Los
hijos quieren tener la confianza de la presencia de la madre en los momentos
difíciles, la Iglesia quiere invocar también a su Madre para con ella llenarnos
de esperanza
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 87; Juan 19, 25-34
Litúrgicamente retomamos hoy el tiempo
Ordinario; ayer terminamos el tiempo pascual con la celebración de Pentecostés,
la venida del Espíritu Santo, pero hoy la liturgia nos invita a mirar a María,
la madre de Jesús, la Madre de la Iglesia.
Cuando ayer de alguna manera
celebrábamos que con la venida del Espíritu Santo comenzaba el tiempo de la
Iglesia y no podemos menos que mirar a María, a quien Pablo VI invocó en el
concilio Vaticano II como madre de la Iglesia. Desde que Jesús confiara a María
al cuidado y atención de su discípulo amado en lo alto del Calvario, no es solo
que aquel discípulo en quien estábamos todo representados ha de cuidar de la
madre, sino que es la Madre, con ese cariño maternal y único es la que cuida de
los hijos, es la que cuida de nosotros la Iglesia.
Ya la contemplamos en el tiempo que
media entre la Ascensión de Jesús al cielo y la venida del Espíritu Santo unida
al grupo de los discípulos – la Iglesia naciente – allí en el Cenáculo. Bella
imagen de María en medio de sus hijos; ahí está como madre, en sus funciones de
madre que cuida y que protege, que camina al lado de sus hijos y que siempre
les estará recordando el camino recto diciéndonos como a los sirvientes de las
bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’.
Siempre ha estado presente María en la
vida de la Iglesia como no podía ser
menos. Y a ella con devoción de hijos la Iglesia la invoca, la Iglesia la tiene
siempre presente, implora de ella que nos alcance las gracias celestiales que
tanto necesitamos. En los momentos duros y difíciles de la vida cómo los hijos
ansiamos la presencia de la madre a nuestro lado; nos sentimos fuertes, nos
llenamos de esperanza, sentimos el calor de su cariño que tanto bien nos hace y
que tanto nos estimula, sus lágrimas que se unen a nuestras lágrimas en
nuestras angustias y sufrimientos son como una sal nueva para nuestra vida que
nos impulsa a mantenernos firmes y en la lucha para saber seguir adelante,
porque una madre siempre nos enseña a mirar a lo alto, a no rendirnos, a
superar momentos negros y a llenar de luz nuestra vida.
Cada tiempo ha tenido sus dificultades
y sus momentos oscuros y nuestro tiempo también los tiene para nosotros y para
la Iglesia. En el cambio y evolución de nuestro mundo podemos sentirnos
turbados porque nos puede parecer que los valores espirituales no se tienen en
cuenta o que otros son los valores que se quieren imponer en nuestra sociedad.
Necesitamos serenidad y confianza y eso es algo que la presencia de una madre
nos puede dar.
Por eso en estos momentos que pueden
ser difíciles para la Iglesia y para los cristianos queremos sentir esa
presencia estimulante de María que nos haga encontrar esa serenidad y esa
seguridad en lo que es nuestra fe, en lo que son nuestros valores. Invocamos a
la Madre, invocamos a María, Madre de la Iglesia como en este día queremos
llamarla para seguir confiados y llenos de esperanza nuestro camino. Ella nos
alcanza esa gracia del Señor que nos fortalece y que nos da esperanza, que
llena de paz nuestro espíritu y nos da seguridad en nuestro camino.
Con ella a nuestro lado queremos
caminar porque estamos seguros que sus caminos son los caminos del Señor.
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