Una lámpara encendida con la que hemos de ir al encuentro de todo el que nos encontremos en el camino de la vida o de ese mundo envuelto en tantas oscuridades para iluminarlo
Sabiduría 6, 12-16; Sal 62; 1Tesalonicenses 4, 13-17; Mateo
25, 1-13
Una salida al encuentro de quien se acerca por el camino, alguien que
viene y a quien se espera aunque no se sabe cuando ni lo que puede tardar ni
como va a llegar hasta nosotros y cómo lo podremos reconocer, unos caminos que
serían tenebrosos sin una luz que los ilumine, unas lámparas que hay que
mantener encendidas, unas doncellas que se duermen en la espera por la
tardanza, la sabiduría de quien supo tener suficiente aceite para mantener
encendidas las lámparas y la necedad de los que no son previsores y se quedan con
las lámparas apagadas y si poder participar en la fiesta del encuentro. Muchas
imágenes que se suceden una tras otra y que nos hablan, que nos llaman, que nos
invitan a estar despiertos y con esperanza, que nos traen un hermoso mensaje.
La parábola que nos propone Jesús descrita con escuetas palabras pero
con multitud de detalles enriquecedores parte de lo que es la costumbre de la época
y nos habla de las amigas de la novia que han de salir con lámparas encendidas
a la espera del novio, lámparas que luego van a servir para iluminar la sala
del banquete. Hay contratiempos con la tardanza en la llegada del novio y la
falta de aceite suficiente para mantener encendidas las lámparas; una lámpara
sin aceite que la alimente de nada nos serviría.
Y Jesús nos está hablando del Reino de los cielos. Y Jesús nos está
hablando de una salida a la espera y al encuentro porque siempre en la vida
vamos a ir encontrándonos no solo con los que se cruzan en nuestros caminos
sino en aquellos que vienen a nosotros o esperan algo de nosotros. Eso
significa que sabemos que podemos tener ese encuentro aunque no sepamos cuando
ni donde y que no solo hemos de esperar sino también además de dejarnos
encontrar también ser capaces de ir nosotros en salida al encuentro de quien
viene.
Y no nos podemos dormir, no podemos pensar que ya llegará y cuando
llegue nosotros estamos ahí, si estamos dormidos; pero es que nuestra misión es
iluminar, no podemos ser lámparas opacas, ocultas debajo de la cama sino que
han de estar bien altas para que con su luz podamos ayudar a los que también
van por esos oscuros caminos de la vida; pero es necesario para que no dejemos
apagar esas lámparas, tener suficiente combustible para que siempre estén encendidas
porque muchas son las oscuridades que nos pueden envolver a nosotros o pueden
envolver a ese mundo en el que estamos y donde tenemos una misión.
Creo que podemos ir entendiendo, podemos irnos dando cuenta de esa
realidad de la vida donde tenemos que ser luz; toda persona debe ser luz para
los demás. Todos tenemos el compromiso de hacer de ese mundo en el que vivimos
y que se ve envuelto en tantos problemas un mundo mejor. Es con cosas positivas
con las que tenemos que iluminar, construir nuestra vida y nuestra sociedad.
Las negatividades nos oscurecen y llenan de tinieblas como cuando dejamos meter
el odio, la insolidaridad, la falsedad y la mentira, las rivalidades y
enfrentamientos, los orgullos que nos aíslan y que ponen distancias entre unos
y otros y así tantas otras cosas negativas.
Todo ser humano está llamado a construir de forma positiva ese mundo
en el que vivimos. Y todo eso positivo tenemos que llevarlo en nuestra persona,
en nuestra manera de vivir y en el sentido que le damos a las cosas, en la
mirada limpia con que queremos caminar al encuentro de los demás, en nuestras
actitudes y posturas y en todo lo que vamos haciendo por la vida. Es la luz que
tenemos que mantener encendida.
Estamos comentando que la parábola puede hablarle a todo ser humano
que se quiere tomar en serio su vida y su presencia en el mundo y que cuida
unos valores positivos con los que puede enriquecer la vida de los demás y
mejorar nuestra sociedad. Pero Jesús con la parábola nos está queriendo decir
algo más porque nos hace la comparación con lo que ha de ser el Reino de Dios.
De ahí que podemos pensar en mucho más, aunque todo lo que hemos
venido reflexionando es hermoso. Y aquí tenemos que pensar cual es la luz que
los que seguimos a Jesús llevamos con nuestras vidas. La luz de nuestra fe, la
luz de nuestro amor, la luz que nos hace tener una mirada nueva y distinta
hacia todo aquel que nos encontramos en el camino que ya para siempre será un
hermano, la luz de nuestro compromiso y nuestra lucha por el bien, por la
justicia, por la paz para hacer un mundo mejor y más justo que sea imagen del
Reino de Dios, la luz de la Buena Noticia de Jesús.
Una luz que no se nos puede apagar; una tarea en la que no podemos
adormecernos; una espera que ya no podrá ser pasiva sino que nos hace salir al
encuentro del otro, al encuentro de tantos que se pueden encontrar a oscuras en
este mundo en su pobreza, en sus sufrimientos, en su soledad, en las
injusticias que padecen, en la paz que les falta en su corazón. Es un mundo
atormentado en sus múltiples tinieblas al que tenemos que llevar nuestra luz.
Porque el Señor viene a nuestro encuentro en esos hermanos que sufren,
hambrientos, sedientos, abandonados o perseguidos, aislados o marginados,
enfermos en sus cuerpos lacerados por la enfermedad o en sus espíritus a los
que les falta la paz. Y es que Jesús nos está diciendo que todo lo que hacemos
a esos hermanos a El se lo hacemos, que cada vez que nos encontramos con un
hermano con El nos estamos encontrando.
Que no nos falta esa luz en nuestra vida; que sepamos alimentarla en
nuestro encuentro con el Señor en la oración, en la escucha de su Palabra o de
rodillas al pie del sagrario. El alimenta la lámpara de nuestra luz, porque El
es la luz que tenemos que llevar.
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