No vivamos pensando solo en nuestra felicidad sino abramos
los ojos y el corazón hacia quienes caminan a nuestro lado dándole
trascendencia a lo que vivimos
Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
‘Si no
escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los
muertos, tampoco se convencerán’. Es la sentencia final de la parábola que hoy
nos ofrece el evangelio.
Más de una
vez habremos escuchado que nadie ha venido desde el más allá para decirnos qué
es lo que hay, o también aquello de que disfrutemos de los placeres que nos da
la vida que no sabemos lo que hay más allá. Es un poco el planteamiento
hedonista que se tiene de la vida; todo es cuestión de disfrutar del momento
presente que lo que tiene que venir ya vendrá. Se trasluce en consideraciones así
ese hedonismo para disfrutar de todo, pero en el fondo también la marca de un
destino que no sabemos lo que nos tiene destinado y ese sí que es implacable.
No digo
que no busquemos ser felices, ni mucho menos. Claro que tenemos que buscar la
felicidad pero al mismo tiempo hemos de saber darle un sentido de trascendencia
a lo que vivimos que por una parte lo que ahora tenemos no lo podemos disfrutar
aquí en plenitud porque somos limitados y porque también tenemos muchas cosas
en nuestro entorno que hemos de tener en cuenta, porque no vivimos solos ni
solo para nosotros mismos. Y cuanto hacemos hemos de darle esa trascendencia
que nos lleva más allá del momento presente donde sí podremos vivir en plenitud
lo mejor de todo.
Cuando
solo vivimos pensando en nosotros mismos para buscar solo nuestra propia
felicidad tenemos la tendencia a ir muy a nuestro aire, con los ojos cerrados a
cuanto hay o sucede a nuestro alrededor, y aunque nos rodeemos de muchas cosas
que pensamos nos darán mucho placer y felicidad sin embargo quizás vivimos una
soledad profunda; a los demás solo los utilizamos en bien de nosotros mismos y
del placer que nos puedan dar. En esas soledades por muchos sucedáneos que nos
busquemos nunca nos sentiremos satisfechos de verdad; quien entra en esa
carrera es como si entrara en una espiral que nos hace buscar más y más, o una
pendiente de la que parece que no podemos escapar.
Otro tiene
que ser en verdad el sentido de nuestra vida y hemos de saber buscarlo, porque
si con sinceridad lo buscamos podemos encontrarlo. El mensaje del evangelio nos
ayuda a ello. El texto de la parábola que hoy se nos ofrece es un reflejo de
todo esto. Allí estaba aquel hombre rico que solo pensaba en pasárselo bien y
no era capaz de darse cuenta de quien a su puerta pasaba necesidad. Viene el momento irremediable del final de la
vida y es cuando se quiere arreglar todo, pero para aquel hombre ya fue muy tarde. Quien banqueteaba
espléndidamente y no le faltaba nada en la vida, ahora no tenia quien le
refrescara sus labios en medio del tormento en que había caído.
Y ahí
hemos escuchado ese diálogo entre aquel hombre y Abraham. No encontraba remedio
para su tormento porque había caído en el abismo, pero, aunque tarde, ahora se
acordaba de sus hermanos que aun estaban en vida y a quienes quería avisar para
que no siguieran sus mismos pasos. Por eso pide milagros, que Lázaro vaya a
avisarle, y de ahí la sentencia final de la parábola con la que comenzábamos
nuestra reflexión. ‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque
resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’.
Tenemos a
nuestra mano la luz que nos puede iluminar. Algo más que Moisés y los Profetas
porque tenemos el evangelio de Jesús. Esa Buena Nueva de Jesús que sí viene a
iluminar nuestra vida; esa Buena Nueva que nos anuncia el Reino de Dios; esa
Buena Nueva que es el sentido profundo para nuestra vida, para nuestra
existencia. Dejémonos iluminar; dejemos que cale en nosotros la Palabra de
Jesús; convirtamos nuestro corazón a Dios, volvamos nuestro corazón y nuestra
vida a Dios y a su Palabra y comencemos a poner toda nuestra fe en El.
Ahí está
nuestra salvación, es la luz de nuestra vida, es el sentido profundo de nuestro
ser. Es la Palabra que nos abre a Dios para que en El encontremos la verdadera
felicidad, y es lo que nos hace volvernos también hacia los demás, porque en la
vida no podemos seguir caminando solos ni desentendiéndonos de los otros.
Comencemos
a caminar los caminos del evangelio.
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