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domingo, 7 de octubre de 2018

No estamos hechos para la soledad sino para la interrelación que nunca puede significar dominio o superioridad sino siempre respeto a una misma dignidad


No estamos hechos para la soledad sino para la interrelación que nunca puede significar dominio o superioridad sino siempre respeto a una misma dignidad

Génesis 2, 18-24; Sal. 127; Hebreos 2, 9-11; Marcos 10, 2-16

El hombre, la persona no está hecha para la soledad. Aunque haya momentos en que deseemos estar solos sin embargo nuestro ser más profundo está creado para la relación, para la íntercomunión, para la comunicación con los demás. Ahí están nuestros sentidos que nos abren al otro, a lo otro, ahí está todo ese nuestro ser interior que busca el contacto, que busca el encuentro, que se comunica y no solo quiere hacerlo desde lo externo, mediante gestos o palabras, sino que buscamos otra intercomunicación más profunda con la que trasmitimos nuestros sentimientos y recibimos también las señales de comunicación del otro, comunicamos lo que llevamos dentro trasmitiendo nuestro pensamiento y al tiempo queremos enriquecernos con lo que el otro nos ofrece.
Mucho puede decir la psicología y la sociología de todo esto y habrá personas que lo expresen mejor que lo que yo ahora intento hacerlo, pero ya mi deseo es comunicación, relación, búsqueda de encuentro. Y aquí tendríamos quizás que decir que la comunicación más profunda y más completa es la del amor, donde nos damos altruistamente al otro, pero que al mismo tiempo estamos recibiendo esas señales del amor que el otro me pueda ofrecer.
Triste es el que va solo por la vida, que se encierra en su soledad y no es capaz de dar de si mismo lo más hondo que tiene en sí. Se convierte en un circulo cerrado y de la misma manera que no da tampoco recibe lo que empobrece su vida, porque aquel que se da generosamente es el más que puede recibir, el más que puede enriquecer su ser cuando está abierto al otro y de alguna manera reconoce su pobreza o su necesidad del otro. Es la necesidad de amar y de ser amado, es la necesidad del amor que es el que de verdad nos enriquece.
Alguno podría pensar que al darse porque el ama se está vaciando de si mismo y se empobrece, pero creo que nos damos cuenta que es todo lo contrario. Es una riqueza amar porque dándose se está llenando del otro al que ama, porque en un verdadero amor, aunque se supone que lo hacemos de forma altruista y nunca interesada, sin embargo está sintiéndose enriquecido con el amor que del otro recibe.
Por eso cuando hay generosidad en nuestro amor, lo cuidamos para que no sea interesado, pero lo cuidamos para que no se enfríe en su intensidad, lo cuidamos para hacerlo cada vez mas maduro aprendiendo a aceptar al otro en lo que es, en la riqueza de su vida, pero también en sus limitaciones como aprendemos a aceptar nuestras propias limitaciones, porque además por encima de todo eso nos damos cuenta de la dignidad y del valor de toda persona. En un amor así no hay imposición ni dominio, nos buscamos distinciones que nos hagan más o menos grandes, aunque nos demos cuenta de la diferencia de cada uno que es lo que nos enriquece. Y así lo hacemos fuerte, así le damos verdadera estabilidad y madurez.
Cuando reflexionamos sobre estos textos que en este domingo nos ofrece la Palabra de Dios tenemos el peligro de comenzar nuestra reflexión por la casuística de lo que vemos en la realidad de la vida, como estaban haciendo aquellos fariseos del evangelio con las preguntas que le hacían a Jesús. Pero creo que tendríamos que ir primero que nada a pensar en lo que es la dignidad y la grandeza de toda persona y en el verdadero significado del amor para descubrir también lo que es el plan y designio de Dios para el hombre y la mujer desde la creación.
El texto del Génesis algunas veces nos lo pasamos un poco por alto como si fuera una simple leyenda que nos habla de la creación según parámetros de otras culturas y otros tiempos. Sin embargo es un texto que en sus detalles nos está expresando una riqueza muy grande. Ya nos habla de esa soledad del hombre, que no podía satisfacerse en cualquier otro ser vivo, como pudieran ser los animales, sino que había de encontrarse ese complemento en alguien que fuera de si misma dignidad. ‘Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos’, exclama Adán, pero que no es solo por aquello de que aquel nuevo ser vivo fuera tomado de su propia costilla, sino que nos está hablando de una igualdad en su dignidad. Y es así donde entra la persona en una verdadera relación, en un verdadero encuentro, en el amor.
Como expresábamos anteriormente no es dominio ni superioridad de una parte sobre otra como fácilmente interpretaríamos. Es una misma dignidad del hombre y de la mujer. Porque no fueron creados hombre y mujer para el dominio del uno sobre el otro sino para encontrar su igual donde se tuviera esa hermosa interrelación del amor. A la pregunta de los fariseos a Jesús sobre el divorcio, les responde Jesús de la terquedad con que vivimos nuestra vida cuando nos creemos unos superiores sobre los otros. Ahí no se puede establecer esa verdadera relación, ahí no tiene cabida el amor verdadero, por eso Jesús nos remite a los orígenes, a lo que fue el designio de Dios que ya nos manifiesta el Génesis.
‘Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne’. No busca el hombre a la mujer para dominar sobre ella, sino para ser uno con ella, y lo mismo decimos de la mujer hacia el hombre. ‘Serán una sola carne’, está expresándonos esa igualdad en dignidad. Como nos dice Jesús por la terquedad que nace de nuestro egoísmo vienen los dominios, viene el creernos superiores, vienen unas relaciones que no están bien fundamentadas en su base, viene una falta de amor verdadero.
Termina hoy el evangelio con algo que parece que no tiene relación. Es ese episodio donde le llevan las madres a sus hijos niños a Jesús y los discípulos querrán impedirlo para que no molesten al Maestro. Pero Jesús nos dice como tenemos que acoger al niño, y eso forma parte de las señales del Reino de Dios. Esa acogida del niño significa ese respeto al niño, a la persona, a toda persona y no importa su edad, porque todos tenemos dignidad igual. En línea con lo que venimos diciendo de la mutua interrelación entre todos y en especial del matrimonio donde parece que se centraría más el texto del evangelio.

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