Somos los hijos que buscamos siempre la gloria del Señor cuando hacemos su voluntad y cuando nuestra vida la convertimos en un servicio para el bien de los demás
‘Yo soy siempre el tonto, el que siempre tengo que estar pendiente
de todo mientras los demás están a la suyas’ Algo así habremos dicho quizá
alguna vez o en casa se lo hemos escuchado a la madre cuando en un encuentro,
en una reunión familiar allá están todos reunidos, charlando, pasándolo bien,
esperando quizás que la comida ya esté lista, mientras nosotros, o como decíamos
quizá la madre u otra persona siempre dispuesta al servicio, estamos preocupándonos
que todo salga bien, que todo esté a punto.
Creo que entendemos la imagen o el ejemplo que trato de reflejar. Nos
sentimos quizá medio de mal humor porque no podemos estar nosotros en la fiesta
– digámoslo así, o tenemos la tentación de ello – pero cuando todo termina nos
sentimos satisfechos de que todo haya salido bien, que las cosas estén bien
preparadas y alguien habrá quizás que nos lo valore o nos lo tenga en cuenta.
En el fondo sentimos la satisfacción del servicio que realizamos, nos
lo hemos tomado como una responsabilidad y nos sentimos bien. En nosotros hay
con toda seguridad un buen corazón, un buen deseo de ayudar, un espíritu de
servicio y lo hacemos por la satisfacción de lo bueno que realizamos y porque
nos sentimos felices cuando podemos contribuir a la felicidad de los demás.
¿Por qué hacemos las cosas? ¿esperando quizá una recompensa o una
alabanza? Es cierto que nos halaga que nos reconozcan las cosas, pero también
en nuestra responsabilidad sabemos ser humildes, para considera que simplemente
estamos haciendo lo que teníamos que hacer.
De alguna manera esto es lo que nos quiere decir hoy Jesús en el
evangelio. Es cierto que nos propone unas imágenes que quizás en nuestro tiempo
nos sean más difíciles entenderlas porque al hablar de siervos y de
trabajadores habla con el lenguaje y las costumbres de su tiempo. Es cierto también
que ante Dios no nos consideramos siervos sino hijos, porque así ha querido El
regalarnos con su amor. Somos sus criaturas, porque sabemos que El nos ha
creado y la vida la recibimos de El, pero al mismo tiempo sentimos en nosotros
la fuerza de su espíritu que nos hace hijos. ‘Mirad que amor nos tiene el
Padre que nos llama hijos, y en verdad lo somos’, que nos decía Juan en sus
cartas.
En nuestra humildad nos sentimos pequeños ante Dios, pero en el fondo
del corazón sentimos que Dios nos ama y que nos mira no como siervos sino como
amigos. Jesús les decía a los discípulos en la última cena que no los llamaba
siervos sino amigos, porque les había revelado todo lo que el Padre le había
manifestado.
En el fondo de nuestro corazón lo que siempre buscamos es la gloria de
Dios. ‘Santificado sea tu nombre’, le decimos cada día cuando rezamos el
padrenuestro y eso no es otra cosa que manifestar como queremos siempre la
gloria de Dios. ‘Tuyo es el poder y la gloria’, que decimos también en
la Eucaristía. Y buscamos la gloria del Señor haciendo su voluntad; y buscamos
la gloria del Señor haciendo que todos
puedan conocer su nombre; y buscamos la gloria del Señor cuando buscamos el
bien del hombre y nuestra vida se deja conducir siempre por los caminos del
amor.
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