíble el anuncio del Reino que van haciendo.

Que lástima que tantas veces alrededor del anuncio de la Palabra de Dios se hayan oído tantos tintineos de monedas y de dineros; qué lástima la mala imagen que hemos dado tantas veces en la Iglesia con esos sonidos que parecen repiques pero que no atraen ni llaman, sino que más bien muchas veces nos espantan.

Tenemos que mostrar la imagen de una Iglesia pobre pero que al mismo tiempo es generosa. Y de eso tenemos que tomar conciencia todos de arriba abajo y de abajo a arriba. Desprendernos de alforjas, de fajas de dineros y de túnicas de repuesto porque a otros son a los que tenemos que vestir y con los que tenemos que compartir. Demos más señales de gratuidad para que así sea más resplandeciente la imagen del Reino de Dios que desde la Iglesia queremos mostrar.

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