Es la
sintonía que hemos de tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor, para
la bella tarea que hemos de realizar
1Reyes
3,4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34
En ocasiones nos programamos lo que vamos a hacer y todo lo tenemos a
punto, pero nos surge un imprevisto y parece que todo se nos viene abajo. Y no
tiene que ser necesariamente porque sea algo desagradable lo que nos ocurre
sino que puede ser una cosa buena pero que
nos echa por tierra lo que teníamos planeado. Tenemos que atender
aquella llamada, recibimos aquella visita, nos surge que vemos una necesidad
que tenemos que atender y seremos capaces de hacer una pausa en aquello que teníamos
previsto para atender lo que ahora se nos solicita.
Claro que somos capaces de darnos cuenta del valor y de la importancia
de lo que se nos solicita, por muy bueno que fuera aquello que teníamos
previsto realizar. Lo normal seria que no nos agobiáramos por ello sino que
todo lo tomáramos en un sentido positivo. Ya sabemos, es cierto, que hay quien
se pone de mal humor por estas cosas porque se rompen sus esquemas, aunque
fuera algo bueno lo que nos acontece de improviso.
Jesús había planeado irse con los discípulos a un lugar solitario al
descampado para tener unos días de descanso. Como se nos dirá en otra ocasión había
días en que no tenían tiempo ni para comer; ahora habían regresado los discípulos
después de haber cumplido la misión que Jesús les había encomendado y era bueno
aquel tiempo de descanso y de compartir que Jesús quería tener con los discípulos.
Se habían ido a un lugar apartado, pero la gente se había enterado y
le salieron al paso a Jesús. Al llegar al lugar se encontraron con una multitud
que les esperaba. Se fueron al traste todos los planes que se habían hecho.
¿Qué hace Jesús? ¿Despedir a la gente porque ahora quería el tiempo para El y
sus discípulos? Nos dice el evangelista que le ‘dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas
sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
Jesús, el que paso por
todas partes haciendo el bien, como diría más tarde Pedro. Jesús, el que había
venido no a que le sirvieran, sino ‘a servir y a dar su vida en rescate por
muchos’ como nos enseñará continuamente en el evangelio. Jesús, con un corazón
siempre abierto y acogedor que nos muestra el corazón amoroso del Padre. Sintió
lástima, dice el evangelista, entro en la sintonía del amor y comprendió el
ansia de todos aquellos que le buscaban, y supo darse y ofrecerse con
generosidad como siempre lo hacia. No podía dejarles solos y abandonados, que
siguieran perdidos a su rumbo. Allí estaba su Palabra como una luz, su
presencia como signo del amor más verdadero.
Jesús que nos pone en
camino para que siempre por encima de todo vayamos al encuentro con los demás,
a tener un corazón amplio y generoso donde quepan siempre todos nuestros
hermanos, un corazón compasivo y misericordioso como el de nuestro Padre
celestial.
Es la sintonía que hemos de
tener siempre en nuestra vida, la sintonía del amor. El amor que escucha, que
comprende, que acepta, que es capaz de ver siempre el buen corazón de los demás,
que está atento al sufrimiento y a las necesidades de los otros, que sabe estar
siempre al lado del hermano, que ofrece una sonrisa de amor, que mitiga las
lagrimas del dolor de cuantos lloran a nuestro lado, que es capaz de olvidarse
de si mismo para darse a los demás. Bella tarea de amor que tenemos siempre que
realizar.
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