Jesús nos tiende la mano para levantarnos y nos enseña a abrir nuestras manos para no quedarnos en nosotros y aprender a ir a los demás
Colosenses 1,1-8; Sal 51,10.11; Lucas 4,38-44
Hay momentos en que uno necesita sentir
una mano amiga sobre su hombro, que te tienden con generosidad y cariño la mano
para dar ese paso que necesitas dar en la vida y que tanto te cuesta, ese brazo
sobre nuestros hombros que se convierte en abrazo que conforta, que seca
nuestras lágrimas o que hace más benigno el dolor que llevamos en el alma.
Hay quienes rehúsan y rechazan ese
contacto físico, porque quizá se sienten tan puritanos que les parece que les
va a manchar, o son tan solitarios que quieren caminar solos, y no sabrán lo
que es la ternura que solo se siente en el corazón pero que parece que corre
por nuestra piel y como que nos electriza dándonos una nueva energía, pero que tampoco
serán capaz de trasmitirla a los demás, porque a ellos mismos quizá les falta.
No rehúsa Jesús el contacto físico, más
bien lo busca y lo ofrece. Se sentirá apretujado en medio de las multitudes que
le cercan, dejará que la mujer quizá impura por sus flujos de sangre le toque
el manto, o tenderá la mano como hoy vemos en el evangelio para levantar a la
suegra de Simón de su postración, un día a la hija de Jairo para levantarla de
su sueño y de su muerte y así darle vida, o le veremos hoy que a cuantos vienen
con sus dolencias y enfermedades de todo tipo les impone las manos y los sana.
Es bello el gesto que hoy contemplamos en Jesús
y tendrá que ser ese gesto con que nosotros aprendamos a ir a los demás, que si
bien no siempre se reducirá a un contacto físico, con nuestra sonrisa, nuestra
mirada, nuestra cercanía podremos ser rayos de sol para muchos que van
ensombrecidos en sus tristezas y agobios por los caminos de la vida.
Son distintos los gestos y los signos que
le vemos realizar hoy a Jesús en el corto evangelio que se nos ha ofrecido. Primero,
como hemos venido comentando, esa cercanía expresada en esos gestos que nos
hablan de su ternura y de su misericordia. Luego le veremos otro gesto hermoso.
Al amanecer se retiró solo a un lugar apartado. Como decimos hoy estaba
buscando un espacio para sí. Como tantas veces nosotros necesitamos, momentos
de silencio, momentos de alejarnos del ruido, momentos de soledad, momentos
para pensar en uno mismo, reprogramarse y como se suele decir recargar las
pilas. Nos lo recomiendan por todas partes. Lo necesitamos.
Pero para Jesús, como tendría que ser para
nosotros también, fue mucho más. El evangelista paralelo que nos hace el mismo
relato nos dice que se fue al descampado a orar. Algunos nos pueden decir que
es lo mismo. Pero en este aspecto de la oración hay algo más, no es solo
encontrarnos con nosotros mismos que en la oración también hemos de saber
hacerlo, sino darle además otra trascendencia. Es mirar a lo alto, es dirigir
nuestro pensamiento y nuestro corazón a Dios, es encontrarnos con el Señor de
mi vida, que va a ser mi verdadera fuerza y mi verdadera luz.
En Dios nos encontraremos de verdad con
nosotros mismos, en Dios sentiremos esa luz y esa fuerza que necesitamos, en
Dios aprenderemos también a salirnos de nosotros mismos, no quedarnos
encerrados en nuestro yo, sino comenzar a sentir y tener una mirada más amplia
que me haga ir a los demás, que me haga ir al encuentro de ese mundo al que
tengo que llevarle una luz.
Es lo que hoy nos enseña también el
evangelio. Tras el encuentro con Jesús que le sana la suegra de Pedro se puso a
servirles. Ahora Jesús tras ese momento de silencio se pone en camino porque
tiene que ir también a los otros pueblos, a las otras gentes, porque esa es su misión,
para eso ha venido, porque a todos tiene que llevar su luz.
Cuánto nos enseña el evangelio. Gestos,
detalles, silencios, apertura a los demás, ponernos en camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario