El camino se nos hace largo con sus oscuridades en la vida pero en la fe encontraremos siempre la luz al final que nos hace caminar con esperanza
2Samuel
18,9-10.14b.24-25a.30–19,3; Sal 21; Marcos 5,21-43
La fe es un camino que no siempre es fácil, muchas veces se nos vuelve
doloroso, parece que se nos alarga sin
fin hasta que podemos alcanzar la luz, pero hemos de saberlo recorrer con
confianza, con perseverancia, siempre con deseos de búsqueda, abiertos a una
vida nueva que se nos puede ofrecer.
En la vida tenemos momentos dolorosos, llenos de dificultades, donde
todo parece que se nos vuelve oscuro. Serán las enfermedades, o serán los
problemas de cada día en nuestra convivencia con los demás o en esas cosas que
no nos salen como a nosotros nos gustaría, será ese camino de superación que se
nos hace costoso porque muchos son los apegos de los que sabemos que tenemos
que desprendernos o serán los vientos en contra que podamos encontrar cuando
hay oposición a nuestras ideas o planteamientos o la imposibilidad que sentimos
en nuestra propia debilidad para alcanzar las metas que deseamos, o pudieran
ser los cantos de sirena que escuchamos desde muchos lados invitándonos a
abandonar nuestra lucha para seguir caminos que nos dicen que son más fáciles y
placenteros.
Ahí se va a descubrir la madurez de nuestra vida con nuestras luchas,
con nuestra constancia, con la búsqueda sincera de la luz, con la apertura de
nuestro corazón, con la trascendencia que le queremos dar a nuestra vida. El
creyente ha de sentirse seguro en ese camino aunque nos pudiera parecer
tenebroso en ocasiones, sabe de quien se FIA. El verdadero creyente sabe de la
presencia de Dios que siempre está a nuestro lado aunque nos parezca que no lo
veamos; el verdadero creyente se fía, se fía de la Palabra de Dios que viene a
ser su fortaleza; el verdadero creyente sabe donde puede poner toda su
confianza, porque Dios no le fallará.
Basta que nos mantengamos en nuestra fe.
Un hombre acude a Jesús porque ya es su última esperanza; tiene a su
niña enferma que está en las últimas y acude a Jesús. Jesús se ofrece a ir a su
casa. Parece que el camino se hace largo, gente que le sale al paso a Jesús, la
mujer de las hemorragias que provoca también con su fe el milagro de su curación,
los que viene a avisar que ya no hay nada que hacer porque su hija a muerto, la
desolación que encuentra en su casa, todo se le vuelve oscuro. Pero Jesús le
dice ‘No temas; basta que tengas
fe’.
Es lo que necesitamos
escuchar tantas veces nosotros en los caminos de nuestra vida, en nuestras
luchas, en nuestros cansancios y desalientos, cuando nos falta la esperanza.
Ahí está la Palabra de Jesús que nos invita a confiar. Encontraremos la luz;
encontraremos la vida; saldremos adelante y venceremos porque tenemos asegurada
la victoria con Jesús. ‘Yo he vencido al mundo’, nos dirá en otra
ocasión. Y con Jesús nosotros podremos.
Nos acercaremos con
confianza, como aquella mujer, que sabia que con solo tocarle el manto seria
suficiente. Y lo fue. ‘Tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’, le
dice Jesús. Nos lo dice a nosotros también. Sigamos en el camino, vayamos con Jesús,
caminemos tras sus huellas, anunciemos a los demás las maravillas que el Señor
hace en nosotros.
La gente se quedó viendo
visiones, nos dice el evangelista cuando Jesús hizo volver a la vida a la niña.
Lo vieron, lo experimentaron, lo palparon. Alababan a Dios que realiza tales
maravillas. Nosotros somos testigos que hemos de dar testimonio de lo que
vivimos, de nuestra fe, esa fe que nos alienta y nos hace caminar y encontrar
la luz. Los que están a nuestro lado quizá no lo vean, solo vean oscuridad y
muerte, pero nosotros que hemos encontrado la luz tenemos que enseñarles el
camino de la luz. El mundo necesita nuestro testimonio; el mundo necesita
testigos y nosotros tenemos que dar ese testimonio.
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