Estamos
en camino de subida y sabemos que nos vamos a encontrar la pasión y la Pascua
pero con Jesús no nos faltará la paz
Jeremías 18,18-20; Sal 30; Mateo 20,17-28
Estamos en camino. La vida es un estar
en camino, no podemos detener. Un camino de ascensión, un camino hacia lo alto,
un camino hacia una meta que nos trasciende. Son los caminos de cada día donde
vamos a alguna parte, pero son los caminos de cada día que son caminos de
búsqueda, de crecimiento, de superación personal, de sueños de algo grande, de
ambiciones que nos hacen crecer pero que en ocasiones nos entorpecen. Unos
caminos que nos llevan al encuentro, que nos arrancan de soledades, que nos
hacen saltar por encima de dificultades y contratiempos.
Es la lucha de cada día, es el trabajo,
es la vida de familia, es la convivencia con los demás, es el cruzarnos con
otros que también van haciendo camino o con los que queremos caminar juntos.
Mucho podríamos decir de esos caminos, de cómo hacerlos, de lo que nos vamos
encontrando o con lo que vamos tropezando; una veces con ilusión, en ocasiones
medio derrotados, en momentos de zozobra y angustia, en tantas ocasiones con alegría
y esperanza en el alma.
Estamos ahora en el camino de la
cuaresma que nos conduce a la Pascua. También con Jesús nosotros hemos de
caminar, subir al Tabor y a Jerusalén. Hoy en el evangelio se nos habla de esa
subida. Primero hace anuncio Jesús de cuánto va a suceder en Jerusalén, aunque
será algo difícil de comprender para los discípulos. Les gustaría que todo
fuera un camino fácil. Como nos sucede a nosotros en la vida; nos gustaría
caminar sin problemas, donde todo fuera grato, lejos de nosotros preocupaciones
y con nuestros sueños intactos. Por eso cuando atisbamos algo que nos parece
una contradicción o cerramos los ojos para no ver, o perdemos la paz y la
tranquilidad del espíritu. Pero la
realidad ahí y está y tenemos que asumirla y tenemos que recorrerla de manos de
Jesús, que El siempre nos llenará de paz el corazón. Cuánto lo deseamos.
Pero como decíamos a los discípulos se
les hacia cuesta arriba aquel camino, no solo por lo geográfico de la subida a
Jerusalén, sino porque en su corazón estaban latentes sus ambiciones y no
terminaban de entender. Es lo que le paso a los hermanos Zebedeos y la desazón
que luego se les metió en el corazón a los demás.
Allí están Santiago y Juan pidiendo
primeros puestos en su Reino. El diálogo con Jesús es significativo de cómo se
nos cierran los ojos y no terminamos de ver. Jesús les habla de cáliz que han
de beber y ellos están muy dispuestos, pero siguen con sus deseos y ambiciones.
Y ante la reacción que se está produciendo en los demás por las ambiciones de
estos dos hermanos, Jesús viene a aclararles una vez más cual ha de ser el
verdadero sentido de sus vidas.
No valen los codazos entre sus discípulos
para ver quien llega primero o quien alcanza el puesto de honor y de poder. Eso
lo deja Jesús para los que viven en el espíritu del mundo. Ellos han de
aprender que la grandeza está en el servir, en el hacerse el último de todos, en
el asumir también ese momento de cruz que puede aparecer en la vida, pero
dispuestos siempre a seguir el paso de Jesús. El es el que ha venido no para
ser servido sino para servir. Y ese es el camino que ahora está haciendo Jesús
en su subida a Jerusalén. Han de entenderlo pero ha de ser también algo que
ellos vivan, algo que nosotros también tenemos que entender y vivir.
‘El hijo del Hombre ha venido para
que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’. ¿Qué de todo esto tenemos nosotros que asumir en
nuestra vida ahora en este camino que vivimos en este momento? Que no nos falte
la paz en el corazón.
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