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viernes, 25 de agosto de 2017

Cuando aprendemos a no mirarnos solo a nosotros mismos salir del yo que nos envuelve en un circulo cerrado comenzaremos a vislumbrar el verdadero camino de felicidad

Cuando aprendemos a no mirarnos solo a nosotros mismos salir del yo que nos envuelve en un circulo cerrado comenzaremos a vislumbrar el verdadero camino de felicidad

Rut 1,1.3-6 14b-16.22; Sal 145; Mateo 22,34-40
Fuimos creados para amar y sin amor la vida del ser humano queda vacía. Ahí encontramos nuestro sentido y nuestro valor. Ahí adquiere sentido todo lo que vivamos aunque haya momentos oscuros de la vida, pero cuando ponemos amor se iluminarán hasta los más ocultos rincones de nuestra existencia.
Leí el testimonio de alguien que murió muy joven de cáncer. Al final de sus días, de su corta carrera podríamos decir a causa de la terrible enfermedad, decía que solo se arrepentía de una cosa, de no haber amado más. Podemos imaginar todo su mundo de sufrimiento en medio de esa cruel enfermedad, podemos pensar en las personas de las que se veía rodeada y de las que se desprendía con su muerte, podemos pensar en lo que habían sido ilusiones y metas de su vida que ahora se veían truncadas, y no se nos ocurre otra cosa que pensar en la amargura que podría haber en su espíritu. Sin embargo esa persona es capaz de decir que lo único que siente es no haber amado más. Ese amor que quería darlo todo, daba sentido y fuerza a su vida, le hacia caminar con ansias de plenitud.
Y nosotros ¿qué? ¿Será ese nuestro deseo hondo? ¿Será en verdad ahí donde encontramos sentido a nuestro caminar a pesar de nuestras dudas e incertidumbres, de las oscuridades que en ocasiones nos pueden envolver? Pongamos amor y no nos sentiremos vacíos. Es lo único que puede llenar nuestra vida; es en lo que único que vamos a encontrar fuerzas para nuestro caminar, para nuestras luchas, para nuestro deseo de superación, para el crecimiento y la madurez de nuestra vida.
Cuantas veces en la vida nos encontramos personas adultas en la edad pero que siguen siendo unos niños caprichosos; no han aprendido a amar, a darse, solo piensan en si mismos, como el niño que quiere el juguete solo para él; quieren convertirse en el centro de todo; y serán siempre unas personas insatisfechas, vacías sin algo hondo en sus vidas que merezca la pena, aunque quieran hacer muchas cosas, construir muchos castillos en el aire.
Cuando aprendemos a no mirarnos solo a nosotros mismos, salir de nuestro yo que nos envuelve como circulo cerrado, entonces comenzaremos a vislumbrar lo que nos puede dar verdadera felicidad, el darnos al otro generosamente, gratuitamente. Porque esa es una de las características del amor verdadero, darnos sin esperar recompensa, porque de lo contrario estaríamos haciendo una compraventa con lo buena que podamos hacer.
Comprenderemos entonces la sabiduría del mandamiento del Señor. Sí, nuestra riqueza y nuestra sabiduría están en el amor. Alguien se acerca a Jesús queriendo tentarle, tirarle de la lengua que diríamos nosotros. Alguien que viene preguntando que es lo principal de la vida. Y la respuesta de Jesús está en el mandamiento de Dios, inscrito en el corazón del hombre y que ya quedó plasmado en la ley positiva en la ley mosaica, la ley que Dios le dio a Moisés allá en el Sinaí.
Es amar con todo el corazón, toda el alma, con todo el ser. No es amar de cualquier manera sino poniendo a juego toda nuestra vida, todo lo que son nuestros sentimientos, pero también nuestro ser más profundo. Ese amor lo centramos en Dios porque Dios es Amor, porque Dios nos ha amado desde toda la eternidad, porque Dios es el que nos ha dado esa capacidad de amor, porque Dios es en verdad el centro de nuestra vida. Pero ese amor lo tenemos que reflejar en los demás, en el prójimo, en el que está próximo pero también en el que está lejos, en el otro sea quien sea y esté donde esté.
Es lo que nos está recordando Jesús. Lo que tiene que ser el sentido de nuestra vida, lo que nos va a dar verdadera plenitud y no nos va a dejar vacíos, sino que dará la mayor hondura a nuestra vida, lo que nos hará elevarnos a metas altas, y lo que dará verdadera trascendencia a nuestra vida. Sean cual sean las circunstancias que tengamos en la vida es ahí donde vamos a encontrar la verdadera luz y sentido de nuestra existencia. Amemos.


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