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viernes, 7 de julio de 2017

Tendríamos que aprender de Jesús para saber sentarnos en la vida con todos, también con aquellos que el mundo considera distintos y de baja condición

Tendríamos que aprender de Jesús para saber sentarnos en la vida con todos, también con aquellos que el mundo considera distintos y de baja condición

Gén. 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105; Mt. 9,9-13
Aquellos que han experimentado la misericordia en sus vidas son los que serán capaces de hacer de verdad un mundo mejor. Quien ha sentido la miseria en su vida, pero al mismo tiempo se ha sentido amado y levantado con amor de las sombras de su mal porque se ha seguido confiando en él, habrá aprendido a caminar con la misma misericordia y dando la misma confianza a los que están a su lado. Es un camino para que seamos mejores y para que así vayamos construyendo un mundo mejor.
Ojalá todos lo supiéramos experimentar y vivir. Y digo ovala todos lo supiéramos experimentar porque hay quienes en su orgullo no se creen necesitados de esa misericordia porque se creen siempre justos y buenos, aunque su corazón esté lleno de orgullo y de maldad, y no sabrán ver nunca esa mano que se les tiende para ayudarlos a levantarse y hacer mejor su vida. Los orgullos nos encierran y nos aíslan; los orgullos y vanidades nos separan a los demás y con ello vamos creando discriminaciones; ese orgullo y vanidad de creerme superior y mejor me lleva al desprecio de aquellos que no considero dignos aunque quizás en muchas ocasiones tienen un corazón mejor que nosotros.
Qué sensación más hermosa se siente dentro de uno mismo cuando a pesar de que somos débiles y tenemos muchos fallos o defectos en la vida, hay alguien que sigue confiando en nosotros, nos ama y se pone a nuestro lado en nuestro caminar. Siente uno la paz del agradecimiento y al mismo tiempo se siente impulsado a actuar de la misma manera con los demás. Por eso decía que quienes experimentan la misericordia en su vida se sentirán más capaces de hacer un mundo mejor. En esa confianza mutua, en esa aceptación respetuoso de lo que cada uno somos, en ese saber tendernos la mano alejando de nosotros desconfianzas o resentimientos, es como iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor.
Es el camino que nos enseña Jesús. Es el camino con el que El va llamando a sus discípulos. No todos lo entenderán. Quienes en su orgullo y vanidad se sienten endiosados y subidos sobre sus pedestales no comprenderán el camino de Jesús y estarán acechándole siempre para juzgarle y condenarle. ‘Vuestro maestro come con publícanos y pecadores’, les dicen a sus discípulos.
Jesús había llamado a Leví. Era un recaudador de impuestos, mal considerado por los judíos que lo consideraban un colaboracionista con el pueblo invasor, pero también los tenían por usureros y ladrones. Los llamaban publicanos, que era como decirle que eran pecadores públicos. Pero Jesús quiere contar con Leví, lo llama y este con alegría lo sigue. Tanta es su alegría que le ofrece una comida a Jesús, y allí van a estar los que han sido sus amigos de siempre. Y Jesús y sus discípulos estarán entre ellos. De ahí el juicio y condena de los que se creen justos.
Jesús viene a llamar a los pecadores, como el medico va a buscar a los enfermos. La Iglesia de Jesús será una Iglesia de santos en virtud de nuestra consagración y nuestras metas, pero es una iglesia de pecadores; somos pecadores los que la formamos y caminamos en medio de nuestras debilidades y continuos fallos, pero con el deseo de ser mejores, de ser santos. No lo podemos olvidar, porque algunas veces los que estamos en la iglesia tenemos las mismas actitudes de aquellos fariseos, ya nos consideramos tan santos que nos ponemos por encima de los demás.
Tendríamos que aprender de Jesús. Experimentar en nosotros de una forma vital esa misericordia del señor. Tendríamos que aprender de Jesús para que nunca discriminemos ni hagamos distinciones. Somos tan dados a hacer distinciones. Tendríamos que aprender de Jesús para sentarnos como El en medio de los pecadores, porque así nos sentimos nosotros también.

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