No
andemos nosotros en nuestra vivencia religiosa como las gentes de Nazaret con
nuestras permanentes desconfianzas y hasta chantajes espirituales
1Tesalonicenses 4, 13-17; Sal 95; Lucas, 4,
16-30
Todos tenemos la tendencia de hacer
como dice el refrán de arrimar el ascua a nuestra sardina. Queremos que lo
nuestro se cocine bien, que nuestros proyectos sean los que salen adelante, o
que los beneficios que puedan resultar sean para nosotros. Nos arrimamos a
aquellos que puedan beneficiarnos y manipularemos lo que sea para ganarnos su
favor.
Cuando ya no cumplen con nuestros
intereses los descartamos; si no hacen lo que a nosotros nos gusta o nos
beneficia ya los consideramos como enemigos; mientras vemos las posibilidades
de obtener alguna ganancia nos arrimamos de mil manera a su lado, pero si no
podemos conseguir lo que son nuestros deseos los abandonamos y hasta somos
capaces de hacerle la guerra.
Muchos ejemplos de todo esto tenemos en
la vida de cada día, en la vida social, en la política, en las relaciones con
los que están cerca de nosotros e incluso de nuestros familiares. No hace falta
ir muy lejos, que a nosotros mismos nos puede suceder como sufrientes de esas
circunstancias desde las actitudes o posturas de los otros, o por lo que
nosotros mismos podemos llegar a hacer.
Hoy el evangelio nos presenta el relato
de la presencia de Jesús en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Mucho comentamos
de la lectura profética que allí proclamó y de su comentario, diciéndonos que
aquella Escritura se estaba cumpliendo allí mismo en aquel momento con su
presencia. Toda una declaración programática de lo que eran la misión del que
estaba lleno del Espíritu del Señor y era enviado a anunciar la buena nueva a
los pobres y a todos los que sufren, proclamando el año de gracia del Señor.
Pero queremos fijarnos en lo que a
continuación sucede. El orgullo primero de aquel pueblo que ve allí a uno de
los suyos, a uno que ha salido de aquel
pueblo – allí están sus parientes y vecinos – haciendo aquella proclamación y
pronunciando aquellas palabras de gracia. Se sentían orgullos y se admiraban de
su sabiduría preguntándose donde había aprendido todo aquello, como sucede
también entre nosotros cuando alguien de los nuestros destaca de alguna manera.
Hasta ellos habían llegado también
noticias de lo que Jesús hacia en Cafarnaún y en otros lugares. Ahora ellos querían
también sentirse beneficiarios de aquellas obras de Jesús. Seguía existiendo la
desconfianza en sus corazones pero al mismo tiempo, como decíamos antes, querían
arrimar el ascua a su sardina, que allí hiciera también aquellos prodigios para
poder manifestar su orgullo pueblerino ante sus pueblos vecinos.
Pero el actuar de Jesús no va por esos
derroteros, no es el milagrero de turno que realiza prodigios para ganar fama y
congraciarse con los suyos. La misión de Jesús es anunciar el Reino y para ello
es necesaria una actitud de conversión en el corazón de quienes le escuchan.
Por eso terminan rechazadote y hasta queriendo tirarle por un barranco en la cercanías
del pueblo.
Pero no nos quedamos en juzgar el
actuar de las gentes de Nazaret de aquellos tiempos. El juicio de la Palabra de
Dios tiene que llegar a nuestros corazones y convertirse quizá en interrogante
para nosotros. Y es el preguntarnos por nuestra fe y nuestra manera de vivir la
religión. Es el preguntarnos por esa actitud de conversión que tiene que haber
en nuestros corazones y que algunas veces pasamos por alto. Es el preguntarnos
por la forma en que nosotros buscamos la relación con Dios con el que queremos
mantener nuestra amistad pero para que nos salgan bien las cosas, para que
tengamos suerte en la vida, para que se nos resuelvan nuestros problemas… y así
muchas cosas en este sentido.
¿No querremos nosotros también algunas
veces manipular a Dios para que a nosotros nos dé una suerte especial en la
vida? ¿No andaremos nosotros también al chantaje con Dios cuando le hacemos
nuestras promesas o cuando hacemos determinadas ofrendas, pero que queremos en
consecuencia una compensación para nosotros y nuestras cosas? ¿Algunos
interrogantes se podrían plantear en nuestro interior?
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