Busquemos
los valores permanentes que elevan nuestro espíritu y le darán profundidad y
trascendencia a nuestra vida y que nos conducen a verdadera felicidad
2Corintios 11,18.21b-30; Sal 33; Mateo
6,19-23
En alguna ocasión lo hemos comentado.
Cuando el emperador romano llamó al diácono Lorenzo, administrador de la
Iglesia de Roma, para pedirle que le entregara los tesoros de la Iglesia, la
historia nos cuenta que al día siguiente san Lorenzo se presentó ante el
emperador con un grupo grande de los pobres de Roma diciéndole que aquellos
eran los tesoros de la Iglesia.
Al hablar de tesoros pensamos al
momento en riquezas y en joyas; de alguna manera es lo que pensamos y la manera
que tenemos de enfrentarnos en la vida. Nos afanamos y luchamos en el afán de
tener, de poseer cosas y riquezas; miramos nuestras cuentas bancarias y
deseamos que vayan creciendo; nos rodeamos de propiedades y de cosas que
presentamos como nuestras riquezas; soñamos con tener para rodearnos de lujos y
poder presentarnos con vanidad ante los demás como llenos de poder por esas
cosas que poseemos.
Tenemos la tentación de darle más
importancia, si no en la teoría sí en la práctica, al tener sobre el ser. Nos
cuesta. Pero tenemos que darnos cuenta de que la grandeza de la persona está en
lo que es no en lo que tiene. Es entonces cuando tenemos que comenzar a buscar
esos valores que llevamos dentro y que de verdad enriquecen nuestra vida,
aunque no tengamos propiedades de las que alardear. Podemos pensar en la
integridad con que vivimos nuestra vida, como podemos pensar en estas esas
buenas actitudes que nos llevan a tratar bien y con dignidad a toda persona,
que nos llevan a buscar lo bueno y lo justo en toda ocasión, que nos conducen a
una generosidad para compartir lo que somos y también lo que tenemos sea poco o
sea mucho con aquellos que nos rodean.
Son esos valores permanentes, que nos
elevan de ras de tierra, que nos hacen mirar la vida con otra trascendencia,
que dan profundidad a nuestra vida, que nos engrandecen en nuestro espíritu, que
nos llevarán siempre al encuentro con los demás, que nos motivarán para ser
humildes y cercanos a cualquiera que se acerque a nosotros, que harán posible
siempre una relación amistosa y alegre con los que están a nuestro lado
haciendo en verdad agradable para los otros.
Es lo que nos quiere decir hoy Jesús en
el evangelio. ‘No atesoréis
tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los
ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben.
Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón’.
Busquemos
los valores permanentes con sabor de eternidad. No nos dejemos confundir por
oropeles de la caducidad que nunca nos conducirán por caminos de plenitud. Las
vanidades de la vida son efímeras, flor y resplandor de un día que pronto se
secará y nos llenará de oscuridad.
Muchas
veces dejándonos arrastrar por la vanidad nos parece que somos felices
apegándonos a las cosas, pero pronto nos daremos cuenta del vacío de nuestra
vida. No son las cosas las que nos dan apoyo verdadero en la vida; busquemos
esos valores del espíritu, empapemos nuestra vida de bondad y de ternura y
seremos verdaderamente felices y haciendo felices a los demás creceremos en
nuestra propia felicidad; es la satisfacción que llenará de paz verdaderamente
nuestro corazón.
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