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martes, 20 de febrero de 2018

Hagamos silencio en el corazón y sintamos siempre la presencia de Dios que nos inunda de amor y así será hermosa nuestra oración

Hagamos silencio en el corazón y sintamos siempre la presencia de Dios que nos inunda de amor y así será hermosa nuestra oración

Isaías 55,10-11; Sal 33; Mateo 6,7-15

Quienes se aman de verdad aunque en ocasiones su palabras se vuelven intensas de amor y romanticismo para expresar su amor, hay momentos sin embargo en que no se necesitan palabras sino solo la presencia, disfrutar de la presencia y con una mirada se dicen cosas que ninguna palabra por muy bella que sea será capaz de expresar. Sentir cerca de ti al amado es una experiencia que te llena del alma y casi  no necesitas nada más.
¿No tendría que ser así cuando nos sentimos en la presencia de Dios? No terminamos de aprender a disfrutar de su presencia; no terminamos de comprender toda la maravilla de su amor. Tenemos que aprender a sentir en silencio su presencia y así disfrutaremos más de su amor; un silencio en Dios que no es agobio sino que es paz, un silencio que nos envuelve pero no  nos anula sino que nos llena de plenitud, porque nos llena de Dios. Saborear en silencio el amor de Dios, sentirnos cogidos de su mano que nos hace llenarnos de seguridad frente a todos los peligros, dejar caer su mirada sobre nuestro corazón que nos impulsa más fuertemente al amor para ponernos en caminos de más amor.
Por eso Jesús nos dice que no necesitamos muchas palabras para hablar con Dios. La oración que nos enseña es concisa, breve, intensa; tenemos que aprender a saborearla. Pero las prisas con que tantas veces la repetimos hacen que no aprendamos a gustar de verdad todo lo que es el amor de Dios y el amor con que tenemos que corresponder y le hacemos perder sentido a la hermosa oración del padrenuestro que nos enseñó Jesús..
Quienes se aman, como decíamos antes, no necesitan muchas palabras, y así cuando están viviendo la intensidad de su amor el tiempo desaparece, las prisas son el peor enemigo. En nuestras prisas para rezar no terminamos de saborear la presencia de Dios. Por ahí tendríamos que comenzar siempre que vamos a la oración. No vamos a repetir unas palabras aprendidas de memoria, vamos a gozar de la presencia de Dios y a disfrutar de su amor.
Los discípulos contemplaban a Jesús en la oración y le piden que les enseñe a orar. No uséis muchas palabras, les dice Jesús. El amor de Dios sabe lo que necesitamos. Aprendamos a ponernos en su presencia, a hacer silencio en nuestro corazón para sentir el latido del amor de Dios. Dejemos que nuestro corazón se inunde de su amor y fluirán nuestras palabras, saldrán a flote los mejores sentimientos, querremos sentirnos para siempre unidos a su amor.
Nos sentiremos entonces fuertes, es la gracia del Señor; es su amor que nos da fuerza y nos hace invencibles en la tentación y en el peligro; nos sentiremos llamados a amar y amar siempre, amar a todos, desaparecen resentimientos, se resquebraja la insolidaridad o el orgullo, nos derretimos en ternura, nos sentiremos transformados por la misericordia y la compasión para así serlo siempre con los demás.
Hagamos silencio en el corazón y sintamos siempre la presencia de Dios que nos inunda de amor.

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