No olvidemos poner con verdadera nobleza de corazón en nuestra oración de cada día los sentimientos de gratitud a Dios por cuando de El recibimos
Sabiduría 6,2-12; Sal 81; Lucas 17,11-19
Se cree que se lo merece todo, pensamos de aquel que nunca sabe
dar las gracias. Y hay gente así, es cierto. Aunque de pequeñitos siempre nos
enseñaron a decir gracias cuando recibíamos alguna cosa de alguien, sin embargo
son costumbres que se pierden, pero cuando vemos a alguien que sabe ser
agradecido valoramos su nobleza y también su sencillez y humildad para
reconocer que aquello que le ofrecieron no lo merece, pero lo sabe recibir
agradecido. Es de corazones nobles el ser agradecido. Y aparte lo que podríamos
llamar mala educación podríamos descubrir también corazones orgullos que no
sabemos reconocer que no lo tienen todo y que mucho de lo que tienen lo están
recibiendo gratuitamente de los demás.
Esto que en las relaciones sociales habituales entre unos y otros lo
vemos como lo más normal del mundo tendríamos quizás que plantearnos si en
nuestras relaciones con Dios somos igualmente agradecidos. Prontos estamos para
pedir desde nuestras necesidades o nuestros problemas, pero cuando recibimos el
beneficio de la gracia divina que nos ayuda de alguna manera pronto seguimos
corriendo por la vida sin agradecer suficientemente a Dios cuanto de El
recibimos.
Si antes hablábamos de nobleza de corazón en nuestras actitudes
agradecidas hacia los demás, aquí tendríamos que hablar además del nivel o la
calidad de nuestra fe. Y ya no es solo ante cosas, llamémoslas así,
extraordinarias que recibamos de Dios cuando le pedimos alguna cosa especial o
estamos en alguna situación muy particular, sino es la actitud creyente de
quien se siente en las manos de Dios y sabe descubrir su presencia junto a
nosotros en el camino de la vida y reconocer la gracia que de mil maneras
reparte sobre nosotros.
Cuánto tendríamos que agradecer a Dios desde el donde la vida que de
El recibimos. La lista seria haría interminable. Y reconocer el don de su salvación
que nos regala en Jesús. Es cierto que el acto de culto central de la vida del
cristiano es Acción de Gracias, es Eucaristía y que toda la oración litúrgica
está transida de esos sentimientos de gratitud a Dios, pero sí podemos pensar
en que la actitud profunda que llevamos en el corazón cuando estamos
participando en la celebración de la Eucaristía no sea precisamente la acción
de gracias.
Vamos quizá más ansiosos por nuestros problemas y necesidades, por
pedir por los nuestros o pedir por la realidad del mundo en que vivimos, todo
lo cual es bueno y hermoso, pero la acción de gracias aunque esté muy presente
en las palabras litúrgicas pudiera estar muy ausente de lo que sentimos en
nuestro corazón. Tenemos que saber rescatar en nuestra oración esa parte de la acción
de gracias, por cuanto en Cristo Jesús recibimos en orden a nuestra salvación,
uniendo también todos esos motivos principales que podamos tener para nuestra
personal acción de gracias.
Es lo que nos está señalando el evangelio que hoy se nos propone. Diez
leprosos que allá al borde del camino piden a Jesús que tenga compasión de
ellos y Jesús que les manda a presentarse a los sacerdotes siguiendo lo
establecido en la costumbre judía, para una vez curados poder volver a
encontrarse con los suyos. Felices corren todos sintiendo la alegría de su curación,
pero solo uno es el que se volverá hasta Jesús para postrarse ante El
reconociendo cuanto de Jesús ha recibido y en su acción de gracias dar gloria a
Dios.
‘¿Los otros nueve donde están?’ se pregunta Jesús. ¿Seremos
acaso nosotros del grupo de esos nueve que aunque contentos por los beneficios
recibidos sin embargo no sabemos volvernos a Dios para darle gracias por cuanto
de El recibimos cada día? En la nobleza de nuestro corazón pongamos ese
sentimiento de gratitud a Dios en nuestra oración de cada día.
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