No
somos del mundo aunque vivimos en el mundo porque no nos queremos dejar influir
por los intereses o por las ideas del mundo y tenemos que dar nuestro
testimonio
Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19
Qué ganas tengo de que se acabe esta vida es una frase que hayamos
escuchado alguna vez o quizá hasta nosotros mismos hemos pensado o dicho. Puede
ser por una parte en un deseo piadoso de querer vivir con Dios para siempre
como expresaba tan maravillosamente santa Teresa en sus arrobos místicos pero
puede sucedernos también quizás mas habitualmente desde el agobio con que
vivimos la vida con sus problemas, sus luchas, sus oscuridades en lo que ya nos
sentimos cansados y con el deseo de que todo termine.
Son cosas que surgen espontáneas del corazón desde uno u otro sentido
y que de alguna manera quieren hacernos huir de la situación en la que vivimos
en un deseo de algo mejor. Pero la realidad es la que es y tenemos que vivir el
momento presente y vivirlo con toda intensidad, aunque sea con deseos de tener
un día algo mejor. La lucha y el esfuerzo en ocasiones se nos hace doloroso
porque estamos sometidos a la tentación, porque no llegamos a encontrar en este
mundo y en esta vida lo que mejor deseamos en lo más hondo de nosotros mismos,
porque lo adverso que encontramos en nuestro entorno nos hace dudar muchas
veces, o porque quisiéramos una vida sin luchas deseando un cierto conformismo
pero que al final tampoco nos satisface.
Estamos escuchando y meditando en estos días, como hemos dicho
anteriormente, la oración sacerdotal de Jesús en la última cena. Oración de acción
de gracias y glorificación al Padre en el momento cumbre de su entrega – es la
ofrenda del sacerdote ante el sacrificio, de ahí el nombre de oración
sacerdotal – pero es el momento en que Jesús pide por los suyos, por aquellos
que han creído en su nombre.
Pero fijémonos bien en la parte de la oración que hoy estamos
meditando. Jesús ruega por los suyos pero no pide al Padre que los saque de
este mundo, sino que los libre del mal. ‘Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del
mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad’.
El mundo nos odiará porque
no somos del mundo aunque vivimos en el mundo. No somos del mundo porque no nos
queremos dejar influir por los intereses o por las ideas del mundo. Por eso el
mundo es un peligro para nosotros y nuestro testimonio en medio de ese mundo de
una vida distinta, nos hará sentir en nuestra carne ese odio y ese rechazo del
mundo. Son las luchas, las dificultades, los problemas, la tensión y el
esfuerzo que hemos de mantener, como veníamos reflexionando. Pero ahí en medio
del mundo hemos de estar, porque es ahí donde es necesario ese testimonio que
se convierte en anuncio.
Queríamos que todo se
acabara, desearíamos una vida mejor, tenemos ansias de poder llegar al cielo,
pero mientras hemos de seguir haciendo este camino aunque cueste esfuerzo,
lucha, lagrimas, sangre. Pero tenemos el apoyo de la oración de Jesús que pide
al Padre que nos dé la fuerza de su Espíritu para que no nos venza el mal. No
olvidemos que somos los enviados de Jesús y vamos siempre con la fuerza y la
asistencia de su Espíritu.
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