La
Palabra de Dios siempre es novedad y Buena Noticia de la que tenemos que
dejarnos sorprender para discernir lo que el Señor quiere de nosotros en cada
momento
Hebreos 11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20
Hoy es un evangelio de un cierto
desconcierto. Primero, es el hecho de que Jesús se haya acercado con los discípulos
a una región que no era propiamente judía; en contadas ocasiones le veremos
actuar fuera de los confines de la palestina judía, como en la ocasión en que
la cananea grita detrás de El pidiéndole auxilio para su hija poseída por el Espíritu
del mal. En aquella ocasión parece Jesús displicente cuando le dice que el pan
de los hijos no se echa a los perros, mezclando en su lenguaje la forma cómo
los judíos solían tratar a los gentiles; pero la fe de aquella mujer le moverá
entonces a acceder a la petición de aquella madre.
Ahora está en territorio de los
gerasenos; el hecho de que cuiden piaras de cerdos ya nos manifiesta que no
eran de religión judía, pues el cerdo era considerado un animal impuro cuya
carne no comían, ni siquiera podían tocar. Puede ser significativo para cuando
va a suceder en este pasaje; surgirá un hombre poseído también por el maligno a
quien nadie podía dominar, pero que sin embargo reconoce en la presencia de Jesús
el poder de Dios que está sobre todo. Como escuchábamos en el episodio del
endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún también proclamará quién es Jesús. ‘¿Qué
tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?’
Jesús liberará a aquel hombre del espíritu
del maligno que le posee, haciendo que la piara de cerdos se arroje poseída por
el maligno por el acantilado ahogándose en el mar. Llegarán las gentes que hasta entonces habían
tenido que soportar las ‘locuras’, vamos a decirlo así, de aquel hombre
a quien ahora contemplan tranquilo y sano sentado allí en medio de ellos, y a
quien ya no han de temer. Y aquí viene algo que también nos desconcierta en
este texto. ‘Le rogaban que se marchara de su comarca’.
Tienen allí a quien les ha traído la salvación
y no han sabido leer los signos de Dios. Como nos sucede muchas veces, nos
cegamos; estarán por medio nuestros intereses, estará también la costumbre que
se vuelve rutina de la que no queremos salir, estará el miedo a lo que en el
futuro nos puede devenir y que por lo incierto y ante el temor de nuevos y
distintos compromisos rehusamos entrar en esa dinámica. Esto que nos
desconcierta de la negación de aquellas gentes a aceptar el misterio de gracia
puede significar quizás muchos interrogantes en nuestra vida.
Jesús no fuerza nunca la respuesta que
hemos de dar. Nos ofrece su camino de gracia que podemos aceptar o no, pero
todo depende de nosotros. Por eso Jesús con los discípulos se sube a la barca
para marchar por otros caminos. Pero aquel que había sido liberado del mal sí
reconoce la gracia que ha recibido y quiere corresponder; por eso pide el irse
con Jesús. Pero ahora será Jesús el que le dice que se quede. ‘Pero no se lo
permitió, sino que le dijo: Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el
Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti’.
Aquel hombre tenía allí una misión, un
testimonio que dar en cuanto él había recibido. Aquellas gentes reacias a la
presencia de Jesús sin embargo necesitan el anuncio de la Buena Nueva. Sería el
testimonio de aquel hombre quien tendría que anunciarlo desde lo que él había
vivido, desde su propia vida. No sería fácil seguramente la tarea vista las
predisposiciones de aquellas gentes. ‘El hombre se marchó y empezó a
proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y finalmente todos
se admiraban’.
¿Nos cuesta ir a los nuestros, allí
donde todos nos conocen? Reconozcamos que muchas veces nos suceda si,
preferimos ir a otro lado, allí donde no nos conozcan que entre los nuestros,
los que nos conocen de siempre hacer el anuncio. ¿Miedos y cobardías humanas? ¿Falsos
respetos humanos? ¿Pensamos que acaso no nos van a escuchar porque nos conocen
de siempre, como a Jesús en Nazaret a quien le dicen que es el hijo del
carpintero? Es cierto que un profeta no es despreciado sino solo en su
patria, pero en nuestra patria, en nuestro lugar, allí tenemos que ser
testigos y profetas.
Los desconciertos que se producen en
muchas ocasiones son un buen toque de atención, para que en verdad lleguemos a
descubrir lo que el Señor quiere de nosotros.
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