Misterio
inmenso de Dios en el que queremos sumergirnos y cuanto más nos inundamos de
Dios más deseos y ansias tenemos de conocer a Dios para amarle y para vivirle
Proverbios 8, 22-31; Sal 8; Romanos 5,
1-5; Juan 16, 12-15
‘Tú,
Trinidad eterna, eres un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más
encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco’. Así se
expresaba san Catalina de Siena ante el misterio de Dios que hoy celebramos.
Misterio insondable de la Trinidad de Dios. Ante Dios nos postramos humildes reconociendo
que nada somos ante su admirable sabiduría y grandeza. Nos postramos y hacemos confesión
de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
‘Muchas
cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando
venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena’, escuchamos que nos dice
hoy Jesús en el Evangelio. El es el Verbo de Dios, la revelación de Dios, la
verdad de Dios. Se nos ha ido revelando y nos ha ido dando a conocer el
misterio de Dios. Misterio insondable de amor.
‘Dios
es Amor’,
nos dirá san Juan en sus cartas para definirnos a Dios. Por eso Jesús nos lo
enseña a llamar Padre; así lo llama El y así nos enseña a llamarle e invocarle.
‘Mirad que somos hijos de Dios’, nos dirá san Juan. Y en verdad lo
somos. Nacemos del agua y del Espíritu para que haya una vida nueva en
nosotros, es la vida de Dios de la que quiere hacernos partícipes para hacernos
sus hijos por el don del Espíritu. Y es tanta la grandeza del misterio que se
nos revela y en el que nos sentimos envueltos que no terminamos de comprender.
Por eso nos dirá Jesús como hoy lo
escuchamos en el evangelio que el Espíritu de la Verdad nos lo revelará todo.
Fue
después de Pentecostés, con la donación del Espíritu, cuando los primeros discípulos,
los apóstoles llegaron a comprender todo el misterio de Dios y todo el misterio
de Dios que en El se nos revelaba. Será cuando lo reconocen como Señor y
comenzarán a entender todo aquello que El les había dicho, donde expresaba como
el Padre y El eran uno y El no hacia sino lo que era la voluntad del Padre. Ahí
se manifiesta todo el misterio trinitario de Dios que hoy estamos celebrando.
Pero desde la presencia del Espíritu en sus vidas pudieron llegar a
comprenderlo.
Muchas
veces cuando en nuestros razonamientos humanos queremos explicarnos todo este
misterio de Dios sentimos que nos sentimos superados y, como decimos, es algo
que no nos cabe en la cabeza. Efectivamente, no nos cabe en la cabeza; no entra
en los parámetros de nuestros razonamientos humanos aunque con la ciencia teológico
tratemos de darle mil vueltas y explicaciones para intentar hacerlo razonable.
Pero
entramos en el ámbito de la fe, y no es desde razonamientos humanos y
filosóficos desde donde podemos vivir ese sentido de fe. Es algo sobrenatural
que es un don de Dios. Y desde la fe con humildad decimos Si; con la fe dejándonos
inundar por ese misterio de amor que es Dios es como podremos sentirlo en
nosotros, hacerlo vida y experiencia nuestra. La fe no son explicaciones y
razonamientos que nos hagamos para convencernos, sino que es dejarse guiar por
el Espíritu de Dios para llegar a sentir, para llegar a vivir.
El
Espíritu de la Verdad que nos lo revelará todo, el Espíritu de la Verdad que
habitará en nosotros para llenarnos de la Sabiduría divina, para poder saborear
a Dios, para poder gustar a Dios, para poder experimentar en lo más hondo de
nosotros mismos la presencia de Dios. El Espíritu de Dios que nos inundará del
amor de Dios, como nos decía el apóstol, ‘el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones
con el Espíritu Santo que se nos ha dado’. Nuestro espíritu, nuestro corazón, nuestra voluntad ha de abrirse al Espíritu de Dios y es cuando lo escucharemos y lo saborearemos en nuestro corazón.
con el Espíritu Santo que se nos ha dado’. Nuestro espíritu, nuestro corazón, nuestra voluntad ha de abrirse al Espíritu de Dios y es cuando lo escucharemos y lo saborearemos en nuestro corazón.
Aquello
tan hermoso que nos decía santa Catalina de Siena con lo que hemos comenzado
esta reflexión. Mar profundo en el que nos sumergimos, y cuando más nos
sumerjamos iremos descubriendo más y más y su inmensidad que es inacabable, que
es infinita. ‘Cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro,
más te busco…’ Cuánto más conocemos de
Dios más queremos conocer de El; cuánto más nos sumergimos en El, más deseamos
llenarnos de El; cuánto más saboreamos a Dios, más grande es el apetito, el
hambre y deseo de Dios.
Y
claro que tenemos que cantar con el salmo que hoy nos ofrece la liturgia; ‘¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en
toda la tierra!’
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