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viernes, 2 de febrero de 2018

Acudimos a María de Candelaria para felicitarla en su día y salimos de su presencia resplandecientes con la luz del evangelio para llevarla a los demás, para iluminar a los demás

Acudimos a María de Candelaria para felicitarla en su día y salimos de su presencia resplandecientes con la luz del evangelio para llevarla a los demás, para iluminar a los demás

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas, 2, 22-38
‘Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés llevaron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor como prescribe la ley de Moisés, todo primogénito varón será consagrado al Señor…’
Es lo que en la liturgia celebramos en este día cuando estamos a cuarenta días de haber celebrado el nacimiento del Señor. Ya conocemos por el evangelio y muchas veces lo hemos comentado cuánto sucedió aquella mañana en el templo de Jerusalén. Allí estaban aquellos piadosos ansiones que aguardaban el consuelo de Israel con el cumplimiento de las promesas que salen al encuentro y comienzan a alabar y bendecir al Señor. En paz puede entregar su alma al Señor aquel piadoso anciano Simeón, ‘sus ojos han visto al Salvador’; su vida se ha iluminado en su vejez porque ha contemplado al ‘sol que viene de lo alto para iluminar a todos los pueblos’; cuantos están en el templo reciben la buena noticia porque la anciana Ana se encargará de hablar del Niño a los que esperaban la futura liberación de Israel’.
‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’ es la ofrenda de aquel día. Allí estaba aquel cuyo alimento era cumplir la voluntad del Padre. La ofrenda y consagración de aquella mañana encontrará su cumbre cuando Jesús mismo diga ‘no se haga, Padre, mi voluntad sino la tuya’ y en las manos del Padre entregue su espíritu en lo alto del Calvario. Comienza la ofrenda y comienza el sacrificio, comienza la entrega de amor y comienza a realizarse el Reino de Dios.
Pero al lado de toda esta escena contemplamos a María. Se le anuncia que una espada traspasará de dolor su corazón, pero ya su corazón está traspasado por el amor porque en ese amor ha hecho ya su entrega a Dios. También ella ha hecho la ofrenda de su voluntad para cumplir la palabra de Dios en su vida. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’. Es la esclava del amor, es la que ha entregado todo su corazón por amor a Dios, es la que ha plantado la Palabra de Dios en su corazón y de ella ha nacido Jesús. En silencio está María contemplando todo aquello que está sucediendo ante sus ojos en aquella mañana del templo, pero como siempre ella lo está guardando todo en su corazón.
Hoy nosotros los canarios la contemplamos resplandeciente y gloriosa presentándonos y ofreciéndonos a Jesús. Ella, María de Candelaria, la primera misionera de Canarias porque nos trajo la luz, porque nos trajo a Jesús. Así la contemplamos en su imagen con Jesús y con la luz como un signo en la candela que lleva entre sus manos. Pero esa candela es el signo que nos habla de Jesús; esa candela es la que hemos de tomar nosotros también de sus manos para llegar esa luz de Jesús a los demás, a cuantos están a nuestro lado.
María es la primera evangelizadora porque nos trae esa Buena Nueva de Jesús pero quiere que esa luz se siga trasmitiendo para que llegue e incendie todos los corazones en el amor de Jesús. Es la tarea que pone en nuestras manos, la tarea que en esta hora de nueva evangelización en la que estamos embarcados en nuestra tierra nosotros tenemos que comprometernos. No solo queremos acudir a María, visitándola en su santuario y llevándole todas nuestras penas y nuestros amores, sino que de allí tenemos que salir mas encendidos en esa luz que ella quiere trasmitirnos.
Como Moisés que bajó con el rostro encendido y resplandeciente de la montaña así nosotros salimos de la presencia de María resplandecientes con la luz del evangelio para llevarla a los demás, para iluminar a los demás. Bien necesita nuestro mundo tan lleno de dolor y de oscuridades de esa luz. Allí donde hay tanta indiferencia, tanta desgana y tanto egoísmo encendamos la luz del amor; allí donde siguen prevaleciendo las sombras del orgullo, de las envidias y rivalidades, de la violencia y de la insolidaridad encendamos nosotros esa luz del amor que los contagie y los transforme; allí donde hay tantos que han perdido el norte de su vida y ya nada creen y en nada esperan encendamos esa luz que nos trae María para que se transformen los corazones, renazcan las esperanzas y encontremos en Dios el sentido de nuestras vidas y la fuerza para nuestro caminar.
Nos gozamos hoy en esta fiesta de María de Candelaria, nos alegramos con la Madre y la felicitamos con todo  nuestro amor como los hijos saben hacer, pero sabemos que ese amor de Madre de María nos compromete y de su presencia no podemos salir de la misma manera; María nos ayuda a transformar nuestro corazón, pone nueva ilusión y esperanza en nuestras vidas, nos impulsa a amar con un amor nuevo que se enciende cada vez más en la hoguera del corazón de Jesús.

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