Los signos de una pronto liberación se comenzaban a manifestar en aquellos milagros que Jesús iba haciendo y se han de manifestar hoy por los signos de nuestra vida
Job
7, 1-4. 6-7; Sal 146; 1 Corintios 9, 16-19. 22-23; Marcos 1, 29-39
Si en algo todos estaríamos de acuerdo es en el deseo de felicidad.
Todos queremos ser felices, aunque otra cosa sea en qué cifremos la felicidad o
la manera de conseguirla. Pero queremos ser felices y queremos desaparecer de
nuestra vida todo aquello que nos causara sufrimiento y mermara esa felicidad
que deseamos. Sin embargo somos conscientes de muchas cosas que ensombrecen
nuestra vida y nos hacen sufrir y no nos permiten alcanzar la tan deseada
felicidad.
Cuando pensamos en los sufrimientos que empañan la felicidad que desearíamos
alcanzar una primera referencia que quizá hagamos son las enfermedades y las
limitaciones físicas que encontremos, por ejemplo, para nuestra movilidad; todo
aquello que pudiera producirnos una discapacidad nos puede mermar en las
posibilidades de nuestra vida y al vernos así limitados sentimos como que no
pudiéramos realizarnos plenamente y ser felices.
Pero también nos damos cuenta que son otras muchas cosas las que nos
pueden limitar en la vida que no son solo esas enfermedades o limitaciones físicas,
porque nos podemos sentir oprimidos de otras muchas maneras; desde quienes
ejercen sobre nosotros una influencia tal que no nos dejan actuar con libertad
o limitan nuestras capacidades y posibilidades de la vida o todas esas cosas
que nos hacen difícil la convivencia, el encuentro, la relación con los demás;
será también cuando desde nuestro interior vemos que nuestros sueños se rompen
y no somos capaces de realizarlos o no somos capaces de superarnos en nosotros
mismos para lograr ese desarrollo o esa madurez en nuestro actuar y en nuestro
vivir.
Aquí podríamos pensar en muchas cosas que seguramente ya van surgiendo
en nuestra mente al hilo de esta reflexión y con los que nosotros con nuestra
manera de actuar desde nuestra insolidaridad, nuestro amor propio o nuestros
orgullos también podemos ser causa del sufrimiento y en consecuencia la
infelicidad de los que nos rodean.
¿Ese sería el camino para una vida digna del hombre, de la persona?
Queremos quizá y no podemos, no somos capaces, porque quizá son muchas las
ataduras que tenemos en nuestro interior cuando hemos dejado meter el pecado en
nuestro corazón. Tenemos que hacer todo lo posible por nosotros mismos por
liberarnos de todo eso que nos ata, pero quizá haya muchas cosas que nos
superan y necesitaríamos una fuerza o una ayuda superior.
Desde toda la eternidad Dios quiere la felicidad del hombre. La imagen
nos la expresa la Biblia cuando nos habla de que el hombre creado por Dios fue
colocado en un jardín. Imágenes que quieren significar mucho para nosotros. Por
eso tras el pecado del hombre, tras su ruptura interior consigo mismo, con los
demás y con Dios, se le promete una liberación y una salvación donde todo ha de
ser reconstruido y reedificado en una nueva vida que nos llene de verdadera plenitud.
Son las esperanzas de salvación que mantuvo siempre en su corazón el
pueblo elegido con el deseo de la pronto llegada de un Mesías Salvador. La
aparición de Jesús por los pueblos y aldeas de Galilea anunciando unos tiempos
nuevos despertaron las esperanzas y llenaron de una alegría esperanzada los
corazones de todos aquellos que se veían oprimidos de muchas maneras en sus
enfermedades, en su pobreza y en lo que sentían que era una falta de libertad
para su pueblo.
Lo que Jesús les decía y la manera como les enseñaba les hacían sentir
que sí llegaban tiempos nuevos; como habían dicho en la sinagoga al escucharle
aquella forma de hablar era nueva y con autoridad; los signos de esa pronto
liberación se comenzaban a manifestar en aquellos milagros que Jesús iba
haciendo. Por eso acuden todos los que sienten algún tipo de sufrimiento en su
vida o en su corazón hasta Jesús para sentirse sanados por la Palabra de Jesús.
Lo había expresado en la sinagoga cuando liberó a aquel poseído por un
espíritu inmundo, como ellos decían, ahora le llevan hasta casa de Simón de sus
primeros seguidores porque la suegra de éste está enferma y Jesús la levanta de
su postración de manera que ella prontamente se pone a servirles. Pero será al
atardecer, cuando se han acabado las limitaciones del sábado cuando una
muchedumbre con enfermos de todo tipo se agolpa a la puerta de la casa para que
Jesús les cure.
Algo nuevo está comenzando. Es la esperanza de que sus sufrimientos se
acaban y un nuevo y de dicha comienza a alborear. Por eso acuden a buscar a Jesús.
Pero Jesús se ha retirado a la soledad de la oración en la madrugada. Es
consciente que es la misión que ha recibido del Padre y además se ha de
extender a todos. Por eso cuando le buscan les dirá que tiene que ir a hacer ese
anuncio a todas partes. Y recorre los pueblos y las aldeas de Galilea
enseñando, anunciando el Reino de Dios que llega acompañando sus palabras de
los signos de liberación que iba realizando.
Pero no nos quedamos en contemplar este cuadro con la actuación de
Jesús. Porque esa misma misión es la que nos ha confiado. Y ese mismo anuncio
tenemos que seguir haciendo en nuestro mundo de hoy con nuestra palabra y con
los signos de nuestra vida liberada. Hoy nuestro mundo también se encuentra en
la misma confusión y también anhelan los mismos deseos en todos los corazones,
aunque los expresemos de maneras distintas. En la construcción de ese mundo
nuevo también nosotros tenemos que seguir empeñados luchando contra el mal y
contra todo sufrimiento, contra todo lo que pueda limitar la dignidad de
cualquier persona, de toda persona.
El mundo necesita hoy más que nunca, casi nos atreveríamos a decir,
que nosotros los cristianos en la autenticidad de nuestras vidas les mostremos
esos signos de la liberación que Jesús quiere realizar en nosotros y en nuestro
mundo para hacer ese mundo nuevo. No siempre quizá hemos sido lo
suficientemente claros en la manifestación de esos signos, aunque a través de
los siglos no han dejado de realizarse. Pero hay tantos que no los han descubierto,
no los han comprendido, y esa es la tarea de anuncio de esa buena noticia que
tenemos que dar a nuestro mundo.
Nuestras vidas que crecen en libertad y en alegría son el testimonio
fuerte que tenemos que dar. La alegría de nuestra fe, la alegría de seguir el
camino de Jesús donde nos vemos plenamente realizados y nos sentimos verdaderamente felices es el
grito que tenemos que dar ante los que nos rodean. Somos felices porque creemos
en Jesús, somos felices porque nos sentimos liberados del mal por Jesús, somos
felices anunciando el evangelio de Jesús sin miedo, sin complejos ni cobardías.
Es el anuncio de la verdadera dicha y felicidad que tenemos que hacer a nuestro
mundo de hoy.
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