El
que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está
amando de verdad
Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38
Cada vez que escucho este evangelio que
hoy nos ofrece la liturgia me viene a la memoria al que vi. Hacer de pequeño a
mi padre y me fue una hermosa lección. Cuando me mandaba a dar a alguien alguna
cosa, recuerdo en concreto en cesto de papas, yo llenaba lo que podía dicho
cesto pero cuando llegaba él me decía que se podía poner más; a mí me parecía
que el cesto ya estaba lleno pero él lo remecía, lo movía de una lado para otro
y me decía, ¿ves como caben más?, y entonces ponía hasta completarlo. Era una
medida remecida.
Es la medida de la que nos habla Jesús
hoy en el evangelio. En el amor siempre podemos poner más; en el amor no
podemos andar con medidas raquíticas y es que el que le está poniendo medidas y
límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad.
Hoy nos propone Jesús que nuestro amor
ha de parecerse al amor que Dios nos tiene que es compasivo y misericordioso. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo’, nos decía. El nos ofrece siempre su perdón, nos ofrece
siempre su amor; y la generosidad de Dios es infinita. Nos acercamos a El con
nuestras limitaciones y deficiencias, con nuestras debilidades y con nuestro
amor imperfecto y El nos ofrece un amor infinito. ¡Cómo tenemos que sentirnos
cuando somos amados con un amor así! No nos queda más remedio que reconocer
nuestras mezquindad.
Por eso Jesús nos dice que en nosotros
no caben los juicios y las condenas, cuando estamos tan llenos de prejuicios,
cuando son tantas las sospechas que enturbian nuestro corazón, cuando tenemos
una mirada tan turbia en la que solo vemos en los demás oscuridades y negruras.
Nos pide Jesús una mirada limpia, porque cuando el cristal con el que miramos
está lleno de manchas le estamos cargando esas manchas a lo que vemos tras el
cristal.
Limpiemos los ojos de nuestro corazón
de esos prejuicios y sospechas, de esas malas intenciones, de esas
desconfianzas, de esos recelos o resentimientos que guardamos dentro de
nosotros y tanto daño nos están
haciendo, de ese amor propio y orgullo que nos vuelve despectivos hacia los
demás. ¿Nos gustaría a nosotros que los demás nos miraran así? ‘Dad, y se os dará: os verterán una medida
generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con
vosotros’, nos dice el
Señor.
Cuando queremos hacer un mundo de
fraternidad, cuando queremos crear comunión entre nosotros para amarnos y para
saber caminar juntos, cuando queremos que nuestro mundo sea mejor, no podemos
llenarlo de falsas alegrías, no podemos andar con ocultamientos que crean
desconfianzas, sino que tenemos que ir con corazón abierto, disponible para que
en él quepan todos y nadie sea excluido. Por eso es necesaria esa mirada
limpia, sin malicia y muy llena de amor, ofreciendo cariño, amistad, lealtad,
confianza.
Caminemos en un amor generoso y haremos
que nuestro mundo sea mejor; contagiemos con nuestra generosidad y con la alegría
que sale de la paz que llevamos en el corazón y estaremos construyendo el Reino
de Dios. Una medida remecida, donde siempre cabe más amor.
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