La autenticidad de la vida y la fe en Jesús que nos llena de su Espíritu es lo que nos dará fuerza para transformar el mundo con la semilla del Evangelio
Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan
1,45-51
Todos hemos escuchado más de una vez aquello de que ‘una imagen
vale más que mil palabras’ y habremos dicho qué cierto es que una
imagen nos llama más la atención que muchas cosas bonitas que podamos oír. Me
voy a permitir transformar un poco la frase para decir que la autenticidad de
una vida convence mucho más que todas las palabras que podamos decir. Claro que
la autenticidad con que nos manifestamos es la imagen más cierta de nuestra
sinceridad, de lo que en verdad es nuestra vida y llevamos en el corazón.
Nos sentimos cautivados, podríamos decir, por una persona que vemos
actuar con lealtad, con rectitud y honradez, que manifiesta con sus obras la
responsabilidad con que vive su vida. Ahí, en es lealtad y honradez, en esa
responsabilidad y rectitud manifiesta la verdad de su vida, lo que es, lo que
quiere ser no solo para si misma sino también para los demás, el sentido de su
ser y de su actuar. Necesitamos personas así, autenticas, sinceras; y cuando
digo sinceras no es solamente por aquello que muchas veces vamos diciendo como
soy sincero digo la verdad sin importarme a quien pueda molestar.
La sinceridad no está solo en ese impulso de palabras, sino en la
congruencia de nuestra vida, porque podremos ser sinceros, como decimos, para
decir muchas cosas, pero luego eso no lo
vemos reflejado en nuestra vida, en nuestro actuar. La sinceridad de una vida
son más que palabras. ¿Seremos hoy así auténticos en nuestra manera de vivir y
en nuestra manera de actuar en todos los aspectos de nuestra vida? ahí estaría
la fuerza de nuestro actuar que transformaría el mundo.
Me estoy haciendo estas consideraciones en este día en que celebramos
la fiesta de un apóstol, el apóstol san Bartolomé, el Natanael del que nos
habla el evangelio que nos propone la liturgia en este día. ¿Quién era
Natanael, Bartolomé? Sabemos que era de Caná de Galilea, un pueblo cercano a
Nazaret.
Como el resto de los apóstoles escogidos por Jesús un hombre sencillo,
un hombre de campo en este caso por el lugar en que vivía, mientras sabemos que
otros como Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran pescadores en el mar de Galilea.
Unos hombres sencillos que un día se sintieron cautivados y llamados por Jesús.
Unos hombres con sus debilidades, sus ambiciones humanas y sus dudas. Ya los
vemos en sus disputas entre ellos, como suele suceder en todo grupo humano,
pero también en sus miedos cuando abandonan a Jesús en Getsemaní o se encierra
en el cenáculo. Y sin embargo este grupo de hombres así fueron capaces de
iniciar un camino por el que el mensaje de Jesús llegaría hasta los confines
del mundo.
¿Fue la fuerza de sus saberes humanos, de sus recursos y medios
materiales lo que les dio esa capacidad de llevar así el anuncio del Evangelio
con tal valentía que no temían enfrentarse a quienes les prohibían hablar de Jesús?
Me hago una comparación con lo que hoy nosotros vivimos, con lo que es
y representa de verdad la Iglesia en medio de nuestro mundo. Podríamos decir
que somos muchos los que confesamos nuestra fe en Jesús. No voy a fijarme
simplemente en las estadísticas que nos pueden hablar de millones de cristianos
simplemente porque están bautizados. Las estadísticas pueden ocultar falsas
verdades algunas veces. Pero ¿Cómo es que siendo tantos los que nos decimos
cristianos y creyentes en Jesús sin embargo no logramos transformar el mundo
que nos rodea que sigue tan lleno, por ejemplo, de violencias y de odios?
¿Nuestras palabras siguen sin convencer? ¿Nuestro testimonio quizás no sea
auténtico?
Quizá por ahí tendríamos que ponernos a reflexionar, por la
autenticidad de nuestra vida. Fue la autenticidad de sus vidas y su fe en Jesús
que les hacia llenarse de su Espíritu lo que dio fuerza a aquel anuncio que hacían
aquellos sencillos hombres de Galilea en su origen para hacer que el mundo se
fuera transformando por la semilla del Evangelio. No olvidemos que la alabanza
que Jesús hace de Natanael que hoy escuchamos en el evangelio es precisamente
la autenticidad de su vida, su lealtad.
La autenticidad de aquellas vidas, la sinceridad de la fe que
transformaba sus vidas fue el motor de aquel anuncio y de que el mundo
comenzara a creer. Con la fuerza del Espíritu del Señor resucitado Vivian esa
autenticidad de sus vidas y eso si que convencía al mundo más que muchas
palabras, como antes reflexionábamos.
¿No nos hará falta eso a nosotros hoy, que seamos más auténticos en
nuestra vida, en nuestra fe, en lo que somos y en lo que luego testimoniamos también
con nuestras palabras? Examinar esto, revisar por ese camino nuestra vida podría
ser un buen compromiso al celebrar la fiesta del Apóstol san Bartolomé.
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