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lunes, 29 de enero de 2018

Jesús nos está diciendo también ‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’

Jesús nos está diciendo también ‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’

2Samuel 15,13-14.30; 16,5-13ª; Sal 3; Marcos 5,1-20

No siempre aquello bueno que hacemos es comprendido y aceptado por los demás. Hay quien no entiende que uno quiera ser bueno; no se si es que estamos muy maleados en nuestro corazón que nos pueda parecer imposible que uno quiera hacer cosas buenas. También pueden aparecer por otro lado los intereses que nos guían en la vida y quizá aquello que hacemos venga a ser como un espejo donde nos veamos y nos demos cuenta lo malo que llevamos en el corazón.
Cuando nos materializamos en la vida viendo solo lo puedan ser ganancias y beneficios materiales, podemos fácilmente reaccionar si podemos ver en peligro esos intereses nuestros. Andamos demasiado por intereses terrenos y nos olvidamos quizá de darle altura a nuestra vida o tener otros ideales y otras metas más altas. Las cosas del espíritu las relegamos con demasiada frecuencia a un segundo plano, como solemos decir, para cuando tengamos tiempo. No todos tienen nuestras mismas metas, nuestros mismos objetivos, nuestra forma de ver las cosas y encarar la vida y eso puede producir ciertos choques de visión o de intereses.
Jesús había invitado, como hemos escuchado recientemente, a los discípulos a ir a la otra orilla. Ya reflexionamos sobre las peripecias de la travesía con la tempestad que sobrevino anuncio quizá de otras dificultades mayores. La otra orilla a la que llegaron Jesús y los discípulos en la barca era la región de los gerasenos; no eran judíos, tenían otras costumbres y otra manera de ver la vida, aunque también con sus dificultades y con sus problemas.
Claro que la llegada de Jesús, aunque les liberara de un problema que era aquel hombre poseído del mal que tanto daño les hacia, con el milagro que Jesús había hecho para liberar a aquel hombre del mal, había dañado sus intereses particulares. Por eso, aunque ven a aquel hombre curado y sin que ya les pudiera hacer daño, sin embargo le piden a Jesús que se marche a otro lugar; no quieren aceptar, ni recibir a Jesús. Y Jesús se embarcó y se fue a otro lugar. Nos enseña Jesús como tenemos que aprender a encajar los rechazos que podamos recibir en la vida por lo bueno que hacemos.
Pero hay un detalle en este final del episodio del evangelio. Aquel que había sido curado ahora quería irse con Jesús. ¿Sentimientos de gratitud? ¿O sentirse cautivado por Jesús por lo que había realizado en él? Pero Jesús no le deja irse con El sino que lo manda a su casa, a los suyos con un encargo. Ha de contar a todos las maravillas que Dios ha realizado en su vida. Le está pidiendo que sea portavoz de su evangelio, lo está de alguna convirtiendo en misionero y apóstol.
Creo que este detalle puede o debería provocar en nosotros una buena reflexión. Irse con Jesús significaría para aquel hombre marchar a otros lugares y quizá luego realizar también esa tarea de anuncio del evangelio en otros lugares más distantes. Pero en este caso Jesús quiere que vaya a los suyos, que se quede en su lugar, que sea allí ese evangelizador, ese portavoz de la Buena Nueva de la salvación de Jesús.
En nuestro interior y en nuestro amor por Jesús y su evangelio también sentimos quizá en ocasiones ese impulso de lanzarnos para ir a otros lugares, para ser misionero, para ir a hablar de Jesús en otras partes donde no lo conocen. Es necesario, es cierto, que haya misioneros que se lancen por el mundo en el anuncio del evangelio. Será a los que Dios llame con esa misión especial. Pero quizá nuestra llamada, nuestra vocación no está en lugares lejanos sino ahí donde estamos.
A unos le podría parecer cómodo porque no tendrán que desplazarse a otros sitios; pero quizá a otros les pueda parecer más difícil, porque no es precisamente a los nuestros, a los que son más cercanos a nosotros donde nos resulte más fácil hacer esa labor. Pero ahí en los cercanos, en los que nos rodean hacen falta esos misioneros y ese misionero puedes ser tú, puedo ser yo.
Nos daría esto para pensar mucho, para reflexionar y revisar cómo estoy yo siendo testigo del evangelio allí donde estoy, en mi propia casa o con mis vecinos, con mis familiares o con mis amigos, en mi lugar de trabajo o en donde hago mi vida social.
¿Hablamos de Jesús? ¿Tratábamos de trasmitir con valentía esos valores del Reino de Dios? ¿Actuamos según los criterios del evangelio sabiendo elevar nuestro espíritu o nos sentimos demasiado influenciados por el espíritu materialista y sensual de nuestro mundo? ¿Nos presentamos en nuestro actuar como personas llenas del Espíritu y que tenemos altos ideales y metas en nuestro corazón?
Merece la pena que nos lo pensemos, porque Jesús nos está diciendo también Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’. Es ahí donde primero tenemos que realizar nuestra tarea evangelizadora.

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