Solo los humildes y sencillos de corazón serán capaces de descubrir el misterio de Jesús, caminemos por esos caminos y encontraremos a Dios que nos sale al encuentro en la vida
Jonás 3,1-10; Sal 50; Lucas 11,29-32
¿Pedir señales y milagros? Reconozcamos que todos lo hacemos. Queremos
que las cosas se nos den hechas y nosotros no tengamos que poner mucho
esfuerzo. Algunos lo pueden llamar casualidades, suerte, pero en el fondo
estamos deseando el milagrito fácil. Que se nos resuelvan los problemas así por
si mismos, que nos toque la lotería o que aunque tengamos que pasar por
marejadas y peligros que no nos pase nada. Así andamos muchas veces en las
cosas cotidianas de la vida.
Pero para convencernos de algo, queremos razones; es lógico andamos en
un mundo racional que tiene sus lógicas, donde tenemos que andar con
razonamientos, donde buscamos pruebas poco menos que científicas para todo.
Pero ¿y cuando tenemos que creer en las personas? ¿Cuándo tenemos que
aceptar una palabra que nos dicen? ¿Cuándo tratan de darnos un planteamiento,
unos principios y valores que pueden afectar a nuestra vida? Queremos que nos
lo prueben. Sin embargo hay razones que aunque las tengamos delante de los ojos
algunas veces no somos capaces de verlas o no queremos verlas. Y surgen
desconfianzas, y decimos que no comulgamos con ruedas de molino, que si ellos
creen que somos tontos que vamos a aceptar las cosas así por que sí, porque nos
lo digan. Parece que esa sea la tónica de nuestro actuar o de nuestros
planteamientos y puede que nos ceguemos.
Cuando entramos en el ámbito de la fe parece que las cosas se nos
complican todavía más. O somos unos crédulos, así al menos nos lo echan en
cara, y tenemos la fe del carbonero como suele decirse que todo lo aceptamos, nos
creemos cualquier cosa extraordinaria que nos digan que sucedió aquí o allá –
cómo vamos corriendo tras las cosas asombrosas y los milagritos - o nos
volvemos unos incrédulos o unos incordios que siempre le estamos dando vueltas
y vueltas al asunto, pidiendo razones y no terminamos de hacer que esa fe afecte
y envuelva totalmente nuestra vida. Es complejo todo esto.
Es necesario, sí, una búsqueda intensa y sincera, pero es necesario un
dejarnos sorprender por el misterio de Dios que llega a nuestra vida y se nos
puede manifestar de muchas maneras; es necesaria una apertura del corazón y
confiar. Y aprenderemos a confiar cuando seamos capaces de dejarnos sorprender
por el amor, sensibilizar nuestro corazón al amor. Cuando nos falte esa
capacidad de amor estamos como encallecidos, y cuando ponemos una costra sobre
nuestro espíritu poca cosa podrá penetrar en él.
Es cierto que la vida muchas veces nos endurece por las mismas
dificultades que en la vida vamos encontrando, luchas por todas partes, cosas
que nos hieren y nos hacen daño, y esas cicatrices nos pueden jugar, es cierto
malas pasadas. Hay un bálsamo que tenemos que seguir usando siempre, que es el bálsamo
del amor, para que se suavice nuestro corazón, para que aprendamos a valorar la
ternura que podamos encontrar, y todo
eso nos irá ayudando a que nos abramos a
Dios, y dejemos que el misterio de Dios penetre en nuestra vida.
En el evangelio de hoy vemos la reticencias que tantos tenían ante Jesús
y se habían cerrado tanto en si mismos que no eran capaces de ver las obras de
amor que Jesús realizaba. Por eso seguían pidiendo signos y más signos y nunca
se dejaban convencer por el amor. Solo los humildes y sencillos de corazón
serán capaces de descubrir el misterio de Jesús. Ya escuchamos en otro momento
como Jesús da gracias al Padre que se revela a los humildes y sencillos de corazón.
Caminemos por esos caminos y encontraremos a Dios que nos sale al encuentro en
la vida.
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