La fe y la esperanza no solo eran la confianza de tener unos cuerpos sanos, sino el sentido de una nueva vida que vislumbraban en Jesús
1Reyes 8,1-7.9-13; Sal. 131; Marcos 6, 53-56
Muchas veces queremos guardar en nuestra intimidad aquellos
sufrimientos que podamos tener. Aquellas imposibilidades o debilidades que
tengamos porque quizá creemos que eso es algo muy íntimo y personal y no
tenemos por qué darlo a conocer a quienes nos rodean. Muchos secretos se
guardan tras los muros de una casa o también tras la fachada de serenidad que
queremos mostrar en la vida. Nadie tiene que conocer nuestros sufrimientos o
necesidades pensamos y así quizá no dejamos que alguien pueda ofrecernos una
palabra o un gesto de consuelo. Nos lo guardamos en nuestro interior.
Es la respuesta que muchas veces damos cuando nos preguntamos cómo
estamos o se interesan tal vez por un enfermo que tengamos en nuestra casa;
estoy bien decimos, está mejor respondemos al interés que alguien pudiera
mostrar por lo nuestro. Nos creamos un mundo de distancias y de aislamiento que
nada nos ayuda. Nos situamos en el centro de una espiral que impide que los
demás puedan llegar hasta nosotros siendo para nosotros un incomprensible
circulo cerrado en el que no dejamos entrar a nadie ni nosotros queremos salir
haciendo mas insoportable nuestro sufrimiento.
Es necesario que seamos capaces de atisbar por donde nos pueda entrar
un rayo de luz o que alguien nos ayude a abrir una brecha por la que seamos
capaces de salirnos o dejar entrar a los otros para ayudarnos a mitigar nuestro
dolor o a encontrarle un sentido. Pero tenemos que dejarnos ayudar, abrir los oídos
y los ojos de nuestro espíritu. Es el rayo de luz y de esperanza que
necesitamos que ilumine nuestras vidas y nos ayude a ponernos en orden de verdad
dentro de nosotros mismos. Quizá ese rayo de luz está cerca de nosotros pero
estamos tan encerrados que no seremos capaces de verlo.
La llegada de Jesús por aquellos caminos y pueblos de Galilea fue ese
rayo de luz que despertó las esperanzas en tantos llenos de sufrimientos. Habían
vivido soportando estoicamente su dolor, pero ahora descubrían que se abría una
puerta para sus vidas. Por eso corrían detrás de Jesús, al menos querían que la
sombra de su manto se posara sobre ellos porque sabían que así sus vidas se podían
llenar de luz. Todos querían sentir la mano de Jesús en sus vidas, o al menos
tocarle la orla de su manto porque sabían que así sus corazones se podrían
sanar.
Es lo que nos describe el evangelista. No eran solo sus cuerpos
atormentados por el sufrimiento de su enfermedad o de sus limitaciones lo que
llevaban hasta Jesús sino que eran sus vidas rotas deseando encontrar un
sentido y una salvación. No nos podemos quedar en el milagro de unos cuerpos
sanados de sus enfermedades o sus discapacidades, sino que hemos de descubrir
la salud total que Jesús nos ofrece, por eso Jesús siempre pedía que se dejaran
transformar el corazón. La fe y la esperanza no solo eran la confianza de unos
cuerpos sanos, sino el sentido de una nueva vida que vislumbraban en Jesús.
¿Cómo vamos nosotros hasta Jesús? ¿Cuáles son los sufrimientos que
llevamos y que nos atormentan en el corazón? ¿Por qué nos aislamos, nos
encerramos en nosotros mismos queriendo muchas veces construir nuestra vida por
nuestra cuenta y sin contar con los demás? ¿Cuál es el resquicio que hemos de
dejar abrir en nuestra alma para que entre en nosotros esa luz nueva que nos
hará vivir de una manera distinta? ¿Seguimos pensando que hemos de seguir guardándonos
todo para nosotros mismos y que por nosotros solos podemos sanar nuestra vida?
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