Para
decir esa palabra profética que el mundo necesita escuchar, para ser verdaderos
profetas hace falta una valentía que en nuestra tibieza no acabamos de ser
1Timoteo 3, 14-16; Sal 110; Lucas 7,31-35
A veces no hay quien nos entienda, o
quizás no nos entendemos ni nosotros mismos. Así andamos sin saber lo que
buscamos, lo que queremos, lo que son en verdad nuestras aspiraciones. Estamos
a lo que salta y andamos como veletas según el viento que nos toque. Nos sucede
por falta de personalidad, porque no hemos llegado quizá a tomarnos las cosas
en serio y no hemos llegado a madurar, o quizá por muchos miedos interiores que
nos impiden tomar una decisión, dar una orientación a la vida. Hemos vivido cómodamente
así y así queremos seguir, porque ¿para que esforzarnos?
Decimos que tenemos las cosas claras
pero somos los más inseguros del mundo; llega el momento de una decisión y
damos vueltas y vueltas, y no es porque estemos seriamente reflexionando para
buscar lo mejor, sino por miedo a no acertar, a poder equivocarnos, a lo que
puedan pensar los demás, a no querer tomar una opinión clara y firme porque
puede contradecir a los demás. No es fácil vivir así, aunque lo hacemos por
comodidad pensando que así es mejor, pero al final nos encontraremos perdidos
porque nadie nos entiende ni nosotros, como decíamos, nos entendemos a nosotros
mismos. Al final somos como niños indecisos.
Nos pasa en muchos aspectos de la vida
con lo que nos manifestaremos irresponsables y realmente no se nos puede
confiar una responsabilidad. Y vamos pasando por una vida gris y sin brillo,
nos sentiremos frustrados porque no terminamos de llegar a ninguna meta o es
que realmente no la tenemos. Nos sentimos a la larga insatisfechos de nosotros
mismos. Todo eso se nos puede volver en contra en nuestra desorientación.
Hoy en el evangelio vemos a Jesús que no termina humanamente de comprender
lo que le sucede a la gente que no quiere aceptar sus palabras, que tan pronto
están entusiasmados quizá por los milagros que ven que hace, o por otro lado se dejan influir por los
dirigentes en algún sentido de aquella sociedad o por los que más influencias
tienen como los escribas, los fariseos, los saduceos. Jesús en un como suspiro
de incomprensión les dice que son como niños en la plaza que no terminan de
ponerse de acuerdo en sus juegos y andan discutiendo todo el tiempo.
¿Qué puede pensar Jesús de nosotros? ¿Qué
puede pensar de nuestra Iglesia, de nuestras comunidades? Porque así podemos
andar tambaleantes en lo que hace referencia a nuestra vida cristiana. Queremos
ser buenos y hasta vamos a Misa pero seguimos con las mismas rutinas de
siempre, parece que no hace mella en nosotros la Palabra de Dios que
escuchamos, nos nuestras indecisiones y cobardías, nuestra falta de arrojo para
lanzarnos un paso adelante y vivir un mayor compromiso, o arrancarnos de esas
rutinas, o dar el cambio que sabemos que tendríamos que dar y seguimos dando
largas para otro momento que nunca llega.
Y así aparecen nuestras comunidades con
tanta tibieza que no terminamos de dar el testimonio que necesita nuestro
mundo. Tenemos en nuestras manos el evangelio de salvación y no terminamos de
anunciarlo. Solo queremos poner parches, que todos estemos contentos pero esa
palabra profética no se llega a pronunciar,
esos profetas no aparecen en nuestro mundo. Para decir esa palabra
profética, para ser verdaderos profetas hace falta una valentía que en nuestra
tibieza no acabamos de ser.
Que el Espíritu del Señor nos
despierte.
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