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viernes, 6 de septiembre de 2019

Desde los valores nuevos del evangelio es necesario unas nuevas actitudes y posturas para vivir la novedad del hombre nuevo del Reino de Dios


Desde los valores nuevos del evangelio es necesario unas nuevas actitudes y posturas para vivir la novedad del hombre nuevo del Reino de Dios

Colosenses 1, 15-20; Sal 99; Lucas 5, 33-39
Algunas veces somos muy especiales, prontos siempre para el juicio y la condena. Nos dejamos llevar por las apariencias, actuamos desde unas rutinas de la vida muchas veces sin saber el por qué de lo que hacemos, no escuchamos las razones o motivos de la actuación de los demás. Y surge en nuestro interior el juicio y hasta la condena.
Nos choca lo que es nuevo en contraposición a nuestras rutinas y tradiciones y nos sentimos bien en lo que hacemos con espíritu conservador y no soportamos ninguna innovación que pretenda mejorar.
Y eso nos sucede en todo el ámbito de la vida social en que enseguida nos ponemos en alerta ante nuevos movimientos, prejuzgándolos sin conocerlo y queremos pasar todo por nuestra lupa que con el paso del tiempo puede estar desenfocada como nos sucede con nuestros ojos que pierden una visión clara por el paso de los años. Eso nos sucede por ejemplo en el ámbito de nuestras comunidades vecinales en que nos ponemos alerta cuando se quieren mejorar cosas que faciliten una actividad viva e innovación.
¿No nos sucederá también en el campo de la fe, de la religión, de la vida de la Iglesia? Ya costó mucho la aceptación de las directrices del concilio  en su tiempo. Como cuesta ahora el movimiento renovador que quiere impulsar el papa Francisco para una renovación de la vida de la Iglesia. Cuántos detractores salen de debajo de las piedras por doquier; cuantas desconfianzas en muchos ámbitos de la vida de la Iglesia; cuantos que como rémoras quieren retardar los impulsos nuevos que se van sintiendo en la vida de la Iglesia, y que son impulsos del espíritu del Señor, al que nos resistimos tantas veces.
Ya le sucedió a Jesús como vemos hoy en el texto del evangelio. Por allá aparecen unos fariseos pidiendo cuentas a Jesús de lo que hacen sus discípulos, en este caso por lo del ayuno. Jesús había comenzado pidiendo conversión desde lo hondo del corazón para poder creer en la buena nueva del evangelio. Y esa renovación cuesta. Para muchos aquello no entraba en sus planes. El Mesías tenia que tener otro sentido y otras tenían que ser las liberaciones. Pero Jesús pide la liberación y renovación desde el fondo del corazón; lo que pide Jesús es una renovación total, hombre nuevo, odres nuevos, vestido nuevo y nada de remiendos o arreglitos.
Es de lo que nos está hablando hoy Jesús. Habla de la alegría de los amigos del novio cuando están la boda de su amigo, donde no tienen que caber tristezas sino todo tiene que ser fiesta. ¿No tendría que ser así la vida del cristiano que se siente unido a Jesús? Tenemos que vivir la alegría de la fe, pero muchas veces nuestros rostros adustos y serios dan la impresión que nos falta esa alegría interior que tenemos que sentir siempre desde la fe.
Quien sigue el camino de Jesús ha de sentirse un hombre nuevo, y quien se siente nuevo se siente con alegría, con deseos de búsqueda, de renovación, de algo nuevo que nos llene de vida; quien sigue a Jesús no puede estar viendo dificultades todo el día, porque se siente con la fuerza del Espíritu; quien sigue a Jesús está queriendo hacer un mundo nuevo, no se contenta con remiendos ni rutinas sino que se siente impulsado a una renovación total. Pero todavía sigue habiendo cristianos que caminan bajo el peso de las rutinas, como cansados y desalentados y criticarán todo lo que significa renovación. Nos sentimos acomodados y ponemos mil dificultades para salir de esa comodidad.
Nos habla Jesús de una vida nueva que no se puede contener en los odres viejos; una vida nueva que no se puede quedar en apaños y remiendos. A vino nuevo, odres nuevos. Cuánto nos queda por hacer en la vida de la Iglesia.


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