Los pasos de Jesús por los caminos del amor nos impulsan a ser testigos de ese amor y de esa fe con la paz de nuestros corazones y la serenidad de nuestro actuar en toda ocasión
Isaías 56, 1. 6-7; Sal 66; Romanos 11,
13-15. 29-32; Mateo 15, 21-28
Los pasos de Jesús siempre nos conducen hacia el amor. Nos ofrece amor
y todo en Jesús es búsqueda del hombre, de la persona a la que quiere regalar
amor, y al mismo tiempo despierta en nosotros amor para que sepamos hacer su
mismo camino, seguir sus mismas huellas y demos a los demás la oportunidad de
encontrarse con el amor.
Lo vemos tantas veces en el evangelio, busca al paralítico de la
piscina, se hace el encontradizo con el ciego al que ha curado, se deja rodear
por todos aquellos que llevan un sufrimiento en el alma; no son solo los
enfermos del cuerpo, leprosos, paralíticos, ciegos o sordos con los que se va a
encontrar Jesús, sino aquellos que sufren en el espíritu, se ven atormentados
en su interior quizá con sentimientos de culpa, los que se sienten pecadores y
quizá malditos de los demás porque todos los desprecian tendrán ese momento de
encuentro con Jesús.
¿No fue eso el encuentro con Zaqueo allá junto a la higuera? ¿No fue
la comida en casa se Simón el fariseo la oportunidad para que aquella mujer pecadora
llegara hasta sus pies con sus lágrimas y sus perfumes, con todo su amor para
sentir como Jesús llenaba de paz su corazón? ¿No fue eso el dejar que echaran a
perder la terraza de la casa para descolgar al paralítico a quien iba a
ofrecerle el perdón de sus culpas? ¿Por qué no podemos pensar que este episodio
de la mujer cananea fue una búsqueda de Jesús, un dejarse encontrar por parte
de Jesús para hacer grande la fe de aquella mujer?
Es lo que hoy estamos contemplando en el evangelio. Jesús en este caso
pareciera que se hace oídos sordos a los gritos de aquella mujer, pero de
alguna manera Jesús está provocando también la reacción de los discípulos que
se van a convertir en intercesores. ‘Atiendela que viene gritando detrás de
nosotros’, le dicen. Las palabras que se intercambian nos pueden parecer
duras, pero era el lenguaje habitual entonces y la forma de relacionarse que tenían
los judíos con los paganos. Tenían sus prevenciones los unos de los otros y ya
en la historia del pueblo malas habían sido las influencias que habían recibido
en ocasiones con el culto a los baales, los dioses de los fenicios y
palestinos.
Pero Jesús dialoga con aquella mujer. Un diálogo tenso, pero donde se
va a resaltar la fe de aquella mujer que era lo importante. Y allí estaba el
amor. El amor que no podía hacerse sordo a aquel grito y aquella súplica nacida
de un corazón lleno de dolor. Será la fe y el amor el que renacen de manera
especial en aquellos momentos. Se purificará la fe de aquella mujer y se hará
grande. Es curioso que cuando Jesús alaba la fe de alguien lo haga en dos
ocasiones en relacion a unos gentiles, del centurión romano que viene a pedirle
por su criado al que mira como un hijo, y ahora el de aquella mujer cananea. ‘No
he visto en Israel una fe tan grande’ que dice del centurión. ‘¡Qué
grande es tu fe!’ que proclama de aquella mujer cananea.
¿Qué nos está diciendo todo esto? ¿Cuál es la lección para nosotros?
Testigos tenemos que ser de una fe así; testigos tenemos que ser de ese amor de
Jesús. Meditando en pasajes del evangelio como este nos sentimos fortalecidos
en nuestra fe y con deseos de una renovación grande en nuestro interior. Como
aquel otro hombre del evangelio al que Jesús le preguntaba si creía y le
respondía ‘yo creo, pero aumenta mi fe’, nosotros tenemos que pedir lo
mismo; creemos, pero que el Señor con su gracia nos haga crecer en esa fe; que
no haya nada que nos la debilite; que en los momentos de turbación por los que
pasemos nos mantengamos firmes, fuertes, con la fortaleza de la fe porque
ponemos toda nuestra confianza en Dios.
Pero tenemos que dar testimonio de esa fe, que los demás la puedan
conocer, que en los demás se pueda despertar también esa fe. Y ahí están las
obras de nuestro amor con que tenemos que manifestarnos. Nuestro amor
despertará la fe de los demás; con nuestro amor hemos de saber llegar hasta el
final, hasta los limites mas insospechados para dar testimonio, para hacer que
todos puedan encontrarse con esa fe, para que nadie en medio de la turbación
que pueda estar pasando por sus sufrimientos se sienta solo ni desamparado;
hemos de ser testigos con nuestra presencia, con nuestro saber estar a su lado,
con nuestras palabras o con nuestro silencio, con nuestra mano tendida, o con
la sonrisa de nuestro rostro de esa fe y de ese amor.
Tenemos que ser en verdad ocasión para que tantas puedan encontrarse
con Jesús. Hoy Jesús quiere llegar a todos a través nuestro. Jesús se hace el
encontradizo con los demás para llenarlos de amor a través de nuestro
testimonio. También como los discípulos podemos convertirnos en intercesores
pidiendo por los demás. Cristo nos lo confía y el mundo lo está esperando.
Hemos vivido en nuestra patria estos días unos momentos especialmente
difíciles con lo acaecido en Barcelona y Cataluña. Ha habido muchos que con
madurez han sabido responder a ese estallido de violencia no perdiendo la
serenidad ni la paz aunque mucha sea la indignación que tengan en su interior.
Pero también sabemos que hay muchos profetas de malos augurios que con sus
comentarios alimentan odios, deseos de venganza y de revancha y respuestas muy
negativas que se pueden convertir también en una injusta discriminación,
tratando a todos por igual. No podemos colaborar con sentimientos así.
Ahí desde nuestra fe y nuestro
amor cristiano tenemos un testimonio muy importante que dar donde no perdamos
la paz de nuestros corazones ni la serenidad en nuestro actuar. Que el Señor
nos ilumine y nos ayude.
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