No nos acostumbremos a escuchar el evangelio para no hacerle perder su sabor y su novedad salvadora para cada día y situación de mi vida
Ezequiel 18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26
Qué malo es acostumbrarse a las cosas. Le hacemos perder sabor a la
vida. Como la comida que repetimos una y otra vez, que un día nos causó un una
enorme satisfacción, pero que al comerla todos los días al final le perdemos el
sabor, ya no la saboreamos. Cuando no somos capaces de saborear las cosas que
nos suceden con la novedad de que cada día son como nuevas y distintas les perdemos el gusto. Por
eso nos vienen las rutinas, caemos en una vida amorfa que nos puede hacer
perder el sentido de lo que hacemos, aunque sea muy bueno lo que estamos
haciendo. Es difícil aprender a ese saborear como nuevo lo que es la vida de
cada día, pero no es necesario.
Lo tenemos que hacer con la vida que cada día vivimos para vivir cada
momento como único y eso tendría que ser siempre el evangelio para nosotros. Si
no es una buena noticia cada día en nuestra vida, o cada vez que nos acerquemos
a él, yo diría que tendríamos que cambiarle el nombre; el evangelio significa
buena noticia, y las noticias son noticia cuando son novedad para nosotros cuando
se nos comunican porque si es cosa que ya sabemos no son noticia; y además es
‘buena’ noticia, algo no solo novedoso sino bueno que llega a nuestra vida.
Pero nos acostumbramos al evangelio y entonces ya parece que no nos
dice nada. Por eso hemos de oírlo y escucharlo con los ojos y los oídos del
alma bien abiertos. Para descubrir su novedad salvadora para nosotros; para que
sea en verdad gracia en nuestra vida; para que asombrándonos cada día ante el
evangelio podamos en verdad transformar nuestras vidas.
Nos puede suceder con el evangelio que hoy escuchamos con la liturgia
en este camino cuaresmal que estamos
haciendo. Nos habla de amor, de reconciliación y de perdón y nos decimos
en una apresurada escucha que ya todo eso nos lo sabemos. ¿Por qué no nos
detenemos un poquito y nos ponemos a leerlo o a escucharlo despacio?
Seguramente en una segunda lectura más pausada comenzaremos a fijarnos
en detalles, en aspectos que se nos pudieran haber pasado desapercibidos. Nos
daremos cuenta, por ejemplo, que nos está diciendo que el no matar va mucho mas
allá del físicamente quitarle la vida a alguien; que podemos estar dañando la
vida de los demás con otras actitudes negativas que tengamos hacia la otra
persona, desde nuestras desconfianzas o nuestras discriminaciones, desde el
ignorar a las personas o como el querer anularlas con nuestras manipulaciones,
desde las palabras ofensivas que pronunciamos contra los otros con nuestros
insultos o las descalificaciones que tantas veces hacemos de los que no son de
los nuestros, no piensan como nosotros o tienen otra manera de ver la vida; y
así muchas cosas más.
Si nos seguimos deteniendo en la reflexión y en la escucha interior
comprenderemos de verdad lo que significa perdonar y reconciliarnos con los
otros. Tiene que haber un nuevo encuentro, un reencuentro donde nos sepamos
aceptar mutuamente poniendo capacidad de comprensión en nosotros para seguir mirándolos
con los mismos ojos de amor con los mirábamos antes de cualquier ofensa que nos
hayamos podido hacer. Perdonar no es solo una palabra que decimos para
justificarnos sino una actitud nueva que he de tener para con esa persona a la
que tengo que seguir amando con el mismo amor. Porque si me he distanciado de
alguien porque no llego a aceptarlo de nuevo en el corazón, ¿cómo me puedo
atrever a acercarme a vivir en comunión con Dios si no amo de verdad a los que también
son sus hijos?
Descubramos cada día el evangelio como esa buena noticia de salvación
que llega de una forma concreta a mi vida, en lo que son mis luchas y batallas,
mis dudas y mis debilidades, en mi trabajo o en las cosas que hago cada día.
Para cada situación de mi vida siempre llega la luz y la gracia del evangelio.
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