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lunes, 5 de febrero de 2018

La fe y la esperanza no solo eran la confianza de tener unos cuerpos sanos, sino el sentido de una nueva vida que vislumbraban en Jesús

La fe y la esperanza no solo eran la confianza de tener unos cuerpos sanos, sino el sentido de una nueva vida que vislumbraban en Jesús

1Reyes 8,1-7.9-13; Sal. 131; Marcos 6, 53-56

Muchas veces queremos guardar en nuestra intimidad aquellos sufrimientos que podamos tener. Aquellas imposibilidades o debilidades que tengamos porque quizá creemos que eso es algo muy íntimo y personal y no tenemos por qué darlo a conocer a quienes nos rodean. Muchos secretos se guardan tras los muros de una casa o también tras la fachada de serenidad que queremos mostrar en la vida. Nadie tiene que conocer nuestros sufrimientos o necesidades pensamos y así quizá no dejamos que alguien pueda ofrecernos una palabra o un gesto de consuelo. Nos lo guardamos en nuestro interior.
Es la respuesta que muchas veces damos cuando nos preguntamos cómo estamos o se interesan tal vez por un enfermo que tengamos en nuestra casa; estoy bien decimos, está mejor respondemos al interés que alguien pudiera mostrar por lo nuestro. Nos creamos un mundo de distancias y de aislamiento que nada nos ayuda. Nos situamos en el centro de una espiral que impide que los demás puedan llegar hasta nosotros siendo para nosotros un incomprensible circulo cerrado en el que no dejamos entrar a nadie ni nosotros queremos salir haciendo mas insoportable nuestro sufrimiento.
Es necesario que seamos capaces de atisbar por donde nos pueda entrar un rayo de luz o que alguien nos ayude a abrir una brecha por la que seamos capaces de salirnos o dejar entrar a los otros para ayudarnos a mitigar nuestro dolor o a encontrarle un sentido. Pero tenemos que dejarnos ayudar, abrir los oídos y los ojos de nuestro espíritu. Es el rayo de luz y de esperanza que necesitamos que ilumine nuestras vidas y nos ayude a ponernos en orden de verdad dentro de nosotros mismos. Quizá ese rayo de luz está cerca de nosotros pero estamos tan encerrados que no seremos capaces de verlo.
La llegada de Jesús por aquellos caminos y pueblos de Galilea fue ese rayo de luz que despertó las esperanzas en tantos llenos de sufrimientos. Habían vivido soportando estoicamente su dolor, pero ahora descubrían que se abría una puerta para sus vidas. Por eso corrían detrás de Jesús, al menos querían que la sombra de su manto se posara sobre ellos porque sabían que así sus vidas se podían llenar de luz. Todos querían sentir la mano de Jesús en sus vidas, o al menos tocarle la orla de su manto porque sabían que así sus corazones se podrían sanar.
Es lo que nos describe el evangelista. No eran solo sus cuerpos atormentados por el sufrimiento de su enfermedad o de sus limitaciones lo que llevaban hasta Jesús sino que eran sus vidas rotas deseando encontrar un sentido y una salvación. No nos podemos quedar en el milagro de unos cuerpos sanados de sus enfermedades o sus discapacidades, sino que hemos de descubrir la salud total que Jesús nos ofrece, por eso Jesús siempre pedía que se dejaran transformar el corazón. La fe y la esperanza no solo eran la confianza de unos cuerpos sanos, sino el sentido de una nueva vida que vislumbraban en Jesús.
¿Cómo vamos nosotros hasta Jesús? ¿Cuáles son los sufrimientos que llevamos y que nos atormentan en el corazón? ¿Por qué nos aislamos, nos encerramos en nosotros mismos queriendo muchas veces construir nuestra vida por nuestra cuenta y sin contar con los demás? ¿Cuál es el resquicio que hemos de dejar abrir en nuestra alma para que entre en nosotros esa luz nueva que nos hará vivir de una manera distinta? ¿Seguimos pensando que hemos de seguir guardándonos todo para nosotros mismos y que por nosotros solos podemos sanar nuestra vida?

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