Emprendamos el camino, vayamos a ese desierto, busquemos esa soledad y ese silencio para que solo nos llenemos de Dios y podamos vivir esa libertad interior
Génesis 9, 8-15; Sal 24; 1Pedro 3,18-22; Marcos 1, 12-15
Al menos en el ambiente en que nos movemos la sensación de desierto no
es algo que habitualmente podamos tener. Vivimos en un mundo de ajetreos,
carreras, ruidos de todo tipo y por todas partes aún en lo que tendría que ser
el silencio de la noche. En algún momento en que merma la actividad diaria
porque en nuestro entorno haya un cierto parón de movimientos parece que nos
sentimos sordos cuando cesan en parte los ruidos pero no es fácil llegar a ese
silencio completo. Salvo que nos vayamos a lugares apartados y solitarios y no
nos encontremos a alguien por allí que quizá lleve la música a toda pastilla no
nos es fácil encontrar ese silencio y creo que bien lo necesitamos.
Sin embargo muchas veces lo rehuimos, nos incomoda la soledad,
buscamos la manera de escuchar algo, porque quizás sintamos cierto temor a ese
silencio que se pudiera realizar dentro de nosotros y que quizá nos enfrentaría
a nosotros mismos. En ese silencio en que nada nos distrae, en que nos pudiera
parecer que no pensamos en nada sin embargo nos sentimos como inducidos a un
pensamiento interior que ahí en esa soledad nos ayuda a encontrarnos con la
verdad de nosotros mismos.
Y eso es algo que necesitamos en la vida aunque no nos sea fácil o le
tengamos cierto temor. En ese silencio miramos hacia dentro de nosotros y
miramos hacia arriba, buscamos una verdad y nos volvemos hacia algo que nos
trasciende, que nos impulsa a ir mas allá del momento presente y nos puede
ayudar a valorar las cosas de otra manera, a encontrar un sentido de nuestro
vivir, a descubrir otros valores que nos levanten el espíritu de ras de tierra,
de todas esas materialidades en las que ocupamos por así decirlo cada minuto de
nuestra vida. Es cierto que puede ser un momento para que aparezcan dudas,
interrogantes dentro de nosotros pero siempre esa duda o ese interrogante nos
hace preguntarnos por la verdad de nuestro vivir y nos puede ayudar a encontrar
lo de más valor.
Por las carreras en que vivimos la vida a alguno le pudiera parecer
una pérdida de tiempo ese silencio que aparentemente nos lleva a una cierta
inactividad. Y digo una cierta inactividad porque realmente ahí vamos a
encontrar un motor para nuestra vida y para las actividades que en verdad
merecen la pena. Es momento de interioridad, de interiorización, de
trascendencia, en fin de cuentas para el creyente de encontrarse más cara a
cara con Dios.
La Biblia toda ella está llena de experiencias de desierto y de
silencio. En Abrahán, Moisés, Elías, los profetas, en lo que es una parte
fundamental de la historia del pueblo de Dios vamos encontrando diversos
episodios de tiempo de silencio, de soledad, de desierto. Es la búsqueda
interior, es la búsqueda de Dios, es el silencio en que Dios se les va
manifestando en la soledad, en el desierto o en la montaña.
Podríamos detenernos en muchos episodios de unos y otros que fue el
camino en que los grandes patriarcas o profetas se abrían al misterio de Dios o
el pueblo de Dios se fue haciendo verdadero pueblo en la medida en que
encontrándose consigo mismo se purificaba y se abría mas y más a los caminos de
Dios. No podemos detenernos a hacer un repaso de muchos de esos episodios que
nos podrían servir para ricas reflexiones.
El nuevo testamento también comienza con un tiempo de desierto y
soledad en la figura de Juan el Bautista que vivia austeramente en el desierto
y que fue el precursor del Mesías y al comienzo de la actividad publica de
Jesús le vemos también conducido por el Espíritu al desierto, como nos dice hoy
el evangelio. Marcos es muy escueto en su relato mientras los otros dos sinópticos
nos describen con mayor detalle incluso las tentaciones sufridas por Jesús en
ese tiempo de desierto. Es el evangelio que en uno u otro evangelista siempre
escuchamos en este primer domingo de Cuaresma.
A lo largo del evangelio nos encontraremos también con otros momentos
en que Jesús busca la soledad, el silencio y el desierto. Pero nos vale
quedarnos en este episodio del principio del evangelio. Podríamos decir que es
una buena pauta para este tiempo también de cuarenta días, como los que Jesús
estuvo en el desierto, Moisés en la montaña, o el pueblo de Israel que estuvo
durante cuarenta años, de la Cuaresma que estamos iniciando como camino que nos
conduce a la celebración y a la renovación de la Pascua en nuestra vida.
Creo que tenemos que buscar esa interiorización y ese silencio de
desierto en este camino cuaresmal. Para una buena vivencia de la Cuaresma en
todo su sentido tenemos que saber encontrar ese tiempo de silencio, ese
escaparnos de tantos ruidos con que rodeamos nuestra vida para que haya una
verdadera interiorización en nosotros. Lo necesitamos. Es la forma de
encontrarnos con nosotros mismos para realizar esa purificación interior; es la
forma de poder abrirnos de verdad al misterio de Dios que se nos manifiesta y
con el que tenemos que dejar que se inunde nuestra vida.
Nos dan miedo los silencios y podríamos decir que esa es una de las
primeras tentaciones que tenemos que intentar superar para que podamos en
verdad escuchar y alimentarnos de la Palabra de Dios. No solo de pan vive el
hombre, no solo hemos de estar preocupados por tantas cosas materiales, no
tenemos por que sentirnos agobiados en medio de los problemas de la vida, no
tenemos que dejarnos arrastrar por tantas vanidades como nos acechan y nos
cautivan tantas veces.
Adorarás al Señor tu Dios, le replicaba Jesús al tentador y es
lo que nosotros tenemos que hacer arrancando de nosotros tantos falsos dioses,
tantos señuelos de los que llenamos nuestra vida, tantas cosas que nos atan restándonos
la verdadera libertad interior, tantas cosas que nos distraen de lo que tiene
que ser lo fundamental de nuestra vida.
Emprendamos el camino, busquemos esa soledad y ese silencio para que
solo nos llenemos de Dios; vayamos a ese desierto en el que no podemos cargar
tantas cosas de las que vamos llenando nuestra vida para vivir esa libertad
interior. No tengamos miedo a la soledad ni a las preguntas o interrogantes que
nos puedan surgir, encontraremos la luz y la respuesta en la Palabra de Dios si
con corazón sincero nos disponemos a escucharla.
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