¿Qué hacemos? se preguntaban en el Sanedrín, pero tenemos que preguntarnos nosotros también ¿en qué se quedará la semana Santa para nosotros?
Ezequiel 37, 21-28; Sal. Jr. 31; Juan 11,45-57
‘¿Qué hacemos?’, se preguntaban los principales entre los judíos de Jerusalén viendo cómo se iba desarrollando la actividad de Jesús y cómo era mucha la gente que le seguía. Han llegado noticias de lo sucedido en Betania con la resurrección de Lázaro y eran muchos los que seguían a Jesús.
Siempre desde sus particulares intereses de los posicionamientos y lugares de privilegio que tenían, con una visión interesada, partidista y en cierto modo político veían peligrar su status. Reunidos en el Sanedrín andan discutiendo lo que tienen que hacer y es cuando el Sumo Sacerdote pronuncia aquella frase que se convierte en profética. ‘Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera’. Y toman la decisión de eliminar a Jesús de la manera que sea. Nada se va a interponer a su decisión.
Como se acercaba la Pascua y ya iban subiendo muchos judíos venidos de todas partes, que adelantaban su llegada para realizar las necesarias purificaciones para poder participar en la cena pascual, se preguntaban si Jesús subiría o no a la fiesta de la Pascua. Jesús se había retirado más allá del Jordán, en las cercanías del desierto, esperando la ocasión de subir también El a Jerusalén.
Esa era la situación en aquellos momentos y que el evangelio en la liturgia de este sábado víspera del domingo de ramos nos presenta. Pero creo que ambas cosas pueden y deben darnos pie para una reflexión necesaria e importante que nos hagamos nosotros también en estas vísperas de la semana santa.
¿Qué vamos a hacer?, nos preguntamos nosotros también. Claro que esa pregunta tenemos que hacérnosla muy dentro de nosotros mismos. En nuestro entorno hay mucha gente que se la hace pero desde otros parámetros, porque quizá en estos días solo ven una ocasión de unas vacaciones o de un descanso. Se mantiene la expresión de semana santa, pero quizá en lo menos que se piensa es en el hecho religioso. Las procesiones se hacen kilométricas pero en nuestras carreteras o medios de transporte y comunicación para acercarnos a aquellos lugares de descanso y vacaciones a los que dedican estos días.
Por supuesto no está reñido el necesario descanso de nuestras actividades con una vivencia religiosa y cristiana, y es cierto que muchos se acercan, al menos en ocasiones como espectadores, al hecho religioso que vivimos en estos días. Va desde la presencia en las procesiones y manifestaciones externas de nuestra fe para los creyentes, o también nos encontraremos con personas que aunque no sea en su lugar habitual de residencia se acercan a los templos para participar y vivir las celebraciones de estos días.
Pero la pregunta sigue ahí latente, ‘¿qué vamos a hacer?’, porque para un cristiano comprometido con su fe y su seguimiento de Jesús estos momentos son muy importantes porque centralizan todo el misterio de Cristo. Es la Pascua del Señor lo que vamos a celebrar y a lo que tenemos que disponernos. No es una cosa trivial y que podamos vivir superficialmente, sino que estamos centrándonos en lo que es el meollo de nuestra fe, la pasión, muerte y resurrección del Señor.
No podemos perderlo de vista. Es Cristo Jesús que murió para nuestra salvación, uno tiene que morir por todo el pueblo, que había dicho el sumo sacerdote. Celebramos el misterio central de nuestra fe, la muerte y la resurrección del Señor. Aquel día de gracia anunciado por el profeta y que Jesús recordaba en la sinagoga de Nazaret ha llegado a su culminación y es lo que celebramos y tenemos que vivir. Y es a eso a donde vamos, a vivir no simplemente a asistir.
¿Estaremos dispuestos a vivir? Es una pregunta seria que tenemos que hacernos. Por eso recordamos aquella imagen que también el evangelio de hoy nos ofrece de los que subían a la ciudad santa para purificarse para la pascua. ¿Qué purificación estamos dispuestos nosotros a realizar? Tenemos que pensar en la gracia de los sacramentos.
Por eso una última pregunta ¿en qué se quedará la semana santa para nosotros?
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