Jesús nos está diciendo también ‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor
ha hecho contigo por su misericordia’
2Samuel 15,13-14.30; 16,5-13ª; Sal 3; Marcos 5,1-20
No siempre aquello bueno que hacemos es comprendido y aceptado por los
demás. Hay quien no entiende que uno quiera ser bueno; no se si es que estamos
muy maleados en nuestro corazón que nos pueda parecer imposible que uno quiera
hacer cosas buenas. También pueden aparecer por otro lado los intereses que nos
guían en la vida y quizá aquello que hacemos venga a ser como un espejo donde
nos veamos y nos demos cuenta lo malo que llevamos en el corazón.
Cuando nos materializamos en la vida viendo solo lo puedan ser
ganancias y beneficios materiales, podemos fácilmente reaccionar si podemos ver
en peligro esos intereses nuestros. Andamos demasiado por intereses terrenos y
nos olvidamos quizá de darle altura a nuestra vida o tener otros ideales y
otras metas más altas. Las cosas del espíritu las relegamos con demasiada
frecuencia a un segundo plano, como solemos decir, para cuando tengamos tiempo.
No todos tienen nuestras mismas metas, nuestros mismos objetivos, nuestra forma
de ver las cosas y encarar la vida y eso puede producir ciertos choques de visión
o de intereses.
Jesús había invitado, como hemos escuchado recientemente, a los discípulos
a ir a la otra orilla. Ya reflexionamos sobre las peripecias de la travesía con
la tempestad que sobrevino anuncio quizá de otras dificultades mayores. La otra
orilla a la que llegaron Jesús y los discípulos en la barca era la región de
los gerasenos; no eran judíos, tenían otras costumbres y otra manera de ver la
vida, aunque también con sus dificultades y con sus problemas.
Claro que la llegada de Jesús, aunque les liberara de un problema que
era aquel hombre poseído del mal que tanto daño les hacia, con el milagro que Jesús
había hecho para liberar a aquel hombre del mal, había dañado sus intereses
particulares. Por eso, aunque ven a aquel hombre curado y sin que ya les
pudiera hacer daño, sin embargo le piden a Jesús que se marche a otro lugar; no
quieren aceptar, ni recibir a Jesús. Y Jesús se embarcó y se fue a otro lugar.
Nos enseña Jesús como tenemos que aprender a encajar los rechazos que podamos
recibir en la vida por lo bueno que hacemos.
Pero hay un detalle en este final del episodio del evangelio. Aquel
que había sido curado ahora quería irse con Jesús. ¿Sentimientos de gratitud? ¿O
sentirse cautivado por Jesús por lo que había realizado en él? Pero Jesús no le
deja irse con El sino que lo manda a su casa, a los suyos con un encargo. Ha de
contar a todos las maravillas que Dios ha realizado en su vida. Le está
pidiendo que sea portavoz de su evangelio, lo está de alguna convirtiendo en
misionero y apóstol.
Creo que este detalle puede o debería provocar en nosotros una buena
reflexión. Irse con Jesús significaría para aquel hombre marchar a otros
lugares y quizá luego realizar también esa tarea de anuncio del evangelio en
otros lugares más distantes. Pero en este caso Jesús quiere que vaya a los
suyos, que se quede en su lugar, que sea allí ese evangelizador, ese portavoz
de la Buena Nueva de la salvación de Jesús.
En nuestro interior y en nuestro amor por Jesús y su evangelio también
sentimos quizá en ocasiones ese impulso de lanzarnos para ir a otros lugares,
para ser misionero, para ir a hablar de Jesús en otras partes donde no lo
conocen. Es necesario, es cierto, que haya misioneros que se lancen por el
mundo en el anuncio del evangelio. Será a los que Dios llame con esa misión
especial. Pero quizá nuestra llamada, nuestra vocación no está en lugares
lejanos sino ahí donde estamos.
A unos le podría parecer cómodo porque no tendrán que desplazarse a
otros sitios; pero quizá a otros les pueda parecer más difícil, porque no es
precisamente a los nuestros, a los que son más cercanos a nosotros donde nos
resulte más fácil hacer esa labor. Pero ahí en los cercanos, en los que nos
rodean hacen falta esos misioneros y ese misionero puedes ser tú, puedo ser yo.
Nos daría esto para pensar mucho, para reflexionar y revisar cómo
estoy yo siendo testigo del evangelio allí donde estoy, en mi propia casa o con
mis vecinos, con mis familiares o con mis amigos, en mi lugar de trabajo o en
donde hago mi vida social.
¿Hablamos de Jesús? ¿Tratábamos de trasmitir con valentía esos valores
del Reino de Dios? ¿Actuamos según los criterios del evangelio sabiendo elevar
nuestro espíritu o nos sentimos demasiado influenciados por el espíritu
materialista y sensual de nuestro mundo? ¿Nos presentamos en nuestro actuar como
personas llenas del Espíritu y que tenemos altos ideales y metas en nuestro
corazón?
Merece la pena que nos lo pensemos, porque Jesús nos está diciendo
también ‘Vete a casa con los
tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’. Es ahí donde primero tenemos que
realizar nuestra tarea evangelizadora.
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