No miremos distraídos para otro lado ni nos hagamos oídos sordos cuando el Señor toca en nuestro corazón y nos pide crecer y superarnos
Génesis
21,5.8-20; Sal 33; Mateo 8,28-34
Hermoso seria que en la vida aprendiéramos a caminar juntos a pesar de
nuestras diferencias; pero no siempre sabemos hacerlo. Bien porque en ocasiones
nos endiosamos creyéndonos los mejores, los insuperables y pensamos qué nos
pueden aportar esas personas a las que por decirlo de una manera suave
consideramos inferiores a nosotros en sus cualidades o en su saber hacer, o
bien, por todo lo contrario, porque no nos gusta estar al lado o a la sombra de
personas que sabemos valen más que nosotros, su vida está llena de rectitud y
bien hacer y estar a su lado se nos produce un rechazo interior porque de
alguna manera nos hacen reconocer nuestros defectos, nuestros errores y nuestra
vida quizás no tan buena.
Aunque en el interior de cada persona de manera innata está el deseo
de lo bueno y de lo mejor, algunas veces rechazamos lo bueno que hay en los
demás porque de alguna forma se convierte en denuncia del mal que hay en
nosotros. Surgen así las envidias o los orgullos, nuestro amor propio se siente
herido, aparece la resistencia a ese encuentro y colaboración con el otro.
Quizá nos damos cuenta que tendríamos que cambiar en muchas cosas, pero
nosotros nos encontramos muy bien con una vida fácil en la que simplemente nos
dejamos llevar por la pendiente, y no nos apetece el esfuerzo de querer subir,
de querer emularnos y superarnos para conseguir lo mejor.
Son situaciones humanas en las que podemos vernos envueltos muchas
veces en la vida y que tendríamos que tratar de superar; la madurez en nuestra
vida nos exige esfuerzo y capacidad de superación, que puede ir acompañada de
muchos sacrificios que no siempre estamos dispuestos a aceptar. Es más cómodo quizás
dejarse llevar por la corriente, por lo que todos hacen o por lo que siempre
hemos hecho sin examinarnos bien si era bueno lo que hacíamos.
¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres que haga? Quizá contestamos al amigo
que con buenas palabras quiere hacernos ver las cosas con claridad y nos está
queriendo ayudar a superarnos; déjame tranquilo con mi vida, le decimos tantas
veces.
‘¿Qué
quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de
tiempo?’ Fue el
grito también de aquellos endemoniados con los que se encontraron cuando
llegaron a aquella región al otro lado del lago. Eran violentos, nadie se
atrevía a ir por aquellos caminos. Jesús les sale al encuentro. Jesús quiere
siempre liberar al hombre de toda atadura. Recordamos lo anunciado por el
profeta y leído en la sinagoga de Nazaret.
Jesús allí también
realiza su obra de liberación y salvación. Pero si primero fue el rechazo de
los endemoniados que no querían salir de la posesión de aquellas personas,
luego fueron las gentes del lugar los que le piden a Jesús que se marcha a otra
parte. Su vida se veía trastocada con la presencia de Jesús y ellos quizá
preferían seguir como estaban, con sus costumbres, con su manera de vivir. La
imagen de la piara de cerdos en la que se meten aquellos demonios y se arrojan
acantilado abajo sobre el lago, tiene su significado también.
¿Será también la
reacción que nosotros podamos tener en ocasiones ante el evangelio de Jesús? La
gracia del Señor toca y llama en nuestros corazones tantas veces y preferimos
seguir con nuestra vida haciéndonos oídos sordos a la llamada del Señor. Mucho
tendríamos que analizar en lo que es la respuesta que damos en nuestra vida.
Quede aquí apuntado para que sea algo en lo que también reflexionemos. Seguir
el camino de Jesús significa que tenemos que levantarnos para ponernos en
camino, y que para hacer ese camino con total libertad de espíritu de muchas
cosas tenemos que desprendernos.
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