Tenemos
que aprender de una vez por todas a saber entrar en comunión y comunicación con
los demás sean quienes sean
1Reyes
11,29-32; 12,19; Sal 80; Marcos 7,31-37
Un mundo de silencio, un mundo de incomunicación, un mundo de
aislamiento. Cuanto nos cuesta comunicarnos y relacionarnos cuando carecemos de
algunos sentidos o están atrofiados. No poder oír lo que sucede a nuestro
alrededor nos hace entrar no solo en una incomunicación que nos aísla sino que
casi nos incapacita para entender y para comprender. No poder expresar aquello
que llevamos dentro porque nos faltan las palabras, porque no podemos
pronunciar con sonidos lo que si escuchamos en nuestro interior nos hace la
vida difícil.
Pero hay aislamientos que nosotros mismos nos buscamos. Hay silencios
que nosotros creamos, porque ansiemos la soledad para pensar mejor, para
reflexionar y para crecer por dentro, sino porque ponemos murallas entre
nosotros y los demás para no querernos ver, para no querernos escuchar, para
aislarnos de los demás. Somos nosotros mismos los que ponemos esas murallas en
nuestra vida, y tremendo es cuando son los demás los que nos crean esas
barreras aislándonos, excluyéndonos de su comunicación, impidiendo que podamos
entender y comprender.
Son muros que tenemos que derribar. Es cierto que en nuestra
civilización avanzamos y hemos sido capaces de crearnos medios que nos
faciliten esa comunicación, aunque sea con el lenguaje de los signos, pero a
pesar de nuestra civilización sin embargo hay otras barreras que aun no han caído
en nuestras relaciones, porque nos hacemos egoístas o insolidarios, porque los
que creemos que podemos y sabemos vamos avasallando por la vida, porque en
nuestros orgullos vamos despreciando a tantos porque no son como nosotros, no
piensan como nosotros, o porque nos parece que con sus maneras o sus formas nos
repugnan y los despreciamos.
Hoy Jesús recorriendo aquellos caminos de Galilea cuando viene incluso
desde más allá de lo que es el territorio judío, atraviesa desde Tiro y Sidón y
cruza por la Decápolis que no son regiones judías, se encuentro con un
sordomudo que alguien en buena voluntad y con fe en Jesús le trae para que lo
cure.
‘¡Effetá! ¡Ábrete!’ Le dice Jesús tocando sus oídos y su
lengua. Le devuelve Jesús al mundo en el que pueda relacionarse y con el que
pueda entrar en comunión y en comunicación. ‘Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba
de la lengua y hablaba sin dificultad’, nos comenta el evangelista.
Mucho nos quiere decir
Jesús con este signo. Está su amor y es un signo del Reino de Dios que llega.
Es la curación de unas enfermedades y es el facilitar la vida y el encuentro
con los demás. Pero es un signo de mucho más. Somos nosotros los sordos y los
mudos que hemos creado tantas barreras. Son tantas las limitaciones que ponemos
tantas veces en nuestra relación con los demás. Somos nosotros los que
necesitamos ser curados. Somos nosotros los que tenemos que ir por el mundo
facilitando el encuentro y la relación entre las personas y los pueblos.
Tenemos que ser creadores de
comunión, puentes de enlace y comunicaron entre unos y otros, constructores de
es mundo nuevo donde seamos capaces de entendernos, de comprendernos, de
comunicarnos de verdad desde lo más hondo de nosotros mismos.
Son las señales que hemos
de dar del Reino de Dios en nuestro mundo en el que aunque haya muchos medios
de comunicación social sin embargo sigue habiendo tantas soledades, tanta gente
que se siente marginada en la vida, dejados a un lado del camino, no aceptados
ni comprendidos porque quizá vienen de otros lugares, porque son de otra raza,
porque emplean otro lenguaje, porque tienen una manera de pensar y de entender
la vida muy distinta de la nuestra. Y nosotros nos alejamos, y los aislamos, y
no nos comunicamos.
Tenemos que cambiar,
tenemos que abrir nuestros oídos, nuestro corazón para que nos comuniquemos de
verdad, para que entre todos hagamos un mundo nuevo en el que todos quepamos.
Tenemos que aprender de una vez por todas a saber entrar en comunión y
comunicación con los demás sean quienes sean. Demos de verdad las señales de
que el Reino de Dios ha llegado.
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