En la travesía de la vida nos aparecen las tormentas, las cosas que salen
mal, encontramos oposición a nuestro anuncio y testimonio pero la fuerza y
presencia del Señor no nos fallará
Génesis
19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27
Cuantas veces vamos por la vida entusiasmados, contentos, con la ilusión
de nuestros sueños y proyectos que vemos realizados en un futuro cercano,
sintiendo quizás también la compañía de amigos y personas que nos aprecian que
nos dan ánimos y pareciera que, aunque no sin esfuerzos y trabajos, vamos
consiguiendo ser felices en la realización de nuestra vida y también por lo que
podemos hacer por los demás. No nos sentimos solos. Parece que las negras
brumas de pesimismos y desánimos han desaparecido de nuestro horizonte. Como se
suele decir parece que todo va marchando sobre ruedas.
Pero también tenemos la experiencia quizás de que en un momento
determinado aparecen nubarrones de malos presagios en nuestra vida; las cosas
no nos salen como hubiéramos soñado; nos parece que quienes nos apoyaban ya no están
a nuestro lado, y necesitamos ser muy fuertes y maduros para que no nos entre
el desánimo, el desasosiego porque todo se nos puede venir abajo cual fuera un
castillo de naipes que no tuviera una sólida base que nos sustentara. Por eso
decía necesitamos ser fuertes y maduros para afrontar dificultades, vientos en
contra y seguir luchando por nuestros proyectos, por conseguir nuestros
ideales. Pero la tentación sabemos que está ahí y nos acecha.
‘¡Cobardes! ¡Qué
poca fe!’ les dijo
Jesús a los discípulos que iban asustados en la barca. Se habían prometido una travesía
feliz. Era un recorrido bien conocido por ellos que tantas veces habían
atravesado el lago en búsqueda de pesca. Jesús iba con ellos. Ahora no iban a
pesar sino que se habían ido con Jesús que los llevaba al otro lado del lago. Jesús
siempre en camino, en búsqueda de nuevos lugares, nuevas personas a los que
evangelizar. Pero en el lago se había desatado una tormenta. Era fuerte.
Parecía que la barca se hundía. Y Jesús no hacia nada, sino que estaba
recostado a pesar del fragor de la tormenta. ‘¡Señor! Sálvanos que nos
hundimos’, le gritaron.
Como a nosotros
también en la travesía de la vida, cuando aparecen las tormentas, las cosas que
salen mal, la oposición que encontramos en los demás. Como nosotros cuando
siguiendo el mandato de Jesús nos ponemos en caminos y atravesamos los mares de
la vida para llegar a los otros, a los que están mas lejos, a los que nunca se
les ha anunciado el evangelio. Y encontramos dificultades; la gente no nos
entiende; hay quienes se oponen o hasta se ríen de nosotros; no quieren que
demos nuestro testimonio; se cierran los oídos para no escuchar el mensaje del
evangelio.
Nos sucede tantas
veces y nos sentimos desalentados; con la ilusión que íbamos y ahora todo se
nos vuelve en contra; con las ganas que teníamos de hacer el anuncio de Jesús y
nosotros mismos tenemos nuestros tropiezos y ya no nos creen; con el esfuerzo
que estamos queriendo hacer, pero sentimos que no llegamos a todos. Y nos
desalentamos; y nos parece que estamos solos, que no tenemos fuerzas, que quizá
el Señor no nos escucha ni nos ayuda. También pasamos por momentos malos, en
los que tenemos que sacar a flote toda nuestra fe para no perder el ánimo, para
que mostremos en verdad la madurez de nuestra vida y de nuestra fe.
Pero Jesús está ahí.
El prometió que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos; El
nos prometió la fuerza de su Espíritu que nunca nos faltará. Tenemos, sí, una
base sólida en la que apoyarnos, es nuestra fe, es la oración, es la Palabra de
Dios que nos sirve de alimento y de luz cada día, es la gracia de los
sacramentos, de la Eucaristía en que Cristo mismo se nos da, se hace nuestro
alimento, nuestra vida. Que no se nos apague nuestra fe. Que nuestro testimonio
sea siempre valiente aunque muchas sean las borrascas de la vida.
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