No estamos hechos para la soledad sino para la interrelación que nunca puede significar dominio o superioridad sino siempre respeto a una misma dignidad
Génesis 2, 18-24; Sal. 127;
Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16
El hombre, la persona no está hecha para la soledad. Aunque haya
momentos en que deseemos estar solos sin embargo nuestro ser más profundo está
creado para la relación, para la íntercomunión, para la comunicación con los
demás. Ahí están nuestros sentidos que nos abren al otro, a lo otro, ahí está
todo ese nuestro ser interior que busca el contacto, que busca el encuentro,
que se comunica y no solo quiere hacerlo desde lo externo, mediante gestos o
palabras, sino que buscamos otra intercomunicación más profunda con la que
trasmitimos nuestros sentimientos y recibimos también las señales de
comunicación del otro, comunicamos lo que llevamos dentro trasmitiendo nuestro
pensamiento y al tiempo queremos enriquecernos con lo que el otro nos ofrece.
Mucho puede decir la psicología y la sociología de todo esto y habrá
personas que lo expresen mejor que lo que yo ahora intento hacerlo, pero ya mi
deseo es comunicación, relación, búsqueda de encuentro. Y aquí tendríamos
quizás que decir que la comunicación más profunda y más completa es la del
amor, donde nos damos altruistamente al otro, pero que al mismo tiempo estamos
recibiendo esas señales del amor que el otro me pueda ofrecer.
Triste es el que va solo por la vida, que se encierra en su soledad y
no es capaz de dar de si mismo lo más hondo que tiene en sí. Se convierte en un
circulo cerrado y de la misma manera que no da tampoco recibe lo que empobrece
su vida, porque aquel que se da generosamente es el más que puede recibir, el
más que puede enriquecer su ser cuando está abierto al otro y de alguna manera
reconoce su pobreza o su necesidad del otro. Es la necesidad de amar y de ser
amado, es la necesidad del amor que es el que de verdad nos enriquece.
Alguno podría pensar que al darse porque el ama se está vaciando de si
mismo y se empobrece, pero creo que nos damos cuenta que es todo lo contrario.
Es una riqueza amar porque dándose se está llenando del otro al que ama, porque
en un verdadero amor, aunque se supone que lo hacemos de forma altruista y
nunca interesada, sin embargo está sintiéndose enriquecido con el amor que del
otro recibe.
Por eso cuando hay generosidad en nuestro amor, lo cuidamos para que
no sea interesado, pero lo cuidamos para que no se enfríe en su intensidad, lo
cuidamos para hacerlo cada vez mas maduro aprendiendo a aceptar al otro en lo
que es, en la riqueza de su vida, pero también en sus limitaciones como
aprendemos a aceptar nuestras propias limitaciones, porque además por encima de
todo eso nos damos cuenta de la dignidad y del valor de toda persona. En un
amor así no hay imposición ni dominio, nos buscamos distinciones que nos hagan
más o menos grandes, aunque nos demos cuenta de la diferencia de cada uno que
es lo que nos enriquece. Y así lo hacemos fuerte, así le damos verdadera
estabilidad y madurez.
Cuando reflexionamos sobre estos textos que en este domingo nos ofrece
la Palabra de Dios tenemos el peligro de comenzar nuestra reflexión por la casuística
de lo que vemos en la realidad de la vida, como estaban haciendo aquellos
fariseos del evangelio con las preguntas que le hacían a Jesús. Pero creo que tendríamos
que ir primero que nada a pensar en lo que es la dignidad y la grandeza de toda
persona y en el verdadero significado del amor para descubrir también lo que es
el plan y designio de Dios para el hombre y la mujer desde la creación.
El texto del Génesis algunas veces nos lo pasamos un poco por alto
como si fuera una simple leyenda que nos habla de la creación según parámetros
de otras culturas y otros tiempos. Sin embargo es un texto que en sus detalles
nos está expresando una riqueza muy grande. Ya nos habla de esa soledad del
hombre, que no podía satisfacerse en cualquier otro ser vivo, como pudieran ser
los animales, sino que había de encontrarse ese complemento en alguien que
fuera de si misma dignidad. ‘Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis
huesos’, exclama Adán, pero que no es solo por aquello de que aquel nuevo
ser vivo fuera tomado de su propia costilla, sino que nos está hablando de una
igualdad en su dignidad. Y es así donde entra la persona en una verdadera relación,
en un verdadero encuentro, en el amor.
Como expresábamos anteriormente no es dominio ni superioridad de una
parte sobre otra como fácilmente interpretaríamos. Es una misma dignidad del
hombre y de la mujer. Porque no fueron creados hombre y mujer para el dominio
del uno sobre el otro sino para encontrar su igual donde se tuviera esa hermosa
interrelación del amor. A la pregunta de los fariseos a Jesús sobre el
divorcio, les responde Jesús de la terquedad con que vivimos nuestra vida cuando
nos creemos unos superiores sobre los otros. Ahí no se puede establecer esa
verdadera relación, ahí no tiene cabida el amor verdadero, por eso Jesús nos
remite a los orígenes, a lo que fue el designio de Dios que ya nos manifiesta
el Génesis.
‘Abandonará el hombre a
su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De
modo que ya no son dos, sino una sola carne’. No busca el hombre a la mujer para dominar sobre ella,
sino para ser uno con ella, y lo mismo decimos de la mujer hacia el hombre. ‘Serán
una sola carne’, está expresándonos esa igualdad en dignidad. Como nos dice
Jesús por la terquedad que nace de nuestro egoísmo vienen los dominios, viene
el creernos superiores, vienen unas relaciones que no están bien fundamentadas
en su base, viene una falta de amor verdadero.
Termina hoy el evangelio
con algo que parece que no tiene relación. Es ese episodio donde le llevan las
madres a sus hijos niños a Jesús y los discípulos querrán impedirlo para que no
molesten al Maestro. Pero Jesús nos dice como tenemos que acoger al niño, y eso
forma parte de las señales del Reino de Dios. Esa acogida del niño significa
ese respeto al niño, a la persona, a toda persona y no importa su edad, porque
todos tenemos dignidad igual. En línea con lo que venimos diciendo de la mutua
interrelación entre todos y en especial del matrimonio donde parece que se
centraría más el texto del evangelio.
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