Con la
confianza puesta en la Palabra de Jesús hemos de tener una mirada más amplia y
valiente para seguir lanzando las redes y las semillas del Evangelio al mundo
Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11
Nos cuesta aceptar lo que nos digan los
demás cuando nosotros nos creemos sabedores de la materia ¿Qué me va a decir a mí?,
nos decimos runruneando en nuestro interior un tanto rebeldes. Sobre todo cuando hemos estado batallando con
el asunto y a pesar de todo lo que nosotros sabíamos sobre el tema nos vimos
abocados al fracaso de no poder hacerlo. Decimos que tenemos experiencia, que
tenemos conocimientos, que nosotros siempre lo hemos hecho… pero en cierto modo
nos sentimos humillados porque venga otro a decirnos lo que tenemos que hacer.
Nos cuesta dejarnos guiar; queremos ser
muy autodidactas y de alguna forma autosuficientes. Pero hemos de aprender a
tener otras perspectivas en la vida, descubrir otras posibilidades, no
quedarnos superficialmente en la orilla sino ser capaces de ir mar adentro, de
adentrarnos con profundidad en la vida, de abrir otros horizontes. Y para eso nos
hace falta dejarnos guiar, no pensar solo en nuestras corazonadas, sino que
alguien nos ayude a descubrir algo nuevo, algo distinto para nuestra vida. Confiar,
fiarnos, saber apoyarnos también en el otro que tanto nos cuesta por nuestra
autosuficiencia.
Cuando lo hacemos, cuando ponemos
confianza en la palabra del otro o en su mano tendida para emprender un nuevo
rumbo, vemos que aquello que nos parecía tan difícil, casi imposible, se pudo
realizar. Nos sentimos, entonces, incómodos dentro de nosotros mismos y en
cierto modo avergonzados por no haber confiado antes; quisiéramos huir por la vergüenza
pero no tenemos donde escondernos y a partir de entonces estaríamos dispuestos
a todo, a lanzarnos a una nueva aventura si fuera necesario; pasada la cura de
la humildad estaremos dispuestos a lo que sea, nos lanzaremos a cruzar otros
mares si fuera necesario.
¿Será esto lo que nos está enseñando el
evangelio de hoy? Jesús que estaba en la orilla del lago ve como mucha gente se
reúne a su alrededor porque quieren escucharle; buscando una forma de situarse
para poder hablar a todos se sube a una de las barcas, cuyos pescadores estaban
ahora limpiando las redes después de una noche de faena. Desde allí habla a la multitud
y cuando termina le pide a Pedro que reme lago adentro para echar de nuevo las
redes para pescar.
Pedro se ve sorprendido por las palabras
del Maestro, él que acaba de regresar después de una noche infructuosa. Bien
sabía que no había nada que hacer después de la noche que han pasado. Además qué
iba a saber el Maestro que era de tierra adentro, de Nazaret de las artes de la
pesca. Eso que se lo dejara a él y su hermano o también a los Zebedeos que sí
eran entendidos en las artes de la pesca. Muchas dudas surgieron en su
interior.
Pero se fió, remó mar adentro y echaron
las redes. ‘En tu nombre…’ porque tu lo dices me voy a fiar. Alguna confianza
se había despertado ya en su interior después de escuchar a Jesús y se atrevió
a lanzar de nuevo las redes quizá antes las miradas interrogantes y llenas de
duda de sus compañeros de barca. Pero la redada de peces fue grande, se
reventaban las redes, tuvieron que pedir ayuda. Algo había pasado, pero no era
la exteriormente sino en su propia interior.
‘Apártate de mi que soy un pecador’, fue la reacción postrándose ante Jesús. Había sido
posible y a él le costaba entender, pero había sucedido. Trágame tierra, o trágame
mar, podía estar pensando sintiéndose avergonzado por sus dudas pero admirado
por cuanto había sucedido. Era la obra de Dios que se estaba realizando en su
interior.
‘De ahora en adelante serás pescador
de hombres’, le estaba diciendo Jesús.
Nuevos horizontes se estaban abriendo en su vida aunque no sabía bien a donde
le iban a llevar, pero se confiaba. Ahora estaría para siempre con Jesús,
aunque en ocasiones le vinieran las dudas ante sus palabras o lo que anunciaba
y sucedía.
Lo que antes reflexionábamos como introducción
a este comentario podría quedarse meramente en actitudes o comportamientos
humanos, que también tenemos que iluminar con la luz de la fe, con la luz del
evangelio. Esa apertura del corazón a nuevos horizontes tenemos que hacerla
desde nuestro espíritu de fe, desde nuestra confianza en el Señor, desde ese
dejarnos conducir por su Espíritu. Amplio es el campo que se abre ante nuestra
vida, inmensa es la tarea, aunque algunas veces nos sintamos inútiles o
pensemos que nada podemos hacer porque las cosas son como son.
Pero ese conformismo no es congruente
con nuestra fe. Hay un confianza en nuestro corazón que nace de esa fe que
tenemos que tiene que impulsarnos a algo nuevo, a nuevos horizontes y campos de
trabajo. Es tanto lo que podemos hacer si con la confianza puesta en el Espíritu
del Señor nos adentramos en ese mar de la vida donde tenemos que seguir
lanzando las redes, lanzando la semilla, haciendo el anuncio del Reino de Dios.
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