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miércoles, 31 de enero de 2018

Con qué facilidad queremos ensombrecer la luz que podemos recibir de los demás


Con qué facilidad queremos ensombrecer la luz que podemos recibir de los demás

2Samuel 24,2.9-17; Sal 31; Marcos 6,1-6

Ante quien comenzamos a ver destacar de entre nuestro entorno más cercano o de los que hemos conocido de siempre suelen surgir distintas reacciones; están los que se sienten orgullosos de que alguien de su pueblo vaya teniendo nombre propio y sea conocido por lo que sabe o por lo que hace, aunque también aparecen los que se quieren apuntar un tanto como quien arrastra el ascua hasta su propia sardina para decir que se conocen de siempre, que son amigos íntimos y no se cuantas cosas más; pero están también los que no soportan que alguien de sus vecinos destaque más que los demás, y surgen o se crean las desconfianzas, aparecen las envidias, se trata de desprestigiar de la forma que sea, les decimos que ya los conocemos y que detrás de tanta facha hay aviesas intenciones y así muchas cosas más; en un pueblo pequeño esto se multiplica de manera exagerada, mientras otros que se creen poderosos no pueden permitir que nadie les haga sombra.
Así somos los humanos, como aquello del perro del hortelano que ni como él ni deja comer al amo. No nos extrañe pues la reacción de las gentes de Nazaret ante la llegada de Jesús. A sus oídos habían llegado noticias de lo que hacia por Cafarnaún y otros lugares, cómo la gente lo acogía y corría detrás de él para escucharle, y cómo los enfermos eran curados por las obras maravillosas que realiza.
‘¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?’
Son las reacciones y los comentarios cuando el sábado Jesús va a la sinagoga y hace el comentario a la lectura de los profetas que se ha proclamado. ¿Dónde ha aprendido todas esas cosas? ¿Quién se cree que es El? Y le quieren recordar que ellos bien lo conocen porque allí estas sus parientes y allí ha pasado su infancia y su juventud y a ningún sitio, a ninguna escuela rabínica ha ido a aprender. Qué bien refleja este texto lo que entre nosotros sucede tantas veces.
Nos dirá el evangelista que no hizo allí milagros por su falta de fe. Y Jesús les recuerda lo que era un dicho popular entre ellos: ‘No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa’. Pero Jesús continúa su misión enseñando por otros lugares.
Creo que el mensaje que hoy quiere trasmitirnos la Palabra de Dios quiere incidir en nosotros en cómo acogemos nosotros la Palabra de Jesús; pero en concreto como acogemos esa Palabra que nos llega a través de la Iglesia y de sus ministros. Es cierto que los ministros de la Palabra han de testimoniar con su vida la Palabra que proclaman y el mensaje que quieren trasmitirnos, pero bien nos sucede cuantas veces somos críticos con lo que nos dicen o enseñan porque quizá están tocando muy directamente en las llagas de nuestra vida que habría que curar. Una nueva actitud de acogida nos está pidiendo hoy el Señor a través de su Palabra.
Pero recogiendo el primer pensamiento con el que iniciamos nuestra reflexión también tendríamos que pensar como acogemos y valoramos nosotros lo bueno de los demás. Hemos de aprender a quitar esos ‘peros’ que tantas veces ponemos en la vida a lo que recibimos de los otros.
Con qué facilidad queremos ensombrecer la luz que podemos recibir de los demás; cómo nos duele en muchas ocasiones que otros puedan resplandecer con su propia luz; cuántos sentimientos negativos aparecen fácilmente en nuestro corazón; qué manchado está el cristal a través del cual miramos a los otros porque dejamos que se peguen en nuestro corazón esos malos sentimientos y así pensamos o vemos a los demás. Quitemos esas vigas que se nos meten en nuestros ojos y que nos impiden mirar nítidamente la claridad que podamos recibir de los otros.

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