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martes, 6 de febrero de 2018

No olvidemos lo que es lo principal, no nos olvidemos del amor que tiene que ser de verdad nuestro distintivo

No olvidemos lo que es lo principal, no nos olvidemos del amor que tiene que ser de verdad nuestro distintivo

1Reyes 8,22-23.27-30; Sal 83; Marcos 7,1-13

Qué malos son los escrúpulos; andar siempre obsesionados porque en todo nos parece que nos equivocamos, que hacemos mal, que la gente pueda estar pendiente de lo que hacemos si lo hacemos bien o lo hacemos mal. Reglamentamos la vida con tantas normas que al final no sabemos a qué atenernos y estamos con la inquietud de que lo hicimos mal, que nos pasamos aunque solo fuera en lo mínimo en lo que hicimos, y atormentamos nuestra conciencia, no tenemos paz interior y así no encontramos la manera de ser felices.
Necesitamos una madurez en la vida, que no consiste en imponernos normas y mas normas sino en tratar de tener unos principios justos por los que guiarnos en nuestro actuar y tratar de no perder la paz del espíritu realizando lo que es lo fundamental y lo que da verdadera rectitud interior a lo que hacemos. El escrupuloso quiere tener como reglamentado toda su vida en los más mínimos detalles, pero eso se hace insoportable porque andamos como un corsé que nos aprieta por todos lados. Sin esas reglas parece no saber actuar y al final vive esclavizado y sin libertad.
Acuden hoy en el evangelio a Jesús unos fariseos pidiéndole explicaciones a Jesús por las actitudes o las costumbres de sus discípulos. Los fariseos eran muy puritanos y parecía que todo lo que tocaran podía hacerlos impuros, por eso andaban continuamente haciendo abluciones para purificarse. No era la simple higiene que tendríamos que haber en nuestra vida para evitar un contagio que pudiera dañarnos, sino que eso lo habían convertido en normas muy estrictas pero pensando más bien en impurezas legales, que en la propia pureza de su corazón.
Como comenta el propio evangelista en el episodio que hoy nos narra cuando volvían de la plaza se lavaban bien las manos restregando bien antes de comer, pero evitar esas impurezas. Ven a los discípulos de Jesús que no tiene esas exigencias tan a rajatabla en sus costumbres y se lo echan en cara a Jesús. ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?’
Jesús quiere hacerles entender que no nos podemos quedar en cosas meramente exteriores que son simples apariencias, sino que lo que tenemos que cuidar es la rectitud que tengamos en el corazón. Y les recuerda palabras de los profetas. ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’, les dice Jesús. Nos olvidamos del verdadero mandamiento de Dios imponiéndonos preceptos humanos, viene a decirles; nos cargamos de normas y reglamentaciones y nos olvidamos del amor y de la misericordia.
Cuidado que a nosotros nos pase lo mismo; cuidado que entre nosotros los cristianos nos preocupemos más de reglamentos y preceptos que de la misericordia, la solidaridad, el amor con el que hemos de brillar en nuestra vida. Cuantas veces decimos yo ya he cumplido, porque hemos cumplido algunos preceptos, porque quizás venimos a misa todos los domingos o cumplimos las promesas que hacemos en nuestra devoción a una determinada imagen religiosa; hemos cumplido decimos pero luego no somos capaces de ser compasivos con el hermano y no tenemos misericordia en el corazón para comprender y para perdonar, para compadecernos y ser capaces de compartir con el necesitado.
No olvidemos lo que es lo principal, no nos olvidemos del amor que tiene que ser de verdad nuestro distintivo. Vivamos la misericordia y la compasión porque sentimos como Dios es misericordioso con nosotros, pero seamos igualmente nosotros misericordiosos con el hermano. Cuánto no cuesta perdonar, cómo discriminamos fácilmente al otro porque ha cometido un error en la vida, cómo apartamos de nuestro lado y hasta quizá de la vida de la Iglesia alguien porque no nos parece tan bueno como  nosotros juzgamos. El juicio es de Dios, pero Dios es siempre misericordioso; de la misma manera en nuestro juicio seamos siempre misericordiosos con nuestro hermano. Atención, que no siempre lo somos.

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