Tendríamos que aprender de Jesús para saber sentarnos en la vida con todos, también con aquellos que el mundo considera distintos y de baja condición
Gén. 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105;
Mt. 9,9-13
Aquellos que han experimentado la misericordia en sus vidas son los
que serán capaces de hacer de verdad un mundo mejor. Quien ha sentido la
miseria en su vida, pero al mismo tiempo se ha sentido amado y levantado con
amor de las sombras de su mal porque se ha seguido confiando en él, habrá
aprendido a caminar con la misma misericordia y dando la misma confianza a los
que están a su lado. Es un camino para que seamos mejores y para que así
vayamos construyendo un mundo mejor.
Ojalá todos lo supiéramos experimentar y vivir. Y digo ovala todos lo supiéramos
experimentar porque hay quienes en su orgullo no se creen necesitados de esa
misericordia porque se creen siempre justos y buenos, aunque su corazón esté
lleno de orgullo y de maldad, y no sabrán ver nunca esa mano que se les tiende
para ayudarlos a levantarse y hacer mejor su vida. Los orgullos nos encierran y
nos aíslan; los orgullos y vanidades nos separan a los demás y con ello vamos
creando discriminaciones; ese orgullo y vanidad de creerme superior y mejor me
lleva al desprecio de aquellos que no considero dignos aunque quizás en muchas
ocasiones tienen un corazón mejor que nosotros.
Qué sensación más hermosa se siente dentro de uno mismo cuando a pesar
de que somos débiles y tenemos muchos fallos o defectos en la vida, hay alguien
que sigue confiando en nosotros, nos ama y se pone a nuestro lado en nuestro
caminar. Siente uno la paz del agradecimiento y al mismo tiempo se siente
impulsado a actuar de la misma manera con los demás. Por eso decía que quienes
experimentan la misericordia en su vida se sentirán más capaces de hacer un
mundo mejor. En esa confianza mutua, en esa aceptación respetuoso de lo que
cada uno somos, en ese saber tendernos la mano alejando de nosotros
desconfianzas o resentimientos, es como iremos haciendo que nuestro mundo sea
mejor.
Es el camino que nos enseña Jesús. Es el camino con el que El va
llamando a sus discípulos. No todos lo entenderán. Quienes en su orgullo y
vanidad se sienten endiosados y subidos sobre sus pedestales no comprenderán el
camino de Jesús y estarán acechándole siempre para juzgarle y condenarle. ‘Vuestro
maestro come con publícanos y pecadores’, les dicen a sus discípulos.
Jesús había llamado a Leví. Era un recaudador de impuestos, mal
considerado por los judíos que lo consideraban un colaboracionista con el pueblo
invasor, pero también los tenían por usureros y ladrones. Los llamaban
publicanos, que era como decirle que eran pecadores públicos. Pero Jesús quiere
contar con Leví, lo llama y este con alegría lo sigue. Tanta es su alegría que
le ofrece una comida a Jesús, y allí van a estar los que han sido sus amigos de
siempre. Y Jesús y sus discípulos estarán entre ellos. De ahí el juicio y
condena de los que se creen justos.
Jesús viene a llamar a los pecadores, como el medico va a buscar a los
enfermos. La Iglesia de Jesús será una Iglesia de santos en virtud de nuestra
consagración y nuestras metas, pero es una iglesia de pecadores; somos
pecadores los que la formamos y caminamos en medio de nuestras debilidades y
continuos fallos, pero con el deseo de ser mejores, de ser santos. No lo
podemos olvidar, porque algunas veces los que estamos en la iglesia tenemos las
mismas actitudes de aquellos fariseos, ya nos consideramos tan santos que nos
ponemos por encima de los demás.
Tendríamos que aprender de Jesús. Experimentar en nosotros de una
forma vital esa misericordia del señor. Tendríamos que aprender de Jesús para
que nunca discriminemos ni hagamos distinciones. Somos tan dados a hacer
distinciones. Tendríamos que aprender de Jesús para sentarnos como El en medio
de los pecadores, porque así nos sentimos nosotros también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario