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miércoles, 15 de noviembre de 2017

No olvidemos poner con verdadera nobleza de corazón en nuestra oración de cada día los sentimientos de gratitud a Dios por cuando de El recibimos

No olvidemos poner con verdadera nobleza de corazón en nuestra oración de cada día los sentimientos de gratitud a Dios por cuando de El recibimos

Sabiduría 6,2-12; Sal 81; Lucas 17,11-19

Se cree que se lo merece todo, pensamos de aquel que nunca sabe dar las gracias. Y hay gente así, es cierto. Aunque de pequeñitos siempre nos enseñaron a decir gracias cuando recibíamos alguna cosa de alguien, sin embargo son costumbres que se pierden, pero cuando vemos a alguien que sabe ser agradecido valoramos su nobleza y también su sencillez y humildad para reconocer que aquello que le ofrecieron no lo merece, pero lo sabe recibir agradecido. Es de corazones nobles el ser agradecido. Y aparte lo que podríamos llamar mala educación podríamos descubrir también corazones orgullos que no sabemos reconocer que no lo tienen todo y que mucho de lo que tienen lo están recibiendo gratuitamente de los demás.
Esto que en las relaciones sociales habituales entre unos y otros lo vemos como lo más normal del mundo tendríamos quizás que plantearnos si en nuestras relaciones con Dios somos igualmente agradecidos. Prontos estamos para pedir desde nuestras necesidades o nuestros problemas, pero cuando recibimos el beneficio de la gracia divina que nos ayuda de alguna manera pronto seguimos corriendo por la vida sin agradecer suficientemente a Dios cuanto de El recibimos.
Si antes hablábamos de nobleza de corazón en nuestras actitudes agradecidas hacia los demás, aquí tendríamos que hablar además del nivel o la calidad de nuestra fe. Y ya no es solo ante cosas, llamémoslas así, extraordinarias que recibamos de Dios cuando le pedimos alguna cosa especial o estamos en alguna situación muy particular, sino es la actitud creyente de quien se siente en las manos de Dios y sabe descubrir su presencia junto a nosotros en el camino de la vida y reconocer la gracia que de mil maneras reparte sobre nosotros.
Cuánto tendríamos que agradecer a Dios desde el donde la vida que de El recibimos. La lista seria haría interminable. Y reconocer el don de su salvación que nos regala en Jesús. Es cierto que el acto de culto central de la vida del cristiano es Acción de Gracias, es Eucaristía y que toda la oración litúrgica está transida de esos sentimientos de gratitud a Dios, pero sí podemos pensar en que la actitud profunda que llevamos en el corazón cuando estamos participando en la celebración de la Eucaristía no sea precisamente la acción de gracias.
Vamos quizá más ansiosos por nuestros problemas y necesidades, por pedir por los nuestros o pedir por la realidad del mundo en que vivimos, todo lo cual es bueno y hermoso, pero la acción de gracias aunque esté muy presente en las palabras litúrgicas pudiera estar muy ausente de lo que sentimos en nuestro corazón. Tenemos que saber rescatar en nuestra oración esa parte de la acción de gracias, por cuanto en Cristo Jesús recibimos en orden a nuestra salvación, uniendo también todos esos motivos principales que podamos tener para nuestra personal acción de gracias.
Es lo que nos está señalando el evangelio que hoy se nos propone. Diez leprosos que allá al borde del camino piden a Jesús que tenga compasión de ellos y Jesús que les manda a presentarse a los sacerdotes siguiendo lo establecido en la costumbre judía, para una vez curados poder volver a encontrarse con los suyos. Felices corren todos sintiendo la alegría de su curación, pero solo uno es el que se volverá hasta Jesús para postrarse ante El reconociendo cuanto de Jesús ha recibido y en su acción de gracias dar gloria a Dios.
‘¿Los otros nueve donde están?’ se pregunta Jesús. ¿Seremos acaso nosotros del grupo de esos nueve que aunque contentos por los beneficios recibidos sin embargo no sabemos volvernos a Dios para darle gracias por cuanto de El recibimos cada día? En la nobleza de nuestro corazón pongamos ese sentimiento de gratitud a Dios en nuestra oración de cada día.

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