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sábado, 3 de febrero de 2018

Es la sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor, para la bella tarea que hemos de realizar

Es la sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor, para la bella tarea que hemos de realizar

1Reyes 3,4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34

En ocasiones nos programamos lo que vamos a hacer y todo lo tenemos a punto, pero nos surge un imprevisto y parece que todo se nos viene abajo. Y no tiene que ser necesariamente porque sea algo desagradable lo que nos ocurre sino que puede ser una cosa buena pero que  nos echa por tierra lo que teníamos planeado. Tenemos que atender aquella llamada, recibimos aquella visita, nos surge que vemos una necesidad que tenemos que atender y seremos capaces de hacer una pausa en aquello que teníamos previsto para atender lo que ahora se nos solicita.
Claro que somos capaces de darnos cuenta del valor y de la importancia de lo que se nos solicita, por muy bueno que fuera aquello que teníamos previsto realizar. Lo normal seria que no nos agobiáramos por ello sino que todo lo tomáramos en un sentido positivo. Ya sabemos, es cierto, que hay quien se pone de mal humor por estas cosas porque se rompen sus esquemas, aunque fuera algo bueno lo que nos acontece de improviso.
Jesús había planeado irse con los discípulos a un lugar solitario al descampado para tener unos días de descanso. Como se nos dirá en otra ocasión había días en que no tenían tiempo ni para comer; ahora habían regresado los discípulos después de haber cumplido la misión que Jesús les había encomendado y era bueno aquel tiempo de descanso y de compartir que Jesús quería tener con los discípulos.
Se habían ido a un lugar apartado, pero la gente se había enterado y le salieron al paso a Jesús. Al llegar al lugar se encontraron con una multitud que les esperaba. Se fueron al traste todos los planes que se habían hecho. ¿Qué hace Jesús? ¿Despedir a la gente porque ahora quería el tiempo para El y sus discípulos? Nos dice el evangelista que  le ‘dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
Jesús, el que paso por todas partes haciendo el bien, como diría más tarde Pedro. Jesús, el que había venido no a que le sirvieran, sino ‘a servir y a dar su vida en rescate por muchos’ como nos enseñará continuamente en el evangelio. Jesús, con un corazón siempre abierto y acogedor que nos muestra el corazón amoroso del Padre. Sintió lástima, dice el evangelista, entro en la sintonía del amor y comprendió el ansia de todos aquellos que le buscaban, y supo darse y ofrecerse con generosidad como siempre lo hacia. No podía dejarles solos y abandonados, que siguieran perdidos a su rumbo. Allí estaba su Palabra como una luz, su presencia como signo del amor más verdadero.
Jesús que nos pone en camino para que siempre por encima de todo vayamos al encuentro con los demás, a tener un corazón amplio y generoso donde quepan siempre todos nuestros hermanos, un corazón compasivo y misericordioso como el de nuestro Padre celestial.
Es la sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor. El amor que escucha, que comprende, que acepta, que es capaz de ver siempre el buen corazón de los demás, que está atento al sufrimiento y a las necesidades de los otros, que sabe estar siempre al lado del hermano, que ofrece una sonrisa de amor, que mitiga las lagrimas del dolor de cuantos lloran a nuestro lado, que es capaz de olvidarse de si mismo para darse a los demás. Bella tarea de amor que tenemos siempre que realizar. 

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