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jueves, 21 de marzo de 2019

No vivamos pensando solo en nuestra felicidad sino abramos los ojos y el corazón hacia quienes caminan a nuestro lado dándole trascendencia a lo que vivimos


No vivamos pensando solo en nuestra felicidad sino abramos los ojos y el corazón hacia quienes caminan a nuestro lado dándole trascendencia a lo que vivimos

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’. Es la sentencia final de la parábola que hoy nos ofrece el evangelio.
Más de una vez habremos escuchado que nadie ha venido desde el más allá para decirnos qué es lo que hay, o también aquello de que disfrutemos de los placeres que nos da la vida que no sabemos lo que hay más allá. Es un poco el planteamiento hedonista que se tiene de la vida; todo es cuestión de disfrutar del momento presente que lo que tiene que venir ya vendrá. Se trasluce en consideraciones así ese hedonismo para disfrutar de todo, pero en el fondo también la marca de un destino que no sabemos lo que nos tiene destinado y ese sí que es implacable.
No digo que no busquemos ser felices, ni mucho menos. Claro que tenemos que buscar la felicidad pero al mismo tiempo hemos de saber darle un sentido de trascendencia a lo que vivimos que por una parte lo que ahora tenemos no lo podemos disfrutar aquí en plenitud porque somos limitados y porque también tenemos muchas cosas en nuestro entorno que hemos de tener en cuenta, porque no vivimos solos ni solo para nosotros mismos. Y cuanto hacemos hemos de darle esa trascendencia que nos lleva más allá del momento presente donde sí podremos vivir en plenitud lo mejor de todo.
Cuando solo vivimos pensando en nosotros mismos para buscar solo nuestra propia felicidad tenemos la tendencia a ir muy a nuestro aire, con los ojos cerrados a cuanto hay o sucede a nuestro alrededor, y aunque nos rodeemos de muchas cosas que pensamos nos darán mucho placer y felicidad sin embargo quizás vivimos una soledad profunda; a los demás solo los utilizamos en bien de nosotros mismos y del placer que nos puedan dar. En esas soledades por muchos sucedáneos que nos busquemos nunca nos sentiremos satisfechos de verdad; quien entra en esa carrera es como si entrara en una espiral que nos hace buscar más y más, o una pendiente de la que parece que no podemos escapar.
Otro tiene que ser en verdad el sentido de nuestra vida y hemos de saber buscarlo, porque si con sinceridad lo buscamos podemos encontrarlo. El mensaje del evangelio nos ayuda a ello. El texto de la parábola que hoy se nos ofrece es un reflejo de todo esto. Allí estaba aquel hombre rico que solo pensaba en pasárselo bien y no era capaz de darse cuenta de quien a su puerta pasaba necesidad.  Viene el momento irremediable del final de la vida y es cuando se quiere arreglar todo, pero para aquel  hombre ya fue muy tarde. Quien banqueteaba espléndidamente y no le faltaba nada en la vida, ahora no tenia quien le refrescara sus labios en medio del tormento en que había caído.
Y ahí hemos escuchado ese diálogo entre aquel hombre y Abraham. No encontraba remedio para su tormento porque había caído en el abismo, pero, aunque tarde, ahora se acordaba de sus hermanos que aun estaban en vida y a quienes quería avisar para que no siguieran sus mismos pasos. Por eso pide milagros, que Lázaro vaya a avisarle, y de ahí la sentencia final de la parábola con la que comenzábamos nuestra reflexión. ‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’.
Tenemos a nuestra mano la luz que nos puede iluminar. Algo más que Moisés y los Profetas porque tenemos el evangelio de Jesús. Esa Buena Nueva de Jesús que sí viene a iluminar nuestra vida; esa Buena Nueva que nos anuncia el Reino de Dios; esa Buena Nueva que es el sentido profundo para nuestra vida, para nuestra existencia. Dejémonos iluminar; dejemos que cale en nosotros la Palabra de Jesús; convirtamos nuestro corazón a Dios, volvamos nuestro corazón y nuestra vida a Dios y a su Palabra y comencemos a poner toda nuestra fe en El.
Ahí está nuestra salvación, es la luz de nuestra vida, es el sentido profundo de nuestro ser. Es la Palabra que nos abre a Dios para que en El encontremos la verdadera felicidad, y es lo que nos hace volvernos también hacia los demás, porque en la vida no podemos seguir caminando solos ni desentendiéndonos de los otros.
Comencemos a caminar los caminos del evangelio.

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