La Ascensión del Señor pone en nuestras manos el testigo de la Buena Nueva de la Salvación que hemos llevar a un mundo que nos parece que camina por otros derroteros
Hechos 1, 1-11; Sal. 46; Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20
Ascender es aspirar a llegar más alto. Creo que todos habríamos de
tener ese deseo en la vida; no nos podemos quedar anquilosados siempre en lo
mismo, en nuestro corazón tendríamos que tener ansias de más, de crecer, de
vivir con mayor intensidad, de superarnos para llegar a algo mejor en la vida,
en nosotros, en el desarrollo de nuestro yo.
Pero bien sabemos que hay personas que se contentan con lo que son, no
aspiran a nada más, tienen de alguna manera miedo a lo nuevo y a lo que supere
lo que ya son o ya tienen y su vida se vuelve monótona, aburrida, parece que no
tienen vida. Muchas veces tenemos el peligro de ir dando tumbos por la vida dejándonos
arrastrar por nuestras rutina porque no queremos esforzarnos, porque superarse
exige esfuerzo como quien quiere subir a lo alto de una montaña tiene que hacer
el esfuerzo de la ascensión y cuanto mas alto queremos llegar más grande será
el esfuerzo, aunque cuando lleguemos a lo alto diremos que bien mereció la
pena.
Es un primer pensamiento que me ha venido a la mente al observar la
palabra que define la fiesta de este día, la Ascensión del Señor. Bien sabemos
que estamos refiriéndonos al misterio de Cristo glorificado después de la resurrección
a quien proclamamos como el Señor que está sentado a la derecha del Padre en el
cielo. Hemos venido reflexionando en esta última semana de pascua sobre los
anuncios que Jesús hace de su vuelta al Padre. El misterio de la Ascensión que
hoy celebramos viene a expresarnos esa vuelta al Padre pero no es un final lo
que estamos contemplando sino lo que podríamos decir la entrega de un testigo
que Jesús nos entrega a los que creemos en El porque su Buena Nueva de Salvación
está en nuestras manos para que lo anunciemos al mundo.
Pero no quiero dejar en el aire lo que veníamos diciendo de esa
ascensión que nosotros también hemos de vivir en nuestra vida. Contemplar la
Ascensión de Jesús nos está hablando también de nuestra Ascensión. El camino de
ascensión de Jesús ha de ser también nuestro camino. La contemplación del
misterio de Cristo no es para que nosotros nos quedemos extasiados y poco menos
con los brazos cruzados.
Recordamos que cuando Jesús llevo a los tres discípulos preferidos al
Tabor y se transfiguró delante de ellos Pedro tuvo la tentación de quedarse allí
extasiado para siempre contemplando aquella glorificación de Jesús; ya quería
hace tres tiendas para quedarse así para siempre. Pero había que bajar a la
llanura para seguir haciendo camino. No era aquel momento una estación para
quedarse, sino un punto para arrancar a ponerse en camino, como sucede ahora también
con la Ascensión de Jesús.
‘¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?’ les dirán los Ángeles a
los apóstoles en el monte de la Ascensión. Había que volver a Jerusalén y con
la fuerza del Espíritu de Jesús que pronto el Padre les iba a enviar, ahora tendrían
que salir al mundo para ser sus testigos hasta los confines de la tierra, como
nos recuerda san Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Las últimas palabras de
Jesús es enviar a sus discípulos a anunciar a todos los pueblos, a todas las
gentes la Buena Nueva de la Salvación de Jesús.
No sería una tarea para quedarse con los brazos cruzados, ni para
encerrarse porque se tuvieran que encarar a demonios, serpientes o venenos. Nada
habrían de temer aunque muchas fueran las dificultades y persecuciones. Ellos Irán
llevando siempre salud y salvación, perdón y gracia, vida y amor.
Un camino largo, ascendente, agotador muchas veces, pero al mismo
tiempo ilusionante y que llena de gozo el corazón el que la Iglesia ha ido
haciendo a lo largo de los siglos. Es el camino que nosotros tenemos que seguir
haciendo. Muchas veces los cristianos hemos vivido demasiado adormilados,
demasiado acomodados porque las cosas nos parecían fáciles, porque quizá nos queríamos
apoyar en fundamentos o poderes humanos, pero no hemos terminado de hacer con
toda claridad y valentía, con ese ardor del Espíritu en nuestro corazón ese
anuncio del Evangelio.
Y el enemigo que nos rodea nos acecha y nos cerca creando desganas en
nuestros corazones, queriendo vivir demasiado instalados y acomodados, dejando
a un lado un poquito ese ardor y ese esfuerzo de superación y crecimiento y han
ido apareciendo en nuestra sociedad muchas lagunas de indiferencia ante lo
religioso y hasta de rechazo a lo que suene a espiritual y cristiano.
Hoy esta fiesta de la Ascensión del Señor tiene que ser un grito
fuerte a nuestras conciencias, un despertador que suene fuerte en los oídos de
nuestro corazón para que despertemos de nuevo en nosotros esas ansias de
crecimiento espiritual y esos deseos de anunciar ardientemente el evangelio de
Jesús. Nos sentimos preocupados por esa pendiente de tibieza espiritual en que
hemos ido cayendo muchos cristianos y nos puede parecer que las cosas se nos
escapan de las manos, que el mundo se nos escapa por otros derroteros.
Pero nosotros tenemos la certeza de la promesa de Jesús de que su
Espíritu estaría siempre con nosotros. El próximo domingo celebraremos
Pentecostés. Pero escuchemos claramente ese mandato del Señor hoy en el día de
la Ascensión y pongámonos en camino, porque sabemos que el Señor camina con
nosotros y hemos de realizar esa ascensión en nuestra vida y esa ascensión de
nuestro mundo a las alturas de los valores del Evangelio.
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