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lunes, 10 de junio de 2019

Los hijos quieren tener la confianza de la presencia de la madre en los momentos difíciles, la Iglesia quiere invocar también a su Madre para con ella llenarnos de esperanza



Los hijos quieren tener la confianza de la presencia de la madre en los momentos difíciles, la Iglesia quiere invocar también a su Madre para con ella llenarnos de esperanza

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 87; Juan 19, 25-34
Litúrgicamente retomamos hoy el tiempo Ordinario; ayer terminamos el tiempo pascual con la celebración de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, pero hoy la liturgia nos invita a mirar a María, la madre de Jesús, la Madre de la Iglesia.
Cuando ayer de alguna manera celebrábamos que con la venida del Espíritu Santo comenzaba el tiempo de la Iglesia y no podemos menos que mirar a María, a quien Pablo VI invocó en el concilio Vaticano II como madre de la Iglesia. Desde que Jesús confiara a María al cuidado y atención de su discípulo amado en lo alto del Calvario, no es solo que aquel discípulo en quien estábamos todo representados ha de cuidar de la madre, sino que es la Madre, con ese cariño maternal y único es la que cuida de los hijos, es la que cuida de nosotros la Iglesia.
Ya la contemplamos en el tiempo que media entre la Ascensión de Jesús al cielo y la venida del Espíritu Santo unida al grupo de los discípulos – la Iglesia naciente – allí en el Cenáculo. Bella imagen de María en medio de sus hijos; ahí está como madre, en sus funciones de madre que cuida y que protege, que camina al lado de sus hijos y que siempre les estará recordando el camino recto diciéndonos como a los sirvientes de las bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’.
Siempre ha estado presente María en la vida de la Iglesia como  no podía ser menos. Y a ella con devoción de hijos la Iglesia la invoca, la Iglesia la tiene siempre presente, implora de ella que nos alcance las gracias celestiales que tanto necesitamos. En los momentos duros y difíciles de la vida cómo los hijos ansiamos la presencia de la madre a nuestro lado; nos sentimos fuertes, nos llenamos de esperanza, sentimos el calor de su cariño que tanto bien nos hace y que tanto nos estimula, sus lágrimas que se unen a nuestras lágrimas en nuestras angustias y sufrimientos son como una sal nueva para nuestra vida que nos impulsa a mantenernos firmes y en la lucha para saber seguir adelante, porque una madre siempre nos enseña a mirar a lo alto, a no rendirnos, a superar momentos negros y a llenar de luz nuestra vida.
Cada tiempo ha tenido sus dificultades y sus momentos oscuros y nuestro tiempo también los tiene para nosotros y para la Iglesia. En el cambio y evolución de nuestro mundo podemos sentirnos turbados porque nos puede parecer que los valores espirituales no se tienen en cuenta o que otros son los valores que se quieren imponer en nuestra sociedad. Necesitamos serenidad y confianza y eso es algo que la presencia de una madre nos puede dar.
Por eso en estos momentos que pueden ser difíciles para la Iglesia y para los cristianos queremos sentir esa presencia estimulante de María que nos haga encontrar esa serenidad y esa seguridad en lo que es nuestra fe, en lo que son nuestros valores. Invocamos a la Madre, invocamos a María, Madre de la Iglesia como en este día queremos llamarla para seguir confiados y llenos de esperanza nuestro camino. Ella nos alcanza esa gracia del Señor que nos fortalece y que nos da esperanza, que llena de paz nuestro espíritu y nos da seguridad en nuestro camino.
Con ella a nuestro lado queremos caminar porque estamos seguros que sus caminos son los caminos del Señor.

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