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domingo, 2 de julio de 2017

Cuánta sed hemos de saber calmar desde esos pequeños gestos de encuentro y de cercanía que harán que nuestra vida adquiera un sentido y un valor nuevo

Cuánta sed hemos de saber calmar desde esos pequeños gestos de encuentro y de cercanía que harán que nuestra vida adquiera un sentido y un valor nuevo

2Reyes 4, 8-11. 14-16ª; Sal 88; Romanos, 6, 3-4. 8-11; Mateo 10, 37-42
Hay quien mira la vida como una rutina donde piensan que todo se repite, considera las cosas pequeñas sin valor y a lo sumo sienten temor ante cosas extraordinarias que pudieran suceder y todo les parece como un azar que no tiene sentido ni valor. Es triste y amargo vivir la vida así, porque pareciera que les falta aliciente, no tienen metas o carecen de ideales que sean como motor de empuje para cuanto día vamos haciendo. Caminar así es un caminar sin sentido, y cuando no tenemos metas todo se nos vuelve rutinario y aburrido y entonces parece que ni siquiera queremos vivir.
La vida está hecha de esas cosas pequeñas de cada día, pero donde hemos de saber encontrarle un sentido y un valor; pero al mismo tiempo siempre va acompañada de otros momentos más fuertes en los que quizá tenemos que tomar decisiones más importantes cuando tenemos que ir afrontando todas responsabilidades que en la vida tenemos que saber asumir.
Esos momentos o esas decisiones, es cierto, le dan como un colorido distinto a la vida, pero eso no quita para que sepamos ver el valor de esas cosas pequeñas de cada día a las que hemos de saberle dar una profundidad, encontrarle su valor, ver que son también importantes porque son como esas pequeñas piezas de un mosaico que van a ayudarnos a dar el trazo definitivo de esa imagen que queremos reflejar. Un mosaico no solo está compuesto de piezas grandes, sino de esos trozos pequeños que nos puedan parecer insignificantes pero que trazarán el dibujo de la imagen que se quiere reflejar.
Esto que podemos decir de toda vida humana que queramos vivir con sentido y a la que siempre hemos de saber dar profundidad lo podemos decir aun con mayor sentido de lo que es nuestra vida religiosa y cristiana. También nos encontraremos quienes nos digan que eso de ser cristiano es aburrido y es una rutina. Pero siguiendo el hilo de nuestra reflexión creo que podemos darnos cuenta de que  no es ni puede ser así.
La vida es un camino y la vida cristiana es ese camino que hacemos queriendo seguir los pasos de Jesús. En ese camino de Jesús habrá momentos importantes, decisivos en los que tendremos que realizar unas opciones que irán marcando, es cierto, el camino de nuestro vivir; es el camino de los grandes valores que nos enseña el evangelio, es esa búsqueda del Reino de Dios y su justicia, como nos dirá Jesús en alguna ocasión; es el momento en que tenemos que plantearnos si aquello que estamos haciendo es en verdad vivir ese Reino de Dios, porque Dios sea ciertamente el único Señor de nuestra vida.
Pero luego estarán esos pequeños gestos de cada día, esas pequeñas cosas que vamos haciendo pero que queremos vivir desde toda la intensidad de nuestro amor. Se nos reconocerá por esa rectitud con que actuamos en nuestra vida, desde unos principios, desde unos valores, desde una opción que hacemos por el Evangelio del Reino de Dios. Por eso nos pide Jesús desde el principio conversión, darle totalmente la vuelta a nuestra vida para que nuestro actuar sea siempre según Dios, sea siempre buscando ese Reino de Dios que todos hemos de vivir.
Pero eso, como decíamos, lo vamos reflejando en esas pequeñas cosas, en esos pequeños detalles, en esos gestos de nuestro amor, de nuestra ternura para con los demás, de nuestra cercanía, de ese encuentro vivo que siempre queremos realizar con el otro, de nuestro querer hacer felices siempre a los que nos rodean. No me dirán que es ilusionante vivir la vida así, dándole intensidad a cada una de las cosas que hacemos.
No son rutinas, no hay aburrimiento, hay siempre ilusión porque siempre queremos sembrar esperanza en nuestro corazón de que podemos ser mejores y podemos hacer un mundo mejor, y siempre podemos poner esperanza en los que nos rodean de que si es posible ese mundo mejor en que todos seamos cada día un poquito más felices.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Nos dice como hemos de tomar decisiones importantes, donde arranquemos de nosotros todo aquello que nos impida vivir el Reino de Dios, por nada ni nadie tendría que impedírnoslo, pero nos habla de esa mutua acogida que siempre hemos de hacer al otro, porque en el otro siempre hemos de saber ver el rostro de Dios; pero nos habla de las pequeñas cosas que no quedan sin recompensa, como el vaso de agua que demos al sediento.
Cuánta sed hemos de saber calmar desde esos pequeños gestos de encuentro y de cercanía que cada día hemos de tener con los que están a nuestro lado. Cuántas sonrisas podemos repartir para alegrar el espíritu de los que nos miran de frente. Cuántas manos podemos tender para levantar al que está caído o al que le cuesta caminar en la vida. Cuántas veces podemos y tenemos que saber sentarnos al lado del que está triste o del que anda desorientado en la vida. Cuántas miradas luminosas que despierten ilusión podemos tender sobre los que se sienten derrotados para que se sientan animados a que es posible salir de esas negruras de la vida.
Cuántas cosas buenas, aunque sean pequeñas, podemos ir realizando cada día. Todas tienen su valor, todas ponen también ilusión en nuestro corazón, todas harán que nuestra vida adquiera un sentido y un valor nuevo.

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